Remia, Isla Rem, Palacio Real - 1 de Mayo - Año 497
Caminar por ese pasillo que avanzaba cada vez más hacia la oscuridad era la perfecta analogía de lo que se estaba convirtiendo su vida en ese momento. Una caída al vacío. Donde no había vuelta atrás. Había tomado esa decisión hacía mucho tiempo en su cabeza, por lo que su madre había sufrido, por lo que significaba para su vida, por ese motivo oculto, por su legado... Por quien era, por ese nombre que sería inmortal.
El poder, ese hermoso veneno que lo corrompió, sumado a su deseo de venganza hicieron de su mente un abismo, un abismo apto para nadie más que él mismo.
Había dejado demasiado atrás; el amor de Clio, las enseñanzas de su madre, a su propio hijo, su futuro como rey... Quizás había dejado atrás una vida feliz... Él amaba a Clio, sabía lo importante que fue ella para su vida, y más que nada sabía que la iba a hacer sufrir, mucho, demasiado... Pero, ¿Qué podía hacer? Ese deseo era más fuerte que él, por más que quisiera no podría hacer nada para impedir sus ganas de asesinar a su padre, no podría impedir convertirse en un monstruo. Por eso no luchó contra ese destino, solo lo aceptó, y se hizo más fuerte conociendo sus capacidades. No iba a ser débil al dejarse llevar por sus sentimientos, era más que eso... Rygal Di Rem era más que todo.
Se acercaba el momento de definir su pecado, de entrar, en su totalidad... Al infierno. Manos manchadas de sangre, una daga de plata afilada colgando de su mano, teñida de un color rojo que goteaba y dejaba a su paso un rastro de terror. Su rostro era impasible, pero su vehemente alma como contraste. Ese último paso al cruzar la línea en su totalidad le borró de la mente la humanidad... Su vida entera confluida en un sentimiento que lo arraigó a ese destino.
«Adiós Clio... Adiós Rhys... Adiós mamá... Adiós, para siempre...».
Y entró.
Mientras tanto...
El Consejo de Rem estaba en reunión en la sala del Consejo del Palacio Real. Seis clanes; Windsor, liderado por Mark Windsor; Dire, liderado por Lucyus Dire; Zaro, liderado por Oryol Zaro; Xitch, liderado por Yu Xitch; Hunter, liderado por Gyng Hunter. Vasallos del clan Di Rem, liderado por Ryhan Di Rem, el rey de Remia. Entre ellos formaban el gobierno de la Isla Rem, y consecuentemente el del Reino de Remia, nombre del territorio que habían comenzado a formar diez años atrás, mediante una campaña bélica y política en la cual se consiguió recuperar y anexar al reino algunos de los territorios que en la Cuarta Guerra Mundial se vieron separados en pueblos y pequeños clanes en consecuencia a la erradicación del Imperio Indil.
Dunch, Ajax, Adara, Maryale, Leto y Basil. Esos fueron los nombres otorgados a las ciudades refundadas. Todas ellas se encontraban en la periferia del Continente Central; Dunch y Ajax ubicadas al noreste, en las costas de la Bahía de la Libertad, frente a la Isla Rem; Maryale y Adara eran los lugares más fríos de la nación, se encontraban en la región norte del continente, la parte más cercana al Polo Norte, lugares repletos de nieve, tundras, y glaciares, además de flora y fauna polar. Por último, estaban las otras dos ciudades costeras de Remia, ubicadas al oeste; Leto y Basil, aquellas que daban hacia la Costa Oceánica de la nación.
La idea principal era tomar cuatro territorios más, dos de estos se encontraban limitando con el Gran Desierto de Infiana al suroeste, casi al comienzo de la cordillera dueña del Monte Shin que funcionaría de frontera con Fons cuando la incorporación estuviera completa. Estos serían nombrados Yor y Gala. Como la última ciudad fronteriza con Fons, y otra salida al océano, además de ser el camino directo al Monte Shin, también se les unía el tercer territorio, al que llamarían Crystel, ubicado al sureste, limitando con la capital; Ajax. El territorio restante se encontraba rodeado por Leto, Basil, Maryale, Adara y Dunch, el prenombrado Zenith, al centro de la nación.
Los cabeza de clan y el rey se encontraban reunidos en el Consejo con el objetivo de discutir, además de la expansión de la nación, una manera diplomática de lidiar con los problemas internacionales que había causado el golpe de Estado en Bellum Giant. Ryhan tenía miedo de que luego de lo sucedido en ese lugar, el tratado de paz que fue firmado posterior a la guerra entre Fons y Bellum Giant fuera roto por estos últimos, ya que, al parecer, quienes habían tomado el mando de la nación poseían una ideología fascista a través de un Estado totalitario.
