En un rincón desolado y olvidado del arruinado Reino de Bloodburn, las sombras se aferraban como fantasmas afligidos. Edificios destrozados y ruinas carbonizadas se erguían como restos sombríos de una civilización próspera, ahora reducida a meros ecos de miseria y dolor.
El aire estaba cargado de desesperación, contaminado por el sabor metálico de la sangre y el hedor acre de la carne quemada.
Los sobrevivientes capturados, rotos y sin espíritu, deambulaban sin rumbo dentro de los campamentos Draconianos. Sus ojos vacíos miraban sin expresión, cascarones muertos de las personas vibrantes que una vez fueron.
Mujeres, jugueteadas y violadas sin piedad, se movían sin energía, sus rostros pálidos y demacrados, cuerpos marcados por la crueldad impuesta sobre ellas.
Hombres, otrora orgullosos guerreros y protectores, ahora yacían torturados y encadenados, sus espaldas laceradas por interminables latigazos y su piel desollada.