Criado para protegerte

El aire nocturno era fresco y estaba impregnado con el persistente olor a sangre, sudor y humo. En uno de los campamentos improvisados cerca del Castillo de la Sombranívea, Merina estaba sentada en un banco bajo de madera, sus hombros caídos por el agotamiento, sus ojos mirando fijamente las brasas parpadeantes de una fogata moribunda.

El suave murmullo de otros supervivientes llenaba el aire, algunos susurrando en duelo, otros atendiendo a los heridos.

Había pasado las últimas horas vendando heridas, asegurando que hubiera comida y agua disponibles, consolando a los refugiados aterrorizados que lo habían perdido todo.

Pero ahora, en el silencio de sus propios pensamientos, el peso de todo se asentaba sobre ella como una tormenta implacable.

Se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas y enterrando su rostro entre las manos.