Capítulo 41: La ducha con Melaine

Cuando desperté, el mismo olor a pan tostado de los días anteriores me hizo sentir alivianado.

—Que rico, pan quemado —dije sonriendo cuando sintió mi llegada.

—¡El pan! —corrió a la tostadora para apagarla. Cuando presionó el botón y el pan saltó, pude ver que estaba igual de quemado que el día anterior. Solo sonreí, la verdad no me molestaba, se me hacía algo gracioso.

—Perdón. Pondré más.

—No importa. Me lo comeré igual, comida es comida.

—De igual manera pondré más.

Mientras continuaba haciendo huevos revueltos con tocino, aproveché de poner las tasas y el servicio.

Una vez todo listo, nos sentamos.

—Anoche te quedaste dormida en el sillón —me atreví a comentar.

—Lo sé, estaba trabajando en el caso, un sujeto llegó con una lista de personas a cambio de que le ofreciéramos protección, el policía; Balder, lo envió con nosotros para ver que tenía que ofrecer. Así que me quedé averiguando, voy a tener que investigarlos uno por uno. Esta va ser una semana ocupada.

—¿Como saben si es verdad?

—No lo sabemos, pero la razón de su entrega, es creíble.

—¿Por qué se entregó?

—Por lo que explicó, fue parte de un asesinato. Según él, no fue el asesino, solo lo presenció. Mencionó que fue con un arma de fuego, así que estaba asustado de que el siguiente fuera él, que eso de andar con armas y matando como si nada no era para su persona, que solo quería ganar dinero para que su familia viviera cómoda.

No supe que decir, solo observé la mesa como si algo interesante pasara sobre ella.

—Por cierto, abrieron la caja fuerte, me olvide de mencionártelo.

—¿Y? ¿Qué tenía? —extendí los ojos, atento a las palabras que diría Esmeralda.

—No tenía nada que lo vinculara con... —se detuvo a elegir sus palabras, como si fuera preferible evitar el tema llegó a la conclusión de que era mejor solo responder la pregunta—. Había una libreta.

Se levantó para tomar su cartera del sillón y de adentro sacó una libreta de cuero café claro sellada.

—Ten.

La observé con recelo. Una curiosidad me invadió, pero a la vez tenía miedo, de encontrar algo que no quisiera. Todos tienen algo que guardar bajo llave, no todo se debe saber.

—¿Puedo esperar o te la tienes que llevar?

—Claro, es tu pertenencia ahora. No es nada relevante para el caso, además, ya la revisamos al revés y al derecho. Si bien no debí traérmela, prefiero que la tengas tú.

—Gracias.

No era mi intención abrirla en este momento. Agradecía la presencia de Esmeralda, pero en este tipo de incertidumbre ante mi reacción, era mejor aguardar.

Para evitar conmocionarme lo aseguré como si fuera un regalo de su parte. Esmeralda aprovechó de mencionar que se iba, para tomar su computador, su bolso y sus llaves.

 

 

La casa del señor Philip no dejaba de impresionarme. Cada vez que iba, gente paseaba de un lado a otro. Pienso que tiene algún capricho con el antiguo sistema de negocios, pues ver su casa con un montón de gente limpiando o haciendo deberes que fácilmente puede hacer una persona, repartida en varias, daba la sensación de que él fuera el dueño de un fundo e hiciera trabajar a los que vendrían siendo sus esclavos. Desde un punto de vista moderno era algo cruel, sin embargo, muchas practicas consideradas crueles se siguen haciendo solo que comprometidas a la sociedad actual.

Lo bueno es que eso le daba vida a la casa, no se sentía solitaria. A pesar de sentirme observado daba la sensación de un lugar acogedor.

Cuando me adentré, quien me esperaba era Melaine. Su pelo rojizo anaranjado brillaba con el gran sol que había, sus ojos claros me seguían hipnotizando. Una presión sin mucho sentido se presentó en el estómago cuando la vi, quería huir de una situación en la que la tuviera que saludar, pero no podía ser tan patético.

—Hola —me acerqué a saludarla con un beso en la mejilla.

Intenté evitarlo, pero no pude. La recordé, en un momento único; no debía, pero verla tan cerca y el olor de su cabello me hizo querer conocerla de nuevo.

No sé qué me ocurrió que sentí que hice todo mal. Fue un simple saludo.

—El tío Philip está entrenando, me pidió que te llevara.

—¿Qué entrena?

—Tenis

—Que entretenido.

Mi mente se bloqueó, me sentía un estúpido con esa chica al lado.

