LA SERPIENTE DE FUEGO

Las mujeres se miraron entre sí y luego volvieron su mirada a Jazmín.

—No, tú no eres una maga —dijo Calline.

Jazmín sintió una sensación nauseabunda en su pecho.

Nunca se había sentido como una maga, nunca lo había considerado, pero la posibilidad de serlo había encendido un fuego en ella.

Un fuego de esperanza de que quizás era algo.

Y eso, como todo lo demás en su vida, también se había desplomado.

—Claro que soy nadie —dijo Jazmín débilmente para sí misma.

—¿No entiendes lo que estamos diciendo, verdad? —preguntó Rashida mientras lanzaba la pelota una vez más a Anna—. La taberna a la que entraste solo permite el acceso a magos. Tú y perrito aquí jamás hubieran cruzado a menos que rompieras el hechizo.

—Y la escalera de aquí también —dijo Calline—. También sospechamos que incluso sin nuestra ayuda habrías podido acceder a esta habitación.