—¡Marro! —su madre exclamó, trayendo su atención de vuelta a la mesa.
Marro se enfurruñó mientras empujaba su plato.
Su madre sacudió la cabeza.
—No sé qué le pasa —dijo en voz alta.
—Si no quieres comer, tonto, yo me comeré tu comida —dijo Fabián, golpeándole los brazos.
—Déjame en paz —Marro siseó.
—Eres un bebé —Fabián se burló cruelmente—. ¿Para qué necesitas la comida? Solo los lobos reales como yo tenemos que comer para trabajar duro.
—¡Fabián, deja de molestar a tu hermano! —su madre exclamó. Y luego se volvió hacia su padre—. ¿Puedes creer que atrapé a Marro no tan lejos del bosque otra vez?
Los ojos de Marro se llenaron de molestia.
—Prometiste que no lo dirías —Marro dijo infeliz.
—¿Hiciste qué? —su padre preguntó enojado—. Prometiste que ya no te acercarías al bosque.
Su madre suspiró.
—Me perdí tratando de cazar un conejo —Marro mintió.
—Eso no es una excusa, joven —dijo—. Dijiste que si no hacías nada travieso nuevamente finalmente podrías unirte al grupo.