Ella prefirió el silencio. Quería romperlo.

—¿Tú también lo practicas?

Dime que hice una buena pregunta.

—Sí.

Que cortante.

—Ósea a veces, el tío Philip me enseñó lo básico, pero nunca me intereso más allá de aprender —continuó. Espero que no por pena hacia mí.

—¿Y eres buena?

—Diría que no.

—A mí me gustaría aprender.

—¿No sabes?

Voy a sonar como alguien poco interesante.

—Se algo, lo básico. Ósea, si te soy sincero, nunca lo he jugado, pero entiendo las reglas.

—Eso ya es algo, mientras sepas las reglas, lo demás lo puedes practicar.

—¿Significa que me vas a enseñar? —me dirigí a ella con una sonrisa pretenciosa. Ella la sintió.

—Puede ser, pero no voy a ser buena solo porque no sepas como jugar —extendió lo suficiente sus comisuras para hacer creer que sonrió.

Luego de pasar el gran pasillo de plantas llegamos a uno de los lados del patio. Suponía era el más grande de los cuatro patios que tenía. Ahí estaba el señor Philip, en la primera cancha de tenis que había. Teniendo un serio combate con una máquina que lanzaba pelotas cada cierto tiempo, sin dejar mucho tiempo para descansar entre cada lanzamiento.

Me vio llegar con su visión periférica.

—¡Absalon! —saltó con gran ánimo.

—Señor Philip —intenté lo mismo.

Me aproximé a saludarlo cordialmente con un apretón de manos. Él se sintió aliviado.

—¿Cómo has estado?

—Bien, ¿y usted?

No recuerdo en qué momento pasamos de conversar a jugar tenis. En algún rato me entregó una raqueta y se movió al otro lado de la cancha para correr la máquina y ponerse en su lugar.

Pocas veces lo practiqué, si es que ninguna en serio. A mi sorpresa, no se me hizo nada difícil entender el sistema ni darle competencia, aunque era notable que no estaba usando nada de su potencial. Era entretenido que los sets duraran y fueran competitivos sin llegar a ser tediosos y con muchas pausas. Tenía que correr de una orilla a la otra para llegar a mantener el ritmo, el seguía moviéndose con ligereza a pesar de ser mucho mayor. Sentí admiración.

—¿Dónde te estas quedando?

Ya había confianza, no existía necesidad de ser excesivamente cortés, así que respondí con sinceridad.

—Me estoy quedando con la novia de mi hermano.

El también sintió la punzada, le dolió tanto como a mí el mencionar a Naim.

—Entiendo. De igual manera, encuentro que es bien noble de su parte. Supongo estaba bien con que aceptaras.

—-De hecho, ella me lo ofreció luego de saber que la casa de mi abuelo sería procesada y la venderían para retomar la liquidez de sus pertenencias. La mayoría de sus familiares y míos aceptaron al parecer.

—Hablando de eso, es una de las razones de que te llamara para que vinieras hoy, aparte de otras cosas por supuesto.

—A mí me gustaría visitar tu nueva casa.

Una voz detrás mío reclamó su turno en la conversación. En algún momento se marchó, pero ahí estaba de nuevo. Sugiriéndome esa idea con tal de que el señor Philip no la escuchara.

Me sentí avergonzado ante la idea de llevarla al departamento.

Perdí la pelota que iba en dirección a mí a gran velocidad. Y detrás, ella la recepcionó sin preocupación.

—Tío Philip, lo buscan —dijo observando la pelota de tenis.

—¿Quién? —preguntó casi decepcionado por terminar el set.

—Creo que debería verlo por usted mismo.

—Está bien.

Quedé fuera de la conversación. El señor Philip se dio cuenta de esto y se disculpó.

—Lo siento Absalon. Tengo que ir a ver unos negocios, algún día también te enseñaré como manejarlos y todo, pero por ahora no quiero llenarte de cachos ni nada. Así que ¿por qué no se quedan acá jugando los dos?

—Está bien, no hay problema —respondí.

Aunque si son negocios considero que debería ir un poco más presentable, si bien no se veía mal, el sudor se le notaba. Hay que tener en cuenta también que la ropa deportiva no era muy buena en ese tipo contexto. Puede que tenga confianza con quien viene o bien, quiere remarcar eso.

Melaine ya estaba al otro lado de la red.

