No un tonto sino alguien que sufrió

La atmósfera en la habitación se congeló en el momento en que Isola terminó de hablar.

Un silencio ensordecedor se asentó sobre ellos como un peso sofocante. Ni siquiera el sonido de la respiración llenaba el espacio.

Merina, Silvia y Sabina se quedaron ahí como si se hubiesen convertido en piedra, sus expresiones una mezcla de incredulidad, shock y algo que todavía no podían nombrar.

Las luces colgantes no parpadeaban como si dudasen en perturbar la quietud.

Entonces

—Tú... —La voz de Sabina rompió el silencio, pero no era su habitual tono seductor y burlón.

Estaba temblorosa.

—Tú... No estás faroleando, ¿verdad? ¿Esto se supone que es algún tipo de broma para ocultar la verdad real? ¿Cómo esperas que creamos que un Cazador ocupó el cuerpo de un demonio sin alma? ¿Cómo podría ser posible?! —Sabina preguntó con una expresión de incredulidad como si no pudiera siquiera comprenderlo.

Isola no se inmutó.