Temprano la mañana siguiente, Jazmín se despertó en su habitación. Se estiró mientras se levantaba suavemente y los recuerdos de la noche anterior volvieron como un torrente. Sonrió para sí misma. Él había sido muy gentil con ella e incluso la había complacido con su amor por la astronomía. Era un lado de él que no había esperado ver o siquiera previsto. Entonces recordó cómo el bebé había pateado su estómago. Frotó su barriga y le habló.
—Ayudaste a tu padre a acercarse a nosotros —dijo Jazmín—. Gracias.
No hubo una patada de respuesta.
—Así que es solo la voz de tu padre la que te gusta oír y no la mía —cuestionó Jazmín.
Fue en ese momento cuando sintió la patada. Jazmín sonrió. Su hijo era muy inteligente y ya una pequeña traviesa niña de papá. Hubo un golpe en su puerta.
—Entra —invitó Jazmín.
La niñera y Marie entraron juntas.
—Buenos días, señora —saludó la niñera en cuanto entró en la habitación.
Jazmín le devolvió la sonrisa.