Desear el mal a los demás a veces se vuelve en contra (2)

—Aquí tienes, señorita Penélope —dijo la dependienta mientras llevaba a Penélope al probador y preguntó—, ¿quieres que te ayude?

—No hace falta —respondió Penélope con el ceño fruncido. Miró a la mujer cuyas uñas estaban descascaradas y su cara estaba fruncida. ¿Quién sabe si esta mujer incluso se había limpiado las manos cuando ni siquiera sabía cómo manejarlas?

Entró al probador y cerró la cortina detrás de ella. Pronto comenzó a desabotonar su blusa; sin embargo, en cuanto empujó la tela de sus hombros, sintió que su mano izquierda le dolía aún más.

—Ah, ¿qué diablos? —murmuró Penélope—. Creo que necesito ir a un spa y recibir un masaje. Pero cuando bajó la blusa, se dio cuenta de que algo estaba mal ya que la manga de su blusa parecía estar pegada a su brazo.

Se preguntó si la manga se había enganchado en algo pero cuando Penélope bajó la manga y su piel desnuda quedó a la vista, sus ojos se abrieron como platos.

—Es—esto... ¿qué—qué es esto?