Para Hacer Frente al Mal

Arturo entró rígidamente en la bien iluminada oficina del Juez, su actitud ligeramente ansiosa pero decidida.

Frente a él, el Juez se sentaba detrás de un amplio escritorio de madera, el peso de su presencia hacía que la habitación se sintiera más pequeña de lo que era.

Las paredes estaban cubiertas de libros antiguos, un marcado contraste con la arquitectura estéril y metálica de la Torre Infinita de Marte.

El rostro del Juez estaba esculpido con las líneas de una vida pasada detrás de la justicia.

Sus ojos oscuros y penetrantes se fijaron en Arturo con tranquila autoridad, escrutándolo de una manera que hacía que Arturo sintiera como si el hombre pudiera ver a través de él.

No hubo necesidad de presentaciones.

El silencio entre ellos se extendió, denso con un entendimiento tácito.

Entonces finalmente

—Siéntate, joven. —La voz del Juez era firme, deliberada.