—¿Qué haremos con la misión diplomática que enviamos a Bellum Giant meses atrás? A causa de la cuarentena impuesta por la familia Lagin no pueden volver a la isla, nadie esperaba un golpe de Estado cuando Yark envió la convocatoria... Y no sólo nos involucra a nosotros, tal accionar puede acabar en una desgracia si las demás naciones como Magnuria o Gorubore deciden atacar el reino al saber que sus representantes están atrapados y en peligro de vida —expresó Lucyus Dire. Su puesto se basaba en encargarse de las relaciones internacionales de la isla. La misión diplomática que envió a Bellum Giant eran miembros de su clan.
—No lo harán —aseguró Mark Windsor—. No tienen el poder necesario para hacerle frente a la segunda nación más poderosa del mundo... No querrán que suceda lo que sucedió con Indil en la guerra.
—Ciertamente... Aunque el golpe fue hace varios meses, y todavía no se ha siquiera estabilizado la sociedad o el gobierno en ese lugar, todo apunta a una guerra civil a causa de la revuelta del pueblo, ha llegado información de que pequeños grupos revolucionarios de los alrededores de la capital se encuentran comenzando un levantamiento, ciudades como Phoenix y Lyra son sólo algunas de las involucradas... Creo que lo más prudente sería sacarlos de ese lugar y cesar las negociaciones, lo último que necesitamos es una guerra con la segunda nación más poderosa del mundo —respondió Lucyus, leyendo toda la información escrita en sus documentos.
—Es la única opción, sin embargo, no tenemos comunicación con los nuestros dentro de ese lugar, la familia Lagin tampoco responderá nuestras demandas... La única forma es ir presencialmente, y traerlos a Rem —planteó Gyng Hunter, Comandante Supremo del Ejército Real.
—Padre... —dijo Ryder, dirigiendo su mirada a su padre, sentado en la silla ubicada en la punta de la mesa, justo a su lado.
—No lo creo... Él no es confiable —respondió Ryhan, comprendiendo la insinuación de su hijo.
—Es Rygal, o eres tú, su majestad. —Gyng Hunter fue claro y concreto.
—Usted no puedes ir a Bellum Giant, su majestad, pase lo que pase, ya no se encuentra en condiciones de usar su poder, no ha estado en batalla hace demasiado tiempo —aconsejó Oryol Zaro.
—No puedo enviar a Rygal —Ryhan siguió con su negación—. Él haría un desastre, y todo lo que intentamos evitar, se nos vendría encima.
—Su hijo ha nacido hace menos de una semana, él ya tiene heredero, no importa lo que suceda con él tampoco, además, sería como sacarnos un clavo de encima... La familia Lagin no se anda con rodeos —dijo Lucyus.
—Quitarnos de encima a Rygal —murmuró Ryhan. No era una mala idea, sin embargo, si él llegara a enterarse de lo que ellos estaban proponiendo en esa mesa. ¿Cómo reaccionaría? Seguramente para nada bien—. Rygal tampoco se anda con rodeos —aseguró.
—Podemos ofrecerle un ejército, para que no se sienta traicionado, ni como si fuese carne de cañón... Además, si no es el poseedor del Scire más fuerte del mundo, está cerca, no está en nosotros decidir eso, su majestad... No hay otra opción —definió Gyng.
Ryhan colocó su mano sobre su frente, con dos de sus dedos la acarició. Pensar en tal situación le daba varios dolores de cabeza, tantos como cada accionar rebelde de Rygal. Un año atrás, cuando su hijo recibió su Scire a cambio de la muerte de su esposa, Linda, obtuvo su primera amenaza de su parte: «Desde ahora, todo será como yo diga... ¿Has entendido, Ryhan Di Rem?». Y desde ese momento, no habían parado, y cada vez peor. Temía su muerte, sabía que esta estaba cada vez más cerca, Rygal no parecía avanzar para, cada vez estaba más frío y amenazante, más poderoso e intimidante. Estaba perdiendo su humanidad paso a paso, y cuando la llama de tal sensación de escape se consumiera en su totalidad dentro de su alma. Él lo haría... Lo mataría... Y ya no habría escapatoria para él tampoco.
Sus pensamientos evitaron que diera una rápida respuesta a lo dicho por Gyng. Cuando tuvo la decisión en su mente, alzó su mirada, y con un ligero movimiento, analizó el rostro de cada uno de los miembros de su Consejo. Todos lo miraban expectantes a oír la decisión que había tomado. Hasta cierto punto, había olvidado que él era el rey, y que mayormente tenía la última palabra en todas las sentencias que se dictaban en ese Consejo. La actitud de Rygal hacia él muchas veces le quitaba esa autoridad que su título otorgaba, y así como su propio hijo se deshumanizaba para algún día acabar con él. Él hacía lo mismo, para no sentirse miserable ni débil ante él cuando el momento llegara.
