EL SOLDADO DESAPARECIDO

El fuego crepitaba suavemente en el hogar, pero Jazmín apenas sentía su calor.

Ella se sentaba en la larga mesa del comedor, rodeada de murmullos y el tintineo de cubiertos, pero su atención estaba a mil millas de distancia. Su mano descansaba sobre su vientre, su pulgar haciendo un lento círculo sobre la curva. Una tranquila reafirmación para ella misma tanto como para la vida dentro de ella.

Aún ninguna palabra. Ninguna noticia. Ninguna señal de Xaden. Su pecho dolía con un miedo silencioso y persistente.

La silla a su lado se movió. Anna se sentó con un despliegue de sus largas mangas, como si fuera la dama de la casa.

Jazmín no la miró.

—Vaya, te ves pálida —dijo Anna dulcemente, alcanzando una copa de vino—. ¿Cómo te sientes, Jazmín? ¿Y el bebé?

—El bebé está bien —respondió Jazmín con tono plano, sin molestarse en encontrar su mirada.