Reginald Bates sintió una oleada de emoción, luchando por mantener la compostura.
Allí, al borde de la planta superior del edificio abandonado, sin nada que la protegiera, estaba atada y yacía inmóvil al mismísimo borde, como si un solo movimiento pudiera hacerla caer al vacío. Su frágil cuerpo era barrido por la brisa temprana de la mañana, y por suerte, incluso dormida, estaba vestida con un grueso pijama, lo que probablemente la mantenía a salvo del frío. A pesar de esto, la vista seguía siendo aterradoramente impactante.
Esa imagen hizo que Reginald Bates deseara poder correr hacia ella y sostenerla en sus brazos en ese mismo momento.
Pero no podía.
Los últimos vestigios de racionalidad le decían a Reginald Bates que si se acercaba ahora, esas personas podrían soltarla en un instante, ¡y entonces Iris Thompson caería!
Hasta que estuviera lo suficientemente seguro de poder salvarla, tenía que mantener la calma.
Estaba esperando.