—Ah… silencio… tan dorado. —La relajada voz de Marsella acariciaba el aire silencioso con una taza de té en su mano. Su dedo hizo un gesto, sorbiendo la taza, exhalando con satisfacción.
—Sé que mi belleza es comparable a la de una diosa, pero si vas a hacerme alguna pregunta, hazla —murmuró despreocupadamente mientras colocaba elegantemente la taza de té sobre el platillo. Marsella parpadeó sus largas pestañas, posando sus ojos en Aries, que estaba sentada frente a ella en esta mesa redonda de mármol.
—¿Entonces? —inclinó la cabeza hacia un lado—. ¿Qué es lo que necesitas saber? Podemos quedarnos en silencio todo el día y llamarlo construir una relación. No me importa si ese es el camino que vamos a tomar.
—Eres muy directa. —Aries sonrió sutilmente, solo para ver a Marsella encogerse de hombros.
—El tiempo es lo único que poseo, pero no es tu caso —dijo Marsella rápida—. Te estás quedando sin tiempo, Ram.
—¿Ram? —Aries, ¿no es ese tu nombre? Aries, Ram. Lo mismo.