—Abel... —Aries susurró con respiración entrecortada, corriendo por el pasillo, dirigiéndose al gran salón que rara vez se utilizaba. No le importaba si alguien la veía, aunque afortunadamente no había topado con nadie.
Qué bueno que llevaba ropa masculina. Por lo tanto, su movilidad no estaba restringida por esos pesados vestidos. Aries agarró su peluca mientras corría, quitándosela y dejando caer sus trenzas.
«Por favor, por favor, por favor», rezaba interiormente, apretando los dientes. «Por favor que esto sea solo mi imaginación. Que no le pase ningún mal».
Aries aceleró el paso, corriendo tan rápido como era posible. La adrenalina bombeando a través de cada fibra de su cuerpo la impulsaba a superar sus límites. Las luces disminuían en número, pero la disminución gradual ayudaba a que sus ojos se ajustaran hasta que la única luz que le mostraba el camino era la luz de la luna de cada ventana.
Pronto, pudo ver la entrada del gran salón.