Capítulo 42: El regalo del Señor Philip

Melaine volvió a la entrada, una puerta cruzando la ducha, frente a la que yo traspasé. La ducha era compartida por ambos camerinos.

Me sequé con tranquilidad, sin apuro. Me vestí con la ropa que Melaine me proporcionó. Era su ropa, o de alguien joven, estaba claro que no era algo que usaría el señor Philip. Un pantalón cargo negro, una polera blanca y una camiseta larga color beich. Me adueñé de las prendas y me fui a sentar a un banco afuera de los camarines. Ahí esperé buen rato. Hasta que apareció. Con un buzo y una polera blanca larga.

—Esta ropa… —estaba por preguntar.

—Así es.

—¿Así es? ¿Qué cosa?

—No sé, pensé que lo supondrías.

—¿Qué la compraste?

—Ves

—Pero, ¿cuándo? Ósea, ¿por qué? Estoy agradecido y todo, pero no era necesario.

—¡Uy! Nunca le digas eso a alguien. Solo la compré por que podía y quería. No tengo ropa de hombre, así que la compré por si sucedía cualquier cosa, no con exclusividad solo para ti —dijo volviendo la frase a sensualidad consiente.

—¡Auch! ¿Hay otros?

—¿Quién sabe?

—¿También se caen de motos y dejan los baños ensangrentados?

—No, en eso si eres único.

—¿Solo en eso?

—No diré nada.

Me reí altanero al ver su sonrisa. Era agradable poder conversar con alguien así. Sin tener que preocuparse por lo que decir. Nos entendemos, nos conocemos. Puede que no mucho, pero da igual, es química. Es buena relación. Es una buena situación.

—Entonces. Ahora… ¿Qué sigue?

—¿Con lo de nosotros?

—Exacto.

—No lo sé. ¿Tú que piensas?

—No lo sé. ¿Tú que quieres? —respondí de igual manera.

—Yo pregunté antes.

—Es algo banal. No obligatorio.

—Siempre quisiste decir eso, ¿verdad? —observó Melaine.

—No lo voy a negar —le sonreí.

—Antes quiero saber algo —volvió a lo importante del asunto—. ¿Estás dispuesto a algo serio?

—No lo sé.

—No dudaste en responder.

—Veía venir la pregunta.

Sabía sobre este tipo de conversaciones. Era algo casi obligatorio en las relaciones que pasaban por algo similar a lo que hicimos. Ambos teníamos dudas de lo que piensa el otro, por mucho que podamos interpretar de manera superficial las intenciones, siempre hay que saber, ¿qué tan dispuesto esta la otra persona? La duda siempre tiene una intención distinta, cuando se conoce toda la información. En mi caso, le dije si bien que no sabía, en realidad no anhelo un noviazgo, ni ningún tipo de correspondencia amorosa. Incluso nunca lo pensé como tal. Por eso antes de decirlo, prefiero saber los pensamientos de Melaine.

—¿Y tú? ¿A qué estás dispuesta?

—En realidad nunca he sido de relaciones amorosas. Pero no voy a negar que me siento cómoda contigo.

Ese “pero”, lo dijo con intenciones de obstruir todo lo anterior.

—¿Es decir que no quieres nada serio?

—Algo así. A cambio, o más bien como una petición, no quiero que nos alejemos.

Siempre sucede. No es nada raro, al menos de lo que he presenciado. Gente que tiene algún tipo de conexión que se pierde con facilidad, le teme por diferentes razones o incluso prefiere evitar esas situaciones de relaciones a largo plazo por el simple hecho de que les aburre. No es algo con lo que me identifique, pero no estoy preparado, no me siento en condiciones para tener algo serio, ni con mucho apego. A pesar de todo eso, quizá solo sea una vaga sensación mía, pero quiero tener a alguien de mi lado, alguien con quien compartir lo que he pasado. Más que lo malo; compartir lo bueno, pero me da miedo. Tengo miedo a que suceda algo. Como si lo malo me persiguiera. Se que todo el mundo tiene problemas. Sin embargo, no quiero comparar los míos, porque se con lo que me voy a encontrar.

