—No mueras, no guardes secretos de mí y nunca decidas por mí. Esta… es mi vida y si me quieres, entonces deja de lastimarme. Es tan injusto, Abel. Yo… estoy herida —dijo con tristeza.
Abel exhaló pesadamente, cerrando sus ojos. Cuando los volvió a abrir, lentamente alejó su cuerpo del de ella. Después, acunó su rostro con sus manos, secando sus lágrimas con su pulgar.
—Estoy equivocado aquí, ¿no es así? —preguntó, y ella asintió mordiéndose el labio inferior—. No volverá a pasar. Lo que quiero decir es que cosas como el aquelarre podrían volver a suceder, pero tú lo sabrías en lugar de sorprenderte cuando ocurra.
Aries frunció los labios, estudiando su rostro para detectar alguna mentira en él. Parecía que decía la verdad.
—¿Promesa? —preguntó ella con voz diminuta, observándolo asentir.
—Lo prometo —él aseguró—. ¿Me perdonarás ahora?
Aries apartó la mirada, con los labios cerrados —Todavía no.