—Yo... —Apenas abrir la boca, su visión se encontró enceguecida. La luz dejó de funcionar, sólo había oscuridad.
No tuvo mucho tiempo de reacción. Fue todo en un santiamén, apenas ligeros chispazos que invadieron su campo de visión cercanos a unos milisegundos. Ruidos de metal acompañaron la oscuridad. De metal y de agonía, algo de salpicaduras también. ¿Era sólo eso? Aunque ese olor, ¿Sangre? Era el mismo olor que siempre impregnaba su olfato cuando golpeaba a Rygal o Linda hasta dejarlos desfigurados. Era ese olor, era ese ambiente... Era ese resultado. Lo había pensado sólo momentos antes, y no se lo hubiese esperado tan abrupto, tuvo suerte que logró deshumanizarse una última vez, porque lo sabía... Sabía lo que estaba por pasar. La muerte... Había llegado por él. A manos de su hijo.
—Vaya, vaya, vaya... —Una voz tétrica. Oscura y grave. Sin lugar, venía de todos lados.
La oscuridad cesó. Cuando los ojos de Ryhan encontraron claridad de nuevo, la imagen que los invadió fue espeluznante. Todos sus consejeros asesinados. Sus cabezas sobre la mesa, cubierta de sangre. Ojos abiertos, lo miraban a él. Era tormentoso, él les había otorgado ese destino. Eran los mismos ojos que lo miraban cuando Linda se encontraba bajo sus pies, rogando por su vida. La misma imagen.
Sólo Mark y Ryder seguían con vida. Ambos igual de paralizados que él. Apreciando con terror en sus rostros el crudo panorama que los invadía.
—Uno a uno. —La voz regresó—. Es tu turno... Mark Windsor. —Rygal se apareció detrás de Mark.
Apoyó su mano, casi sin fuerza sobre su nuca. Mark, paralizado, no pudo hacer nada para evitar que Rygal comenzara poco a poco a inclinarla contra la mesa. Hasta que... ¡BAM! Fuera aplastada contra esta, rompiendo el cristal en el proceso... Rygal repitió el mismo golpe varias veces, con cada uno, el rostro de Mark iba desfigurándose más y más. Con rencor. Como venganza. Sus palabras lo dijeron:
—Esto es todo lo que Clio sufrió de tu parte... ¡Maldito hijo de perra!
Cuando acabó con él, su mirada se dirigió a su hermano menor, justo al otro lado de la mesa, delante suyo. Alzó despacio su dedo índice. Ryder esperó lo peor, sin embargo, luego de cerrar sus ojos y haber aceptado su muerte. Nada pasó.
—Vete de este lugar... Ryder —sólo dijo Rygal, con una grave voz. Fría y filosa.
Ryder no esperó una segunda orden. Así como apenas logró asentir, entre tanto miedo, también logró ponerse de pie. Y como una bala, abandonó la habitación a toda velocidad.
Una respiración agitada. Con una sola patada, Rygal lanzó la mesa contra la pared, dejando sólo un espacio de apenas dos metros entre él y la silla de Ryhan. Para luego, sólo fijar su mirada en su objetivo.
Ryhan no reconoció nada en esta. Esos ojos de plata que su esposa tuvo, habían sido heredados por su hijo, pero no eran iguales. Eran fríos, como un glaciar. La crudeza y la brutalidad estaban plasmadas en ellos. Así como una ligera sensación de oscuridad que les daba una tono apagado, haciéndolos parecer... Vacíos. Cegados por las tinieblas. En ellos vio mucho. Ira. Odio. Venganza. Aunque también, cierto placer. Cierta sensación de grandeza y de victoria. Una futura hegemonía marcada por tal poder y presencia amenazante. Y entre tanto, desgracia y muerte. Guerra. Destrucción.
Su hijo era un demonio, tanto como podía ser un iluminado. No había nacido junto con la estrella del alba sin aguardar un destino sagrado. La señal de los dioses acompañó su linaje, y ese ser que se encontraba frente a él en ese momento fue creado por sí mismo, fue la consecuencia de sus pecados. La unión de toda la perversidad que dejó salir hacia él y su madre tantos años... Era la maldad personificada creada a través del sufrimiento y del odio que encarnaron un bucle perpetuo, convirtiéndolo así en la peor de las leyendas... El Príncipe de las Tinieblas.