—Está bien, quiero lo mismo —terminé concluyendo.

No sé si sea algo bueno, pero quiero conocerla a ella y su vida. Puede que haya sido por las extrañas situaciones que vivimos. Siento que cada vez que estoy cerca de ella suceden cosas poco comunes. Deseo más de eso, anhelo volver a sentir cosas atractivas.

Puede que solo la esté utilizando para sentirme bien, lo mismo debe ser para ella. Solo me está utilizando, pero mi corazón se acelera estando cerca de ella. Me hace sentir nervioso, así que no me interesaba lo contraproducente; me gustaba tal efecto.

—¿Vamos adentro?

—Está bien.

Llevé mis pertenencias y las guardé en el vehículo. De vuelta con ella, me sorprendió observándola. Sentí algo de timidez, pocas veces me sentí tal frente a una chica.

Pasamos a la terraza, el señor Philip al parecer seguía ocupado.

—¿Qué vas a hacer este sábado? —me consultó.

—Nada, creo.

—¿Quieres venir a una fiesta?

—¿Es grande?

—Sí. Es masiva.

—Lo pensaré —dije aun coqueteando.

—Va a estar entretenida.

—Siempre tienes fiestas —noté con verdadera intriga.

—Lo hago para ganar algo de dinero.

—¿Y cómo haces eso con una fiesta?

—Lo que pasa es que cobro entrada. Si te soy sincera, no es nada barata, pero la gente viene igual. La mayoría son adolescentes y universitarios adinerados.

—Ya veo. ¿Y ganas dinero, o solo lo haces para comprar las cosas?

—Algo gano; no es mucho, pero si es algo, además de que me gustan las fiestas.

—¿Y me vas cobrar a mí?

—Puede…

—No tengo dinero

—No importa. Hay otras maneras de pagar.

Mi mente se intranquilizó.

—No me tientes.

—¿Por qué no?

Su cuerpo se aproximó, era una cercanía peligrosa.

—Que me…

Nuestra conversación fue interrumpida por el sonido de la puerta.

—Señor Philip —me recompuse.

—Finalmente —suspiró, recalcando su cansancio—. Dios, eso fue agotador. Perdón que te haya hecho esperar, ahora si puedo entregártelo.

—No se preocupe. ¡Espere! ¿entregármelo? —le consulté.

—Ven —se adelantó a la entrada—. Acompáñame.

Bajamos los tres. ¿A qué se refería con ese “ahora si puedo entregártelo”? ¿Me iba a dar algo? Ya me había dado más que suficiente.

Pasamos al acceso de la rotonda. Sacó algo de su bolsillo y me lo ofreció.

—Ten.

Acepté. Él se alejó apenas me lo dio. Cuando di cuenta de lo que era, la ventana negra del estacionamiento se comenzó a abrir. Era un vehículo. Estaba loco, ¿de verdad me iba a reglar un vehículo?

—Señor Philip. Esto…

—Presiónalo —me interrumpió ansioso.

—¿Cómo?

—El control, presiónalo

En el logo de la llave ovalada decía “Lotus” pasando por varios colores y finalizando en el dorado. Frente a mí, el auto encendió las luces. Era algo desmesurado para mí, para cualquier adolescente. Solo tenía dieciséis años. Era un lujo excesivo incluso para una persona común y corriente.

—Es un Lotus Evora Gt. Era uno de los favoritos de tu abuelo. No pudo obtenerlo ya que solo lo vendían en Estados unidos y Canadá, e importarlo era complicado, aparte de caro.

—Esto, señor Philip, la verdad no sé qué decir.

—Es tuyo. Es un regalo de mi parte.

—Esto es demasiado —lo dije con mi mayor emoción, aun algo pasmado por tal regalo. Sentía que era un sueño, parecía un sueño.

—No te preocupes. El dinero es lo de menos. Solo quiero que te cuides y cuides al vehículo también. Si me lo prometes, es todo tuyo.