Solo jugamos. A pesar de que pocas palabras fueron compartidas, no podía negarlo, nos estábamos divirtiendo. Nos reíamos y nos mirábamos para que no fuera una sonrisa unilateral. Los gestos se volvían naturales, la concentración nos hacía jugar enserio a la vez que disfrutábamos de cada set. A pesar de que ninguno de los dos quería detenerse, el cansancio nos sobrepasó y terminamos en la banca a un lado de la cancha. Bajo la sombra que otorgaba un delgado techo semicircular.

—¿Como son las clases con el señor Philip?

—Son más complejas de lo que creí.

—¿Tan así?

—Diría que lo complejo es que tienes que aprender de todo con una mentalidad fría, en todo momento.

—Suena a que casi no tienes tiempo para descansar.

—Así suena, pero la realidad es que me sobra demasiado. Como ya no voy a la universidad tengo tiempo para demasiado.

—¿Qué haces con todo es tiempo libre?

—De todo un poco.

No era demasiado ególatra. Al menos no en la superficie.

—¿Cómo qué? —le insistí.

—A veces salgo con mis amigos, voy a fiestas, estudio cosas aparte, entreno, voy a la playa a pasar el rato.

—Como cuando me asaltaste en la playa.

Rio a carcajadas.

—Exacto.

—¿Vas sola tan lejos solo para buscar chicos perdidos?

—Si lo dices como tal, suena algo psicópata.

—Yo te veo como una.

—¿Te atrae la gente con problemas psicóticos? —se inclinó para analizar mi respuesta.

—No sabría decirlo con seguridad —le sonreí. Al solo haber un ruido en son de respuesta, volví a hablar—. Pero enserio, ¿Vas sola a pasar el rato tan lejos? Si tienes la playa aquí mismo —propuse el horizonte. A pesar de que no se veía, detrás de los grandes arbustos que hacían de verja y luego de algunas casas lejanas, una playa pequeña, reposaba a un par de minutos.

—Vivo en La Serena; en un departamento, así que no es algo lejano.

—¿Con tus padres?

—Sola.

—Ya veo. En ese caso me gustaría ir a conocer tu departamento —intenté dejarle el mismo sentimiento que me surgió cuando ella me lo formuló.

 Sonrió con sencillez. El silencio se tornó grave.

—Hey… —intenté expresarme. Su mirada perdida en la cancha volteó a mis palabras—. Quería pedirte disculpas.

—¿Disculpas? ¿Por qué?

—Por haberme marchado sin dar ni las gracias el día de la fiesta. Y por haber arruinado tu cumpleaños.

—Nunca lo vi así. Y si hiciste algo, diría que lo volviste interesante.

—¿Sí? —me sorprendí.

—Sí.

—Aunque lo digas, sigo resentido conmigo mismo por no haberte compensado siquiera, siendo que hiciste mucho por mi esa noche.

—No lo veo como algo malo. Si quieres una razón para disculparte, podría decirse que me dolió que no te despidieras o me hablaras luego.

—Pensé que estarías enojada y me daba vergüenza llamarte sin alguna excusa.

—Entonces quiero mis disculpas.

—Perdón —le sonreí. Ante un probable silencio prolongado, decidí cambiar el ambiente—. Me estoy muriendo de calor.

—Yo también.

—¿No tienes agua por ahí?

—En los camarines hay.

—¿Dónde es eso?

—Por ahí— apuntó a lo que imaginé podría ser una casa de empleados.

—¿No me quieres acompañar? Me puedo perder.

Dudó más de lo esencial. Como si algo la detuviera, continuó mirando el suelo hasta que notó su demora. Entonces como si hubiera decidido tomar la decisión más difícil de su vida, se levantó de golpe.

—Vamos.

Luego de traspasar el pasillo rodeado por un sinfín de pasto y arbustos bien podados me hizo pasar al camarín. Era enorme, tenía dos entradas separadas cada una por un lado luego de entrar por un pequeño pasillo. La derecha para los hombres y la izquierda para las mujeres. Apenas di la vuelta en la esquina del camarín de hombres vi un gran espacio, como si se tratara de un baño público de centro comercial, pero excesivamente elegante y limpio. Justo al lado mío, estaban los bidones con una mesa, sobre esta unos vasos plásticos. Tomé uno y me serví del dispensador. A lo largo de la habitación, una fila de casilleros cortaba al cuarto, una banca sin posaderas larga quedaba frente a estos. En la espalda de los casilleros una pared con espejo que cubría casi todo el largo, mostraba unos lavamanos. Al contrario de estos, unos cubículos de baño se incrustaban en la pared derecha para dar mayor privacidad. Al final de la sala, un pasillo oscuro que giraba a la izquierda. En el mismo rematé de la habitación que daba con el pasillo aparecían unas repisas incrustadas que se encontraban vacías.