—Rygal... Ni siquie... Ni siquiera lo intentes... Piensa dos veces antes de actuar... Lo que estás a punto de hacer... No es lo correcto... Rygal, por favor. —Ryhan intentó calmarlo alzando sus manos por delante de su rostro. Este movimiento, sumado a todo el estremecimiento que recorría su cuerpo dejando paso a un escalofrió, impidió que pudiera mantenerse sentado por más tiempo. Trastrabilló con las patas de su silla y cayó de espaldas.
Rygal apreció toda la situación, y al final, sólo se rio a carcajadas.
—¿Correcto? ¿En serio tú estás hablando de hacer lo correcto, Ryhan Di Rem? La última persona con el derecho de decir algo así eres tú, pedazo de mierda... Además, ¿Por qué debería de hacerte caso? ¿Tú le hacías caso a mi madre cuando rogaba que no la golpearas bajo un profundo llanto? ¿Acaso me hacías caso a mi cuando te pedía a los gritos que me sacaras de ese maldito calabozo? ¡NO! Jamás lo hiciste, y ahora que ves tu vida amenazada intentas pedir por favor que piense antes de actuar, eres un asco Ryhan... Toda tu vida lo fue. —Rygal fue acercándose a su padre paso a paso. Limpió con su manga la sangre de su daga. Iba a necesitar que esta estuviera limpia cuando la clavara en el pecho de esa escoria.
—No... Por favor... Rygal, soy tu padre... No lo hagas... Te lo pido... Me arrepiento de todo lo que hice... Perdón por lo de tu madre... Perdón por lo que sucedió contigo... Lo siento por todo... Fui una mierda, lo sé... Pero no me mates... Por favor —Ryhan rogó por su vida, mientras se arrastraba por el suelo en un intento de escapar de Rygal.
—Eres muy gracioso corriendo por tu vida, ¿Recuerdas cuando me dijiste que era el arma de esta nación? Bueno, entendí que lo peor que le pudo pasar a este lugar es tu gobierno, y así, como es mi deber como arma de esta nación, eliminaré cada una de las amenazas... Esto se termina aquí, Ryhan Di Rem... Llegó mi hora... Este momento se quedará por siempre en mi mente —declaró Rygal. La sonrisa que esbozó ocupó su rostro de par en par—. Y este, aún más —agregó.
El corazón de Ryhan Di Rem fue atravesado por una daga de plata que su hijo, Rygal Di Rem, enterró en ese lugar. No hubo agonía, fue una muerte instantánea. La sangre comenzó a correr por el suelo y llegó a los pies de su asesino.
Rygal sosegó su sonrisa. La seriedad lo invadió, y junto con eso, la sensación de vacío luego de cumplir su venganza. No iba a ganar nada, siempre lo tuvo en claro, lo que su madre le había dicho era lo único correcto en su vida. Porque hasta eso dejó atrás. Y únicamente abrazó ese destino... Ese destino que era sólo para él.
Dio vuelta su palma, manchada de sangre. La palma con la que había aplastado la cabeza de Mark Windsor. La misma mano en la cual tenía su anillo de matrimonio, el único símbolo de amor que le quedaba, su unión perpetua con Clio, aquella que sólo iba a tener un significado vacío desde ese momento en el cual sólo le quedaba un camino de soledad. Tenía que dejarla atrás, a ella y a Rhys. A ella, y a ese futuro que pensó poder vivir. A ella... Y a su amor, y a su felicidad. Pero entre todo, sabía que no iba a poder hacerlo. Separarse de Clio iba a ser la única lucha que jamás ganaría, no sí ella decidía quedarse a su lado, y no hacerle caso, creer que tenía salvación, y aunque sea un poco, iluminar la oscuridad de su alma.
—Vete de mi lado... Clio... Vete y no regreses... Déjame solo, con mi pena, con mi desgracia... Con mi tragedia... Si ya no hay vuelta atrás, no tienes por qué regresar... Hazlo, por favor —rogó, apreciando como su anillo recuperaba ese brillo que la sangre ocultó—. Si no lo haces, te haré sufrir... Y si te hago sufrir. —Volvió su mirada al cadáver su padre—. Todo esto... ¿Cuándo se acabará? —preguntó. Su voz se quebró. Las lágrimas cayeron por su mejilla y mojaron sus palmas—. El último gesto de amor de tu parte, será el final... Me abrazará la soledad... Déjame acabar así... Déjame atrás... Esa... Es nuestra única salvación.
Días después...
Remia, Isla Rem, Torre de Vigilancia del Oeste - 5 de Mayo - Año 497
—Serás el rey.
Ryder alzó su mirada ni bien escuchó tal sentencia salir de la boca de su hermano. Esta se encontraba serio, con su mirada perdida en el horizonte. Estaban en la cima de la torre de vigilancia de la compuerta principal de los muros de la Isla Rem, aquella que se encontraba al oeste. Apreciando el océano, y a lo lejos, cientos de kilómetros más allá, una bahía que definía un lugar. La tierra prometida. El Reino de Remia.
