De pronto, una voz suave y débil, como la de una niña, llegó hasta mis oídos. Parecía provenir del bosque.
Me quedé inmóvil por unos segundos, dudando. Pensé que, si me iba sin avisar, tal vez los demás me seguirían… o quizás no.
Pero si ignoraba aquella voz, ¿y si de verdad alguien la estaba lastimando? ¿Y si la estaban torturando… o peor?
Sin pensarlo dos veces, me adentré en el bosque. Era inmenso, oscuro, y los árboles parecían cerrarse sobre mí con cada paso.
A la vez, la voz seguía llamándome, débil pero persistente, guiándome entre la maleza como un susurro lejano que no podía ignorar.
Después de correr varios metros, finalmente la vi.
Una niña yacía en el suelo, siendo brutalmente golpeada por alguien… un ángel. Lo supe por sus alas blancas manchadas de sangre. Él levantaba su puño una vez más, como si fuera a matarla con sus propias manos.
—¡Detente! —grité sin pensarlo.
El ángel volteó hacia mí con una expresión llena de rabia. Soltó a la niña como si fuera un trapo y, antes de alejarse, le propinó una patada brutal en el abdomen. Ella cayó inconsciente.
Entonces, sacó su espada y, con una sonrisa perversa, lamió el filo cubierto de sangre.
—Vaya, qué grosero —dijo con voz burlona—. Nadie te enseñó que no debes meterte donde no te llaman.
El ángel me señaló con su espada, burlón, y en un parpadeo se lanzó hacia mí a una velocidad sobrehumana.
Apenas alcancé a inclinarme hacia un lado. El filo pasó tan cerca que sentí el viento rozar mi cuello.
—No eres nada sin tus alas —le solté, más por reflejo que por valentía.
Sus ojos se encendieron de furia. Rugió como una bestia y comenzó a atacarme sin descanso, desatando una lluvia de cortes que apenas podía esquivar.
Fue entonces cuando lo recordé: no tenía armas. Ni una espada, ni una daga… ni siquiera algo para defenderme. Estaba completamente desarmado.
El ángel se detuvo por un segundo y me miró, como si notara mi desesperación. Una sonrisa torcida se dibujó en su rostro.
Sin darme tiempo a reaccionar, se lanzó nuevamente. Intenté apartarme, pero fue demasiado tarde.
Su espada me alcanzó. Sentí un ardor insoportable y, al mirar mi mano izquierda, vi que tres de mis dedos habían sido cortados de cuajo.
El dolor era insoportable. La sangre goteaba de mi mano mutilada, pero sabía que no podía darme el lujo de caer. No podía huir.
Este combate solo terminaría cuando uno de los dos dejara de respirar.
Y entonces, justo cuando sentía que mis fuerzas me abandonaban, la escuché.
Una voz. Suave. Serena. Femenina.
«No temas…»
Resonó dentro de mi mente como un eco, y aunque nunca la había escuchado antes, me resultaba… familiar.
Por un instante, dejé de prestar atención al ángel. Mi mente estaba atrapada en esa voz.
Y fue suficiente.
Cuando volví a enfocarme, ya estaba frente a mí. Su espada brillaba, lista para atravesar mi abdomen. No podía moverme. No tenía cómo defenderme.
Esto es el fin, pensé.
Pero justo entonces, sentí un cosquilleo extraño en mi mano izquierda. Miré por reflejo… y mis dedos, los que había perdido segundos atrás, estaban comenzando a regenerarse.
La carne se formaba lentamente, como si el tiempo retrocediera solo en esa parte de mi cuerpo.