Qué amable de su parte

—¿Te quedarás aquí? —preguntó Aries después de un tiempo de silencio.

—¿Tú lo harás? —devolvió Abel.

Presionó sus labios en una línea delgada, encogiéndose de hombros ligeramente. —¿Quién sabe?

—¿Puedes dejar este lugar? —él preguntó a pesar de tener una respuesta en su cabeza.

—Todavía no —salió en una voz apagada—. Hay muchas cosas que debo hacer como la reina, Abel.

—Ya veo…

—¿Me esperarás?

—No.

Una leve fruncido instantáneamente dominó su rostro, mirando fijamente a sus ojos.

—No te esperaré, pero te acompañaré. Después de todo, Haimirich todavía está durmiendo, y mi hermana se asegurará de que siga igual por el momento —explicó Abel tranquilamente—. Hasta que puedas volver a casa, me quedaré dondequiera que estés.

—Tu hermana…

—Ella fue quien me despertó.

—¿Lo hizo?

—No pareces sorprendida, querida. —Su ceja se arqueó, observando su extraña reacción—. Normalmente, estarías muy entusiasta acerca de mis hermanas. Pero ahora, no pareces tener ninguna.