Aries cerró sus ojos tan tiernamente. Su mirada cayó en la mano que Fabian estaba sosteniendo mientras la guiaba al ala más distante de los aposentos de la reina. Levantó sus ojos para mirar su espalda.
—Ya han terminado. —Su sonrisa se desvaneció, haciendo que él se detuviera en seco—. Puedes soltarme ahora.
Fabian soltó su mano y se dio la vuelta para enfrentarla. Sus labios seguían curvados en una sonrisa que alcanzaba sus ojos entrecerrados.
—¿Por qué me llevas aquí? —preguntó, cruzando los brazos bajo su pecho—. No me gusta esa expresión en tu cara, Fabian.
—Siempre tengo esta expresión.
Aries se encogió de hombros, dándole la pista de que no le gustaba en absoluto esa sonrisa malvada fija en su rostro. Aunque él siempre sonreía con los ojos, podía decir que su sonrisa esta vez decía algo diferente.