Hai Lan no era codiciosa; estaba muy agradecida por la forma en que la trataban.
Yun Shan era la hija de los padres adoptivos de Hai Lan, y Hai Lan siempre había sido amable con ella, y la pareja Yun también era muy buena con esta hija.
Así que Yun Shan creció con una personalidad despreocupada y vivaz, tan encantadora como un espíritu.
Naturalmente, no podía guardar nada para sí misma.
Hai Lan no le importaba que le preguntara e incluso se jactaba —Tu hermana es amada por todos y florece con las flores, ¿a quién no le gustaría yo?
Su respuesta fue hábil, y dado que era una gran estrella, tenía sentido que a todos les gustara.
Yun Shan estalló en risas y dijo felizmente —Sí, hermana siempre ha sido tan hermosa y destacada, y ahora que se ha convertido en una gran estrella, ¿a quién no le gustarías? Hermana, no sabes cuánto te envidio.
Las palabras de Yun Shan eran como la queja juguetona de una niña, haciendo reír tanto a Hai Lan como a Wei Zhijie.