—Ten.

Melaine que entró como si nada, traía consigo dos toallas en las manos.

—Estoy desnudo —dije haciéndome el atrapado.

—Sí, ya veo —me observó por completo.

Supongo que tenía que ducharme, pero quería evitarme la vergüenza de preguntarle donde estaba la ducha y que me viera. Por suerte, me explicó todo antes de que lo mencionara.

—La ducha esta al final de la habitación, tienes que pasar ese pasillo —dijo apuntando por donde estaban las repisas vacías—. Ahí dejas las toallas si quieres. Cuando termines me avisas para traerte algo de ropa.

Quería decirle que no era necesario lo de la ropa, pero la verdad es que a mía estaba sudada en su totalidad.

—Está bien, muchas gracias por adelantado —dije aceptando las toallas.

—No hay problema. Ah, por cierto, la ducha es automática, para cambiar la potencia o la temperatura solo tienes que mantener presionada la Tablet negra de la pared y ahí seleccionas lo que deseas. También tiene por voz, pero trata de no usarlo, porque no funciona muy bien.

Melaine desapareció dejándome solo con esas instrucciones.

Me aseguré de cerrar con pestillo la puerta de la entrada. En el fondo quería dejarla abierta y esperar a ver si algo sucedía, pero por alguna razón me negué. Con mayor probabilidad, no iba a suceder nada y aunque así fuera, era mejor mantenerla cerrada. Me desvestí sin apresurarme. Estaba algo sudado, la ropa era difícil de sacar en ese estado. Me moví en dirección a la cabina de la ducha. Confié la toalla a un colgador del mini pasillo, que estaba a desnivel del suelo del que venía. Todo se sentía demasiado extravagante y lujoso. Confié la otra toalla en una de las repisas incrustadas en la pared. Superé el umbral que dejaba una puerta corrediza; algo transparente, que no dejaba ver a través de ella. Cerré esta apenas entré a la ducha. Era “la ducha”, era casi como una habitación. Era de unos cinco metros por cinco. El piso y el techo eran negros. El piso no era resbaloso como creí. De alguna manera podía mantenerme como si estuviera tocando una alfombra delgada. La luz natural no entraba por ningún lado, pero las luces led le daban una sensación de que hubiera un tragaluz. Busque la Tablet que me dijo Melaine. Estaba en medio de una de las paredes. No encendía hasta que lo mantuve presionada. Entonces salía un panel. Lo primero que me llamó la atención era una paleta de colores que se mostraba en un extremo. La moví, las luces cambiaron al instante. Mantuve presionada hasta encontrar un color que me interesara, me sentía como un niño pequeño. Quería probar todos los colores.

Intenté con el azul, era muy celestial. Quizás algo oscuro, daba la sensación de que estaba oscureciendo. El verde, era demasiado floral. Un rosado intenso, no me terminaba de convencer. Probé un rojo fuerte, demasiado sensual. Cuando lo dejé, no pude evitar pensar cosas de esa índole, un cosquilleo acompaño mis pensamientos. Terminé dejando el blanco, disminuí un poco la intensidad. Me moví al lado, donde supuse era el panel que se encargaba de la ducha. Lo presioné y detrás mío, en el centro de la habitación en un cuadrado, el agua caía como si lloviera de manera sincronizada. Toqué el agua, estaba fría, le fui subiendo la temperatura hasta que quedó lo suficientemente caliente para que emergiera algo de vapor.

La manera en que caía el agua sobre mi cabello era satisfactoria. A pesar de que la idea de estar en el centro de una habitación gigante desnudo; duchándome, me perturbaba un poco, estar en rodeado por tal calidad de vida era demasiado peculiar.

Me estaba acostumbrando al sonido del agua cayendo cuando escuché que la puerta se abría, me aceleré. Volteé por donde entré, pero al parecer fue mi imaginación, pues la puerta seguía cerrada.

Una mano helada se detuvo en mi espalda para asustarme. El escalofrío me alteró. Era Melaine. ¿Qué hacía aquí? No lo comprendía con claridad, sin embargo, ahí estaba; frente a mí. Tenía la ropa puesta. Al parecer, no traía nada debajo o eso mostraba el agua que dejaba traslucir su ropa.

¿Qué vas a hacer?

¿Debería irme? ¿Debería quedarme?

Solo atiné a hacerme a un lado y taparme el cuerpo con ambas manos. He vivido esta situación antes, la recordé. Su piel, esa mirada, la ropa pegada a su cuerpo.

