Xaden le lanzó una mirada extraña.
—Para ver a la serpiente de fuego debe haber un código —dijo ella—. Y si la Reina se entera, se va a ofender mucho.
—Y francamente, no me importa —respondió Xaden.
Miria lo miró, tomó su brazo y lo obligó a caminar con ella.
—Camina conmigo —dijo ella.
Era una orden y no una pregunta.
Comenzó a caminar con ella cuando sus hombres empezaron a seguirlos.
—Solo tú y yo —ella instruyó.
Él se volvió y asintió a sus hombres significando que se quedaran atrás.
Caminaron por el pasillo hacia un balcón muy abierto que estaba libre de entrometidos.
Ella se volteó y lo miró de nuevo.
—¿Qué quieres de mí, Xaden? —preguntó ella.
Él levantó una ceja.
—¿Eres la llama roja? —preguntó él.
—Gran sorpresa —dijo ella con un sarcasmo aburrido y cruzó los brazos.
—¿Por qué revelarte ante mí? —preguntó él—. Has sido anónima desde antes de que yo naciera.
—Buena pregunta —señaló ella—. Eso es porque para ayudarte, necesito que tú me ayudes a mí.