El aroma de tu sangre desgarra mi alma

—Ya veo —la sonrisa de Abel no llegó a sus ojos—. ¿No me iluminarás, querida? No deseo discutir por malentendidos. Creí que eran tus amigas. A estas alturas, debes haber sabido que no desean casarse conmigo, el emperador. Entonces, ¿por qué las envenenarías sabiendo que nuestra relación no sería un problema para ellas? ¿Ya no tienes ninguna conciencia al mentirle a tus amigas, querida? ¿O ha cambiado tu opinión sobre nosotros?

—Ja. Qué insulto —Aries soltó una risa seca—. Las aprecio y son damas maravillosas, aptas para ser candidatas a emperatriz de este imperio. Me siento mal —terrible cada vez que les doy de comer mentiras. Sin embargo, apreciarlas no significa necesariamente que confíe plenamente en ellas, Abel. Todavía eran candidatas y nosotras seguimos siendo rivales. Cualquier cosa puede suceder en el palacio imperial y yo no soy tan fuerte como para estar tan relajada como tú.

—¿Oh? —sus labios se curvaron en una sonrisa satisfecha.