—¿Es una idea sensata? —preguntó Ryder, inconcluso, no entendía para nada lo que se le había pasado por la cabeza a Rygal.
—Tengo una idea para organizar el gobierno, no necesito ser el rey para gobernar el reino... Pero para eso, necesitamos concretar el plan incompleto de anexar los territorios que el anterior Consejo tenía planeado... Debes ayudarme con eso —respondió Rygal.
—Está bien... Con respecto a la respuesta sobre lo que sucedió con el Conse...
—Falla de gas... Las cañerías causaron una fuga en la sala, alguien se encendió un cigarrillo, y esta explotó... Un desafortunado accidente —Rygal repitió la misma coartada que le había dicho a su hermano días atrás, cuando este lo vio salir de la sala del Consejo, envuelto en sangre.
Ryder estaba en pánico, tan asustado que la inquietud invadió su cuerpo, quería quedarse quieto, en un lugar solo, no hacer nada para causar el enojo de su hermano mayor y acabar como acabaron todas las personas dentro de esa habitación. Pero nada de lo que realmente temía sucedió. Su hermano salió de la sala, casualmente, el rostro de enojo y cierta burla que había tenido momentos atrás ya no se reflejaba en este. Era algo entre alivio y angustia, lo menos esperable luego de haber cometido tal acto. «Rygal... Yo...», su hermano colocó su dedo índice sobre sus labios impidiendo que siguiera: «No te haré daño, Ryder... Tú no eres culpable de nada, y ahora... Ya no tienes que seguir las ordenes de Ryhan nunca más, sé que odiabas eso... Sé que lo odiabas a él también, cómo para no hacerlo».
No sabía si era odio. Tal vez, sólo miedo, un miedo que ocultaba detrás de un respeto impuesto por la intimidante figura de su padre. Pero que nunca existió. En cierto punto, admiraba más a Rygal que a Ryhan. Su hermano mayor jamás se sometió al poderío que su padre parecía emanar, sino que todo lo contrario, él opacaba todo eso con sólo su presencia, y su mirada de plata. Un silencio, y a otra cosa. Rygal era extraño, y aunque apenas lo conocía desde hacía casi dos años, sentía que en él recaía incluso hasta su propia vida. Como nunca recayó en Ryhan.
«Dime que siendo el rey no viviré bajo tu yugo, Rygal... No te conviertas en nuestro padre», pensó.
—Es algo que tendrás que dejar en claro con los nuevos consejeros... Nadie comprende muy bien la situación, he oído que muchos ya se encuentran camino al palacio para la reunión de mañana —comentó el joven.
—William Windsor y Fergye Hunter son los únicos que vendrán, el resto de familias aún no han decidido un representante —aclaró Rygal.
—William Windsor... ¿El hermano de Clio? —preguntó Ryder.
—Sí, es él —asintió Rygal.
—Tienes ventaja en eso, yo puedo ayudarte con Fergye Hunter, es el hermano mayor de Yndra, hemos hablado algunas veces, y tenemos una buena relación —declaró Ryder.
—¿Qué sucede contigo y ella? —preguntó Rygal, apenas desviando un poco su mirada en dirección a su hermano.
—Probablemente nos casemos, aunque... Si me dices que seré el rey, eso deberá esperar —respondió su hermano.
—Claro... Es sensato —asintió Rygal—. Necesitaremos el ejército del clan Hunter para viajar al continente igualmente, si tienes buenas relaciones con esa familia tu matrimonio con Yndra será una pieza clave, eso y el hecho de que serás el rey, no podrán decirte que no, así como Gyng hizo todo lo que Ryhan siempre le pidió —explicó.
—¿De qué se trata ese viaje? Sé que algunos pueblos se han rebelado contra la campaña de conquista de Ryhan, sin embargo, no creo que sea necesario someterlos a través de la fuerza —expresó Ryder.
—No lo haré, será únicamente un movimiento diplomático, no usaré las armas ni mi Scire, pero necesito el ejército para el recorrido que haremos, hay lugares claves que funcionarán como núcleo de poder, donde instauraré un gobierno previsorio a cargo de lo que las personas que habitan ese territorio reconozcan como líder, luego podré encargarme de que esa persona o grupo le sea leal a la Corona, así como una organización homogénea a través de una política territorial, pero eso formará parte recién de la segunda fase —Rygal se explayó.
—Lo tienes muy en claro —dijo Ryder, con cierta admiración en su mirada.