—Deja que te enseñe algo.

Se dirigió al panel. Ni siquiera se fijó en mí, a pesar de estar completamente desnudo. Manipuló el panel y cambió la iluminación de la ducha.

—Ya lo había descubierto.

Lo dije como si no importara que estuviéramos en la misma ducha. En el fondo quería correr de ahí, mi cuerpo deseaba temblar.

—¿Y esto?

Luego de dejar un color rojo tenue como si fuera casualidad, se escuchó más ruido. Era la ducha, ya no era un simple cuadrado en el centro del techo, ahora cubría toda la habitación. Mi cuerpo que estaba fuera de la lluvia anterior, volvía a mojarse, se sentía genial. La sensación, el sonido de las gotas cayendo, las luces, ella.

Se me acercó sin bajar la mirada. Sus ojos estaban clavados en los míos, era intimidante.

Que imagen. Me va a volver loco.

El agua salía algo más caliente que antes. Me quemaba el cuerpo, sin embargo, no se sentía mal. Estaba encendiéndome. Se detuvo frente a mí. Presencié su cuerpo. Bajo la blusa, se dejaba ver su pecho. Era perfecta. Bajé otro poco, su cintura, bien definida y su abdomen trabajado. Las caderas algo anchas, comparada con las piernas la acompañaban a la perfección, estética y sensualmente.

Terminé mirando su pelo, su cabello mojado, oscurecido por el agua para volver a sus ojos.

—¿Y?

No respondí, no estaba pensando. Mi cuerpo no me pertenecía, no podía controlarlo. Mi mano buscó su piel, su cintura. Estaba enamorado de su cuerpo. No de ella; ella era linda, pero su figura, de eso estaba enamorado. De su piel, de sus ojos, de su pelo, no de ella, pero sí de su esencia.

Mi mano ejerció presión. Ya no existía nada que me tapara. Ambas manos estaban en su cintura.

—Tu mano. Es pesada.

Comprendí a que se refería.

Ella se acercó los últimos centímetros, o yo la atraje, no lo sé. Solo sé que mi cuerpo hizo contacto con el suyo. Abajo me estorbaba, pero no importaba, estábamos pegados. Su mano bajó por mi abdomen para ayudar. La apegué contra mí, para sentirla mejor. El calor de la ducha, incrementaba, la agarré con mayor fuerza. Ninguno aguantó. El beso dio el inicio, esto no terminaría como la última vez. El beso era un compromiso, era la chispa que provocaría que nos quemáramos. Mi cuerpo se inundó, el suyo también. Mi mano recorrió su cuerpo, buscando su busto; ya no había vuelta atrás, su mano me detuvo justo cuando llegó, inmovilizándola. Otro beso incremento el calor, su mano acabó agarrando la mía. Me aferré de ella con fuerza, pude escuchar como su respiración se agitaba. La empujé con mi cuerpo, llegamos a la pared. Su espalda dio contra esta, la aprisioné. Su pierna se contrajo, la sujeté para que no cayera. Mi mano la recorrió por el borde. Aproveché de sacarle la parte de arriba, simplemente la tiró al suelo mojado. El agua me quemaba, se sentía bien. Su pecho daba contra el mío. Mis labios no se querían separar con los suyos, el interior se entrelazaba y nos encendía. La volví a presionar contra la pared. Su otra pierna pedía ascender, así lo hice. La sujeté de ambas piernas. Mi cuerpo rozaba con ardor una y otra vez contra el suyo. Sus manos buscaban desesperadas la manera de aferrarse. Me enterraba sus uñas en la espalda, eso solo aumentaba la tensión. Mis manos la sujetaban y de vez en cuando la retenían. La terminé bajando. No aguantaríamos otro segundo sin estar ligados. Sus manos se sujetaron la parte de abajo para arrojar cualquier prenda que quedara. Ahora podía ver su cuerpo al completo. El deseo de tenerla más de cerca crecía con cada suspiro. Ninguno se quiso retener. En el piso de la ducha, con el agua volviéndose vapor por el calor y las luces rojas llena de sensualidad, me sumergí dentro de ella. Nos encontramos, nos alejábamos para volver. Lo que sentía, el placer, me volvía adicto. Ella también lo hacía, el alivio que expresaba me lo decía todo. El agua caliente cayendo en nuestra piel, sofocaba nuestra voz y la respiración. El ruido que hacíamos, era opacado, solo para que nosotros pudiéramos apreciarnos.