El zumbido del ventilador en mi habitación era lo único que rompía el silencio. El cursor parpadeaba en la pantalla vacía. Las manos me temblaban levemente sobre el teclado.
—¿Dónde está…? —susurré, abriendo una vez más la carpeta donde debía estar mi manuscrito.
Había revisado esa memoria más de diez veces. Lo había guardado ahí justo antes de irme a clases. Estaba completamente segura. Pero ahora… no había nada. Ningún archivo. Solo carpetas vacías. Como si jamás hubiera escrito esas doscientas páginas que cambiaron mi vida.
Me levanté de golpe, abriendo cajones, revisando mochilas, desconectando la laptop, reiniciándola por si acaso. Incluso miré bajo la cama, como si el archivo pudiera haber caído ahí de forma mágica. Nada.
—No… no puede ser… —murmuré, con el corazón acelerado—. ¿Y si alguien… lo borró?
Me detuve un segundo, viendo el reflejo de mi rostro pálido en la pantalla. Esa novela era mi vida. Mi boleto a Tsukishima. La prueba de que merecía estar aquí. Si alguien la había borrado… entonces…
“¿Y si nunca debí venir?”
Me llevé la mano al pecho, intentando calmar mi respiración. No podía dejarme llevar por el pánico. Tenía que mantener la calma.
—Tranquila, Natsuki. A lo mejor solo la pasaste a otra memoria… o la guardaste en otra carpeta… —me dije a mí misma, aunque no lo creía del todo.
A la mañana siguiente, fui a la escuela con una nube sobre mi cabeza. Mi cuerpo estaba presente, pero mi mente… solo pensaba en el manuscrito perdido. Aiko fue la primera en notarlo.
—¡Haru! —me llamó, agitando la mano desde el pasillo—. ¡Aquí!
Me acerqué sin muchas ganas. Aiko me observó con ojos preocupados.
—¿Estás bien? Tienes cara de no haber dormido nada.
—No dormí. No encontré mi manuscrito… el que me trajo hasta aquí. —Lo dije como si al decirlo en voz alta pudiera volverlo real.
Aiko abrió los ojos con sorpresa.
—¡¿Qué?! ¿¡El manuscrito del concurso!? ¿El mismo con el que ganaste!?
Asentí, sin poder mirarla a los ojos.
—Estaba seguro de que lo guardé bien, pero ahora… no aparece por ningún lado. Revisé todo.
Aiko me tomó del brazo con fuerza.
—¡Tienes que contárselo al club! ¡Tal vez alguien pueda ayudarte!
—No sé si sea buena idea. No quiero preocupar a nadie… y ni siquiera estoy segura de qué pasó.
—¡No estás sola, Haru! Si ese manuscrito desapareció, entonces alguien lo tomó. O al menos… no estás loca.
Sonreí levemente. Aiko siempre sabía qué decir para tranquilizarme, aunque sus palabras solo eran un pequeño bálsamo para la tormenta en mi cabeza.
Esa tarde, fui al club de literatura. La sala era la misma de siempre: estanterías llenas de libros, una pizarra blanca, tazas medio vacías de café instantáneo. Pero todo me parecía extraño, como si algo no encajara.
Yui fue la primera en saludarme, con su habitual energía:
—¡Haru-chin~! ¡Llegaste! ¿Estás bien?
—Más o menos —respondí, intentando parecer normal.
—Se te ve rara… ¿te pasó algo? —insistió, inclinándose hacia mí con una sonrisa forzada.
—No… bueno, sí. Es que… perdí mi manuscrito.
Yui dejó de sonreír por un segundo.
—¿Tu… novela? ¿La del concurso?
—Sí. Estaba en mi memoria. Pero ya no está. Y no está en ninguna de mis mochilas, ni carpetas, ni copias.
El presidente del club, Satoshi, dejó el libro que leía y se acercó.
—¿Estás segura de que lo tenías en esa memoria?
—Completamente.
Hubo un silencio incómodo. Yui bajó la mirada. Kana no estaba presente, y por alguna razón… lo noté justo en ese momento.
—¿Dónde está Kana? —pregunté.