Él jamás hubiese tenido un plan tan bien ajustado a lo que en ese momento tenían. La forma de hacer las cosas de su padre eran siempre improvisadas, y podía asegurarlo, él pasaba la mayor parte de tiempo con él en la sala del Consejo. Ryhan casi nunca pensaba algo por él mismo, después de todo, dependía totalmente de lo que su Consejo propusiera, y de lo que a él le pareciera interesante. Rygal no era así, estaba determinado desde el inicio, y no planeaba actuar sin antes tener todo preparado. Y con tal actitud, Ryder juró asegurar de que todo lo que su hermano tenía plasmado en su mente, se haría realidad en algún momento... Porque tenía la presencia y osadía necesarias para llevarlo a cabo. Era obstinado y persistente, organizado e inteligente, era el líder perfecto, ya que además tenía ese poder... Tal vez, podía aceptar ser la cara visible de un reino que no gobernara, siempre y cuando el que estuviera detrás de las sombras fuera su hermano mayor.
—Nunca me gustó la forma de gobierno de Ryhan, siempre me pareció un incompetente que no hubiese podido fundar Remia sin el resto de clanes que lo siguieron sólo por su anterior puesto como sublíder en Indil... Tuvo suerte con su Scire, pero jamás compensó las expectativas... Lo limitó una corona de oro, y un poco de poder —declaró Rygal, entre dientes. Afinó su mirada lo suficiente como para que la seriedad invadiera su rostro—. Remia es sólo el comienzo, de tanto... —musitó. Su mirada se perdió en el horizonte, que junto con el brillo dorado del sol poniéndose detrás de la lejana tierra que clamaba el nombre de Remia dio un vistazo de divinidad... Eso le dio una idea.
—¿Qué haremos con la religión, las culturas, las leyes, y todo eso? Tendremos que definir una constitución, ¿No es así? —preguntó Ryder, en el momento exacto.
«Diste en el clavo, Ryder —pensó Rygal—. Necesitamos hacer feliz al pueblo, las personas necesitan algo por lo que vivir, deben aferrarse a la vida de alguna manera... Y ya sé que haré para que lo hagan».
—Ya sabremos qué hacer para conseguir unir algunas costumbres a una nueva cultura remiana, dependiendo el territorio en el cual se lleven a cabo... De eso pueden encargarse los líderes de cada lugar... Aunque, la religión... —dijo Rygal, y esbozó una sonrisa—. ¿Ves eso? —le preguntó a su hermano, alzando su dedo índice que apuntaba justo al horizonte que había estado apreciando desde hacía un largo rato.
—El sol se está poniendo —respondió Ryder, con obviedad—. ¿Qué sucede con eso?
—Sun... El dios del sol... Con este panorama, su figura de divinidad llegará a tener más sentido del que parece —dijo Rygal, asintiendo para sí mismo, ligeramente.
—¿Desde cuándo eres creyente? —Ryder lo miró, tanto confundido como sorprendido.
—No soy creyente, me casé con Clio por civil de hecho... Pero un pueblo no puede perder la fe, además, la figura del rey debe de tener un simbolismo divino, siempre está unida a la religión... Ya que de alguna u otra manera, las personas deben encontrar en él la salvación... Y ante todo, es la única forma de mantenerlos en unidos a través de una sola identidad... Llamada Remia.
—Rygal, eso podía funcionar hace quinientos años, o más incluso, pero ahora, ¿Qué poder tiene la religión?
—El del desconocimiento, nadie sabe si realmente los dioses son reales, y aunque asumamos algo contrario, siempre hay una pizca de anhelo de creer... Y al final, cuando no quede esperanza, será la única opción que existirá, aquella que no tendrá sentido, por lo tanto, seguir adelante para encontrarlo es un impulso humano... Es una maldición que la humanidad aceptó a cambio de esta misma, y si para seguir vivo significa que hay que aferrarse a algo, haremos lo que sea necesario para que esto sea así —aseguró Rygal.
Su puño se cerró con fuerza al recordar ese pensamiento que siempre limitaba su sentimiento de anhelar la soledad. Él no estaba aferrado a la religión, desde su nacimiento esta ni siquiera se había extendido lo suficiente en Rem como para que se le fuera inculcada en su crianza, y aquellos dioses antiguos que adoraban los ciudadanos indiles que huyeron a la isla comenzaron a formar parte del olvido luego de la destrucción del imperio. Él sabía a lo que estaba aferrado, aquello que no le permitía dejar atrás su humanidad. Él sabía cuál era su maldición, o los resquicios de un alma perdida que quería encontrar un poco de paz... Aquella, que no permitía un destino sólo para él.
