La puerta apenas se había cerrado cuando la Niñera Nia soltó un gruñido bajo e irritado desde el fondo de su garganta.
—Ella te odia —murmuró Nia mientras caminaba de un lado al otro del cuarto—. Y no me importa lo dulce que intente sonar, o cuántas veces se ponga encaje y perfume para disimularlo—ella te odia.
Jazmín se recostó sobre sus almohadas, con los ojos cerrados, las manos descansando sobre la suave hinchazón de su estómago.
—Nia —murmuró—. Por favor.
—Lo digo en serio —continuó Nia, sus botas resonando suavemente contra el suelo de madera—. Viste cómo miraba alrededor del cuarto como si estuviera inspeccionándolo. Como si solo estuviera esperando encontrar una grieta. Algo para pinchar.
Jazmín abrió los ojos lentamente. —Siempre se ve así.