—Dijo que hoy se le haría tarde —respondió Satoshi—. No dio muchos detalles.
—¿Justo hoy? —susurré para mí.
—¿Crees que alguien lo haya tomado a propósito? —preguntó satoshi desde su esquina, con tono serio.
—No lo sé… pero ya no creo que sea una coincidencia.
Yui, que había estado callada, soltó de pronto:
—¿Y si alguien lo robó porque quería usarlo para sí?
Todos la miramos.
—Digo, si tu novela era tan buena como para traerte aquí, tal vez alguien la vio… y pensó en copiarla, o borrarla por celos.
La idea me revolvió el estómago.
—¿Pero quién haría algo así?
Satoshi se cruzó de brazos.
—No tenemos pruebas de nada… pero si alguien en esta sala sabe algo, debería decirlo.
Yui se encogió de hombros.
—No me mires a mí. Yo no hice nada.
Otra vez ese tono nervioso. Esa forma de evitar mi mirada.
—Solo digo que… a veces hay gente que no soporta ver a otros cumplir sus sueños.
Esa noche, en mi habitación, el silencio volvía a envolverme. Me tumbé en la cama, exhausta. Cerré los ojos. Y entonces, otra vez…
Un sueño apareció
Un campo verde, el cielo de primavera. Corría por la mano de un niño hacia una colina.
—¡Vamos, más rápido! —gritaba él, con una sonrisa tan brillante como el sol.
—¡Espera… no tan rápido! —reía yo, sin aliento.
Subimos la colina y al llegar a la cima, lo vimos: un pequeño pueblo a la distancia, casas diminutas entre los árboles.
—¿Verdad que es bonito? —preguntó él.
—Sí… es muy bonito…
Desperté con un nudo en la garganta.
—¿Por qué sigo soñando esto? —susurré, mirando mi mano vacía.
Ese sueño siempre aparecía cuando algo importante me pasaba. ¿Era solo un recuerdo olvidado… o algo más?
Al día siguiente, Kana apareció en el club, despreocupada.
—¡Hola! Perdón por la demora~ —saludó, como si nada pasara.
Pero esta vez, las miradas fueron distintas. Cautelosas.
—Kana —dije, intentando sonar tranquila—, ¿viste mi mochila ese día después de la reunión?
—¿Eh? ¿Tu mochila? No, ¿por qué lo haría?
—¿Estás segura?
Titubeó.
—Bueno… pasé cerca de ella, pero no toqué nada.
Yui miró a otro lado.
Satoshi se adelantó:
—No estamos acusando a nadie… pero alguien borró el manuscrito de Haru. Y necesitamos saber si viste algo.
Kana negó con la cabeza.
—No fui yo. Lo juro.
Pero en sus ojos… vi algo. No culpa, exactamente. Más bien… nervios.
El ambiente se tensó. Todos evitaban decir lo que pensaban en voz alta.
Hasta que Yui habló.
—Quizá no fue ella… pero alguien sí estuvo en el salón después de que todos salieran.
Todos volteamos hacia ella.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó Haru.
—Porque yo lo vi.
Silencio.
—Vi a un chico del comité estudiantil entrar al salón. Alto, cabello gris. No me pareció raro… pensé que revisaba el lugar como siempre. Pero salió con algo en las manos. Tal vez fue él.
—¿Recuerdas su nombre?
—No…
Mi corazón latía con fuerza. ¿Qué tenía que ver el comité con todo esto?
Más tarde ese mismo día, un profesor entró al salón del club con algo en las manos.
—¿Quién es Natsuki Haru?
—¡Yo! —respondí, poniéndome de pie.
—Esto apareció en objetos perdidos. ¿Te pertenece?
Extendió un cuaderno rojo. Mi manuscrito.
—¡Mi novela! ¡Gracias! —grité, corriendo a tomarlo.
Pero al abrirlo…
Vacío.
Cada página.
Cada palabra.
Cada escena que escribí durante noches enteras.
Desaparecida.
En la contraportada, una frase escrita a mano:
"Todos tienen dos caras... Tu solo conociste una."
Mis piernas temblaron. Cerré el cuaderno con fuerza.
Esto ya no era una pérdida.
Era una advertencia.