—¿Está bien que lo tome? Esto, parece un sueño si le soy sincero.

Sentía que iba a soltar algunas lágrimas. Estaba demasiado agradecido. Quería darle las gracias en un sinfín de oportunidades.

—Claro que es tuyo. Solo promete que lo conducirás con prudencia… Aunque tengo plena confianza en ti.

¿Me lo merezco? Se que perdí demasiado, pero ¿por qué alguien me lo tiene que dar? Una persona. Es como si el universo estuviera en contra, pero nosotros nos apoyamos el uno con el otro. Es como si me ayudaran a resistir lo sucedido. Quiero llorar, pero no de pena, aunque duele; duele todo, quiero disfrutar esto un momento. No sé si es mucho o poco para alguien como yo.

—Lo prometo. Y señor Philip…

—Dime.

—Muchas gracias. No sé cómo pagárselo, pese a eso algún día lo haré. Me siento demasiado agradecido con usted.

—Se que es duro para ti y que has pasado por mucho, así que este es un pequeño regalo, para que pueda sacarte una sonrisa e intentes disfrutar de una vida más tranquila.

—No sé qué decir, me siento algo estúpido —le comenté—. Agradecido también obviamente. Señor Philip, aunque no pueda ofrecer mucho por ahora, si en algún momento puedo darle una mano en lo que sea, no dudaré ni un segundo.

—Está bien, lo mantendré en cuenta.

—Gracias.

—Por cierto. Antes que se me olvide —habló para sí mismo—. Dentro, están los papeles de lo que te pertenece de la herencia. Todo fue depositado a tu cuenta. Con algo de lo que obtuviste te compré un departamento, puedes hacer lo que quieras con él; puedes ponerlo en arriendo y ganar algo de dinero mensualmente o vivir ahí. Es un departamento bien ubicado, cómodo y grande.

—¡Wow! Muchas gracias, es… No sé cómo describirlo, en serio, le agradezco todo.

Me sentía inútil repitiendo lo mismo.

—Vamos, ve a darle una vuelta.

Tal como me brindó, eso hice. Lo aceleré, aceleraba como si nada. La maniobrabilidad era increíblemente buena, incluso cuando iba a exceso de velocidad. Al inicio lo percibí algo tosco los cambios, pero era cosa de acostumbrarme, la ingería del vehículo se volvía loca cuando aceleraba bruscamente, la sensación de estar en una montaña rusa en un auto era increíble. Me permitía acelerar en curvas, tal como si fuera un profesional, solo que todo lo hacía el auto. Volví a la mansión y por millonésima vez le agradecí al señor Philip. Por alguna razón, también a Melaine.

Les cedí el jeep. Les mencioné que lo vendría a buscar el sábado. No tuvieron problemas. Como ya era hora tuve que marcharme.

Apenas salí de la carretera, quise probar de lo que era capaz. En nada alcancé los 150km/h sin dejar de presionar el acelerador, continué hasta los 210km/h. Casi no se percibía el cambio, lo único que difería era el exterior, que apenas se lograba percibir a la velocidad a la que alcancé. En el instante que vi que me acercaba a la ciudad, volví a lo permitido. Era un verdadero superdeportivo.

Llegué al salón del gimnasio, donde Vania esperaba. Me enseñó a derribar, no fue un entrenamiento nada bonito. A cambio estudiamos las guerras mundiales y el periodo entreguerras.

Al llegar a casa no encontré a Esmeralda, estaba algo preocupado, trabajar en exceso no es algo muy bueno para la salud de uno, es de esperar que a la gente relacionada con los casos no se les permita investigar en este.

Manipulé la libreta que me dejó, tenía miedo hasta de verla, pero si no lo hacía ahora, ¿cuándo lo haría? Deseaba revisar su interior, sin embargo, mi subconsciente no me lo permitía, no estaba listo, menos luego de experimentar un día insuperable. Terminé dejándola en el mismo cajón donde oculté las drogas.