El domingo en la mañana, con la alta confianza de que nadie vendría hoy, ordené lo que me servía. Decidí dejar todos los recuerdos de mi familia ahí. No fue algo fácil de decidir. Menos de cumplir. Así que antes de irme traje conmigo una de las pocas fotos en la que salíamos todos. Mi hermana pequeña salía en los hombros de mi padre. Mi mama abrazándonos con su brazo por cada lado a mí y mi hermano mayor. Yo me encontraba al medio de los cuatro un poco más adelante. Casi siendo el protagonista de la foto. Cuando la foto fue tomada me acomodé ahí con esa intención. Con la intención de guardar ese sentimiento e inmortalizarlo. La sonrisa que mostraba, recuerdo que fue de las sonrisas más sinceras que he mostrado. La foto cumplía su función. El calor del recuerdo me quemaba y atoraba el torso. Un frío hielo de realidad cayó en mi apenas saqué la vista de la foto. Evité el sentimentalismo para no volver a hundirme.
Con mis cosas listo para irme definitivamente, eché un último vistazo. La extraña sensación, de estar abandonando mi vida en esa casa, me asustaba a la vez que me permitía continuar sin observar atrás.
Antes de partir, avisé a Esmeralda. Ella me proporcionó todos los datos. El departamento quedaba frente a la playa, una cuadra anterior a esta. Desde el doceavo piso se podía observar el mar, sin que los departamentos y restaurantes de enfrente estorbaran. Al parecer su departamento era distinto a los otros o eso me dio a entender. Lo comprendí luego de pedir la llave en recepción, dar el código de la copia y subir al departamento A121.
Era gigantesca, nunca vi algo así antes. Se trataba de una casa dentro de un edificio. Al entrar, te recibía una amplia área de recepción con un enorme espejo en un lado. Más allá de eso, se encontraba la sala principal, que daba una sensación de libertad gracias a su amplitud y a las impresionantes vistas que ofrecía. Lo llamativo era que el departamento tenía un segundo piso. Cuando Esmeralda me dijo que mi habitación estaba arriba, no entendí a qué se refería, jamás me habría imaginado algo parecido. Unas escaleras al lado de la sala principal conducían a un balcón interior, que también servía como mirador gracias a las amplias y altas ventanas. Antes de subir para dejar mis cosas, alcancé a ver la cocina, que estaba justo al lado de las escaleras y se integraba perfectamente con el salón principal, lo que hacía que el departamento pareciera aún más amplio. Arriba, un pequeño salón con dos sillones individuales y una mesa central de vidrio ofrecían el mejor lugar para sentarse a reflexionar. Viendo lo magnifico del espacio, se apodero de mi la impaciencia por descubrir la que sería mi nueva habitación. Apenas abrí la puerta pasada el mini salón, observé donde dormiría. La cama estaba pegada a lo que era un gran ventanal gigante. O eso creí, hasta que vi una pequeña muralla justo al lado, a la misma altura de la cama, que la separaba de la completa cercanía al exterior. La vista era increíble, miraba hacia la misma dirección que los ventanales del salón. Hacia la playa, y ligeramente hacia ciudad de Coquimbo, donde se perfilaba la cruz del tercer milenio. Paralela a la cama una mesa de trabajo con una silla bien simples, y al lado contrario del ventanal un Walk in Closet amplio, con una entrada de pasillo exagerada. En medio tenía un banco acolchonado. Era algo alucinante, que aún me costaba asimilar.
Me permití caer en la cama. Como si fuera algo prohibido, observé a todos lados sin razón alguna. Mirando hacia arriba, un sentimiento de incomodidad me ofuscó. Estaba harto de eso. Antes que ese tipo de pensamientos volvieran, me levanté a organizar mis cosas.
La noche llegó, pero Esmeralda no apareció. Tras volver a contemplar la iluminada ciudad que parecía tener una playa tan pequeña y grande a la vez, terminé durmiéndome sin comer nada, por miedo a sacar algo sin permiso. Aunque me haya dicho que me sintiera como en casa, no era algo que simplemente se podía realizar con palabras.
Me levanté temprano, puse una alarma con la intención de que me despertara únicamente a mí. Eran las 6:10A.M. cuando observé el reloj del teléfono. Sin encender la luz comencé a hacer ejercicio, tratando de ser lo menos ruidoso posible. Cosa que no parecía haber funcionado. La puerta se abrió y pude ver a esmeralda tras ella.
—¿Puedo? —preguntó mirando hacia abajo.
—Sí. Pasa.
Mientras decía eso me cubrí con la primera polera que encontré.
—¿Puedo preguntar que hacías?
—Estaba haciendo un poco de ejercicio. Perdón, creo que hice mucho ruido. No quería despertarte.
—No importa —dijo acompañado de una risita—. La ducha del baño está desocupada para que vayas. Dime, ¿se te antoja algo para desayunar?
Tenía el pelo seco. Noté que se arregló con anticipación.
—Nada en específico. Cualquier cosa esta bien.
—Trataré de hacer algo interesante.