Se despidió de su hermano cuando recordó que tenía que volver al palacio. El hermano de Clio, William, y su esposa, Dyna, llegarían a este con la intención de conocer a Rhys, su hijo recién nacido. Clio le hizo prometerle días antes que, aunque hubiese acontecido aquel suceso con ellos días atrás, seguían siendo esposos, y los padres de Rhys, por lo que iban a tener que estar juntos de todas formas. Él aceptó a regañadientes, supo que su actitud ese día había afectado a Clio, últimamente no hablaban mucho, ella era cortante, y no dormían juntos, ella dormía con Rhys. Comprendía su respuesta, prácticamente le había dejado en claro que no iba a estar a su lado desde ese momento, rompiendo con esa promesa que le hizo cuando le pidió matrimonio. Dañar a Clio no era su plan, ni su pensamiento, de hecho, le dijo eso justamente para no hacerlo, pero la hermosa mujer de ojos verdes de la cual se había enamorado era intrépida y pertinaz, él la hizo así... E iba a tener que cargar con las consecuencias del amor que ella sentía por él, y el que él sentía por ella... Al menos, hasta que ella tomara esa decisión, y le dejara paso libre a su caída... Eternamente.
Después...
Remia, Isla Rem, Palacio Real - 5 de Mayo - Año 497
Su casa, la que compartía con Clio, era una construcción dentro del mismo palacio. Esta se encontraba de camino al subsuelo, un área del palacio casi al centro de este, que se llegaba a través de una escalera a la cual se entraba por la parte norte del palacio, la que pertenecía a las instalaciones de la Guardia Real. Prácticamente, la parte más segura de la edificación. El camino al subsuelo desembocaba en un patio interno con techo de cristal, para así conseguir que la luz solar y lunar llegaran hasta lo más profundo de lugar. El patio era una especie de jardín que funcionaba a su vez como parque, repleto de árboles floreados y diferentes tipos de flores autóctonas de la isla, era un lugar colorido y pacifico, parecía un Edén.
Ese era el lugar donde a su madre le gustaba pasar más tiempo, ella casi siempre estaba en ese lugar, sola, en tranquilidad. Le gustaba leer bajo los árboles, o regar las flores. Pocas veces estuvo en ese lugar con ella, la mayoría del tiempo intentaba estar lejos, para que su padre no la buscara y le hiciera daño. De ese lugar sacó todas las flores que dejó en su tumba. Y luego de su muerte, nadie volvió, hasta casi un año después, cuando la llevó a Clio.
A la chica le encantó el ambiente, amó la decoración, la construcción, y la paz que ese lugar emanaba, y de tal sensación de placidez nació el deseo que hizo ese pedido: «Quiero vivir aquí». Cumpliendo el deseo de su amada, construyó una casa específicamente diseñada para caber en ese lugar sin romper la armonía que lo caracterizaba, y luego de casarse, ambos se instalaron en ese lugar, el cual se convirtió en su hogar.
—Llegas tarde —dijo Clio, al verlo llegar.
Ella se encontraba parada en la puerta de su casa, afuera, con sus brazos cruzados. Rygal notó algo de desencanto en su rostro. No era molestia, pero podía pensar que tal vez a ella sí algo le había fastidiado que él no hubiese llegado a la hora pactada.
—Lo sé, estaba hablando con Ryder, se me pasó el tiempo, lo siento —se disculpó Rygal, quien bajaba caminando por la escalera.
—William y Dyna ya están dentro, preguntaron por ti —comentó la chica, colocando sus brazos a los lados—. ¿De dónde vienes? Le pregunté a los guardias por ti, me dijeron que pediste un helicóptero para que te llevaran a la torre de vigilancia de la compuerta principal,
—Es verdad, quería ver algunas cosas sobre los muros, y además hablar con los guardias... ¿Te preocupa algo? —preguntó él, notando que su rostro no cambiaba de expresión.
—En la mañana te vi hablando con una de las chicas de Administración... Le sonreíste, ella te siguió el juego. —Clio bajó su mirada, y con un suspicaz movimiento, pasó su brazo derecho de un lado al otro, y acaricio su antebrazo izquierdo.
—Sí, le pedí unos documentos que necesitaba para comenzar a organizar el nuevo Consejo, y demás... Sabes que voy a estar algo ocupado últimamente, y lo de la risa... En realidad sólo fue forzada, me reí de un chiste sin gracia que hizo, debo ganarme la confianza de las personas que trabajan en este lugar, después de todo, seré su líder en algún momento, ¿Pasa algo con eso? —respondió Rygal, lo más sincero posible. Sabía lo que ella estaba pensando, pero él no le estaba mintiendo, nunca se le hubiese pasado por la cabeza serle infiel a Clio con esa chica, de la cual ni siquiera recordaba su nombre.
—No, nada... No me importa igualmente, sólo quería saber. —Clio sacudió su cabeza, quitándole importancia.
