capítulo 3 : una mujer desconocida

Volví a escuchar la voz femenina resonando dentro de mi cabeza. Era suave, pero esta vez más clara… más cercana.

Cuando cerré los ojos, me vi transportado a un lugar completamente oscuro. No podía ver absolutamente nada.

Era similar al sitio donde desperté por primera vez, antes de salir de la cápsula… pero este era aún más vacío, más frío, más solitario.

De pronto, una gigantesca puerta emergió de la oscuridad, cubierta por miles de cadenas oxidadas que crujían al moverse.

En el centro de esa puerta, una figura femenina estaba atada. Tenía el cabello largo y oscuro, y su cuerpo estaba envuelto por las mismas cadenas, como si ella misma fuera el candado que sellaba aquel umbral.

Las ataduras le rodeaban los brazos, las piernas… incluso el cuello. Su mirada, perdida y apagada, reflejaba un dolor profundo.

Me acerqué con cautela, tratando de entender lo que murmuraba. Su voz era tan débil que apenas se distinguía entre el silencio que nos envolvía.

Cuando por fin estuve lo suficientemente cerca, ella inclinó su rostro hacia el mío y me susurró al oído:

—Todo el poder de él está detrás de esta puerta… debes detenerlo.

No entendí a qué se refería. ¿De quién era ese poder? ¿Quién era él?

—¿¡De quién hablas!? —grité, alterado, intentando obtener respuestas.

Pero ella no respondió.

Guardó silencio, como si mis palabras se hubieran perdido en el vacío.

No pude sostenerle la mirada después de gritarle.

Le pedí perdón en voz baja, con un nudo en la garganta, pero mis ojos se negaban a encontrarse con los suyos.

Lo intenté… pero algo dentro de mí me lo impedía.

Así que di media vuelta y me alejé, caminando hacia la oscuridad, sin saber a dónde me dirigía ni por