Con eso en mente, me duché como siempre, siendo lo menos invasivo que pudiera. Me tomaría algo de tiempo sentirme con la sensación de normalidad.
—¿Ya esas listo? —preguntó Esmeralda al verme bajar.
—Sí.
—Eso fue rápido. Pensé que te tardarías.
—Eso es lo que normalmente me demoro.
—Pensé que los adolescentes se tardaban más.
Abrí los ojos en grande. Si bien entendía a que se refería, traté de cambiar de tema a algo apropiado.
—Ayer… Cuando llegué quede sorprendido, no me imaginé que tu departamento sería tan grande.
—Sí que lo es. En un tiempo pensé en venderlo para mudarme a un lugar más conveniente, sin embargo, estas vistas son algo irremplazable.
—Me imagino, a quien no le gustaría poder ver algo así día y noche.
—Aunque es algo solitario la verdad. Es mucho para mí. Incluso la habitación de arriba, solo la uso para dar sentido a las escaleras. La habitación principal la tengo vacía —dijo algo perdida. Al darse cuenta de su estado, sus ojos se levantaron— Por eso, me alegra que hayas aceptado quedarte acá.
Eran brillantes. Sus ojos verdes parecían algo de fantasía, transmitían demasiado.
Me ofreció sentarme con un gesto y amontonó las cosas que faltaban sobre la mesa.
—Gracias —agradecí por todo mientras aceptaba la taza de té.
—No hay de que —aceptó con una gran sonrisa—. ¡Ah! Y como dije, no tienes que cohibirte, puedes hacer lo que quieras en la casa. Incluso puedes usar la habitación principal de la primera planta o la otra que está al lado, como gimnasio y para estudiar. O incluso si prefieres, puedes dormir en alguna de ellas.
Apenas terminó, se sentó frente a mí.
—No, no, está bien la habitación, me gusta.
—¿Vas a ir al colegio? Si quieres te puedo ir a dejar —ofreció al verme con el uniforme puesto.
—Probablemente vuelva hoy mismo, o eso quería.
—No tienes que presionarte si aún no quieres volver, nadie te juzgará. Si deseas puedo ir al colegio a hablar por ti.
—No es necesario —bebí un sorbo. El agua estaba más caliente de lo que acostumbro.
Escuché una carcajada del otro lado cuando hice el gesto de sufrimiento.
—¿Está muy caliente?
—Un poco.
—Déjame. Le echaré algo de agua helada.
—Gracias.
Retiró mi taza y dio vuelta a la cocina.
—¿A qué hora tienes que entrar?
—A las 8:05 A.M —noté la hora. Eran las 7:02 A.M
—Aún falta. Si quieres llegar temprano puedo llevarte, si no, hay un sector una cuadra arriba en donde puedes tomar locomoción.
—No creo que eso sea un problema. Me iré en un rato. Aún tengo que prepararme y arreglar las cosas.
—Tienes que hacerlo en la noche, no en la mañana, para que tengas tiempo y no andes apurado… O eso creo, la verdad yo nunca fui muy buena estudiante —terminó autocomplaciéndose.
Sonó igual que mi madre. Quedé mirando la taza de té renovada que me dejó. La probé con ganas de ahogarme en ella. No sé si se dio cuenta, pero su voz se tornó consoladora.
—Sabes, es agradable tener a alguien aquí en casa —desvió sus ojos a su propia taza—. Si tienes algún problema o inconveniente, me dices.
—Lo haré —sonreí forzoso.
—Bien es hora de que me vaya.
—Eh…
No sabía que decir. Quería agradecerle por todo, pero pensé que sonaría demasiado arrastrado y se tornaría fastidioso.
—Dime.
—Eh… ¿A qué hora vuelves? Anoche no escuché cuando llegaste.
—Depende de los turnos, hay días que trabajo de noche y otros el día completo. Esta semana me corresponde de ocho de la mañana hasta las ocho de la noche. Eso si tengo que llegar antes para realizar el cambio de turno y tener tiempo. Y anoche también me demoré porque me quedé hasta tarde investigando el… Un caso —apresuro—. Ayudando a un compañero en un caso importante.
—Entiendo.
—Igual, te avisaré cuando llegue tarde, así sabrás que no me ha sucedido nada —agregó con una mueca cohibida.
—Está bien. Yo igual avisaré —repliqué.
—Me parece bien. Por cierto, ¿cómo me tienes en contactos? Espero me tengas un buen nombre, déjame ver.
Le mostré mi celular, hay estaba ella:
Esmeralda.
—¿¡Eh!? ¡Pero que vago! ¡Préstamelo! Deja cambiarlo a algo más decente.
Técnicamente me lo arrebató y cambió el nombre. Me lo dejó apagado boca abajo y se despidió.
—Bien. Ahora sí, ¡Nos vemos! Llámame si sucede algo.
Miré el celular y ahí salía su nuevo nombre:
Esme La Mejor :)
No era nada parecida a la primera impresión que dejaba su porte. Sus ojos eran amables y sinceros. A la vez, duros y tristes