—Clio... —Rygal se adelantó unos pasos, casi llegando a ella—. Estoy casado contigo, hay un compromiso que debo cumplir, no pienses que puedo llegar a serte infiel con cualquier chica que se me cruce, no soy así... Y eso lo sabes, me sorprende que hayas pensado eso de mí.
—¿Un compromiso? —ella preguntó, ignorando todo lo demás que Rygal le dijo—. ¿Sólo soy eso para ti?
—Clio, creo que ya... —la imagen que invadió sus ojos impidió que siguiera hablando. Esos ojos verdes esmeralda de su esposa lo miraron en un instante, algo tristes, decepcionados. Y como siempre, despertaron en él una intensa sensación de arrepentimiento... Jamás se iba a acabar—. Clio, tú jamás serías un compromiso para mí, yo realmente te amo... Pero muchas cosas pasaron de la nada, y de todo debo encargarme yo, nadie más, estoy un poco agobiado, no pienso bien lo que digo o lo que hago, y lo único que me da un poco de sosiego entre tanto, es llegar en la noche, abrir la puerta de la habitación de Rhys, y verte dormir a su lado, ambos, tan lindos... No lo sé, Clio... No sé qué sucede conmigo, y realmente anhelo encontrarle lógica lo que siento... No te voy a pedir ayuda, porque sé que eso no es tu trabajo, pero por favor, dame tiempo... Sólo eso te pido, nada más.
Eso no era una mentira, lo tenía bien en claro. Esos eran sus más honestos sentimientos, y los había dejado salir, frente a Clio, otra vez, ignorando esa actitud que tuvo con ella días atrás, cuando le mintió en la cara. Sin embargo, también sentía que todo eso que estaba diciendo era a su vez otra mentira, pero esta vez, hacia él mismo. Era complicado comprender qué era una mentira y qué era una verdad en su corazón, en su alma, o en sus sentimientos. Perderse en la oscuridad significaba eso, y la soledad no daba respuesta a nada, por lo tanto, no lo iba a encontrar por sí solo. Quiso asumir que dejaba todo atrás, y sabía que en un futuro, cercano o lejano, eso que le estaba diciendo al amor de su vida, ya no iba a significar lo mismo, y fuera una mentira o una verdad, iba a decir lo contrario, y así, seguirse mintiendo a él, o a ella, distorsionando lo que sentía, difuminando un vistazo a su pasado, así como sucedió ese día cuando vio la foto de su madre. Todo se iba a quedar atrás, y él no iba a poder volver. Y mentirse, diciendo que anhelaba eso, era la única manera de que todo se convirtiera en una verdad.
Esperaba que Clio se diera cuenta de eso antes que él. Esperaba que ella no cayera en esa falsa verdad, en esa mentira disfrazada de mundo de sueños que él prometió. Esperaba que ella no asumiera que el destino que le esperaba, fuera sólo para ella también. Ella podía seguir conservando su humanidad, era lo que más la caracterizaba, y era lo que la iba a acompañar por siempre, junto a todo lo que ella lograra con tal espíritu. Esa humanidad le daba carácter, le daba sensibilidad, le daba belleza y amor. Ella era todo lo que él no, y que corriera con ese destino, era injusto, y trágico. Ella, era en sí misma su propia salvación. Mas no la suya.
—Ven. —Ella estiró sus brazos y calzó la corbata de su esposo entre sus manos. Luego de acomodarla, hizo lo mismo con sus cabellos, el viento de la cima de los muros se lo había desorganizado todo—. Listo... Podemos pasar —dijo, colocando su brazo alrededor del de él.
—¿Estás segura? —preguntó Rygal, confundido con ese extraño cambio de actitud.
—Deja de pensar en estupideces, y sólo... Sigue, has lo que tengas que hacer... Preocuparte por tanto es en vano, podrás arrepentirte luego, si es que lo haces —dijo ella, con seguridad.
—Si tú dices —respondió Rygal. Al instante, esbozó una sonrisa.
«¿Mi maldición? —pensó—. ¿Qué será aquello que me mantiene en este mundo? ¿Qué me da humanidad?».
Era una respuesta obvia, tal vez no tan obvia para esa mentira que intentaba formar, pero sí obvia para el Rygal que aún, dentro de su alma, profundamente, todavía seguía sintiendo. Y ese destino nunca sería sólo para él, mientras amara a Clio, mientras ella todavía siguiera pensando que él tenía salvación... Así como él lo pensaba, abrazando su verdad. Él quería que ella lo fuera, y su anhelo de salvación, era su maldición. El amor... El que sentía por Clio.
—Tú... —dijo, inconscientemente.
—¿Yo qué? —preguntó Clio, alzando su mirada hasta su rostro. Noto esa sonrisa plasmada en este, y ella también sonrió.
—Tú eres mi salvación.
«Tú eres mi maldición».