Alex frunció el ceño ante Kujaku, sus afilados y deshumanizantes dientes asomándose por sus labios.
—Quita a tus matones de encima o piérdelos, Kujaku. No te llamé para que me retuvieras, sino para ayudarme a entrar al país —la mujer se rió de él con desprecio.
—¿Y crees que matar a un agente de aduanas es la manera de colarte sin ser notado? Vamos, sé realista. Te estás comportando como un adolescente hormonal. Contrólate —Alex gruñó ante sus palabras.
—Estaba amenazando a Kary con un arma. ¿Se suponía que debía dejar que le disparara? —Kujaku miró a Kary, arqueando una ceja.
—¿Alguna vez te sentiste amenazada? —le preguntó a Kary.
—No realmente. Podría haber derretido esa pistola en su mano veinte veces. Estaba intentando mantenerme diplomática —Kujaku asintió ante la respuesta, volviendo su mirada hacia Alexander.