Asher surcaba los cielos oscurecidos, su cuerpo envuelto en un tenue resplandor de maná verde oscuro, esforzándose por moverse más rápido que nunca.
Su corazón palpitaba en su pecho, cada latido un estruendoso tambor de urgencia. Tenía que volver.
Tenía que arreglar lo que había salido mal. Pero a medida que se acercaba, una sensación ominosa se instaló profundamente en sus huesos, una presencia escalofriante y sofocante que hacía que su estómago se retorciera en nudos.
Entonces, lo vio.
Una espesa pared de humo negro se elevaba a lo lejos, ahogando el horizonte. Cuanto más volaba, más el olor a carne quemada y ruinas carbonizadas llenaba sus fosas nasales. El aire estaba espeso con la muerte, pesado con algo mucho peor que la simple devastación. Era la finalidad.
Su respiración se entrecortó. No.
Un pánico crudo y roedor le arañaba el pecho mientras descendía hacia el acantilado más cercano, sus dedos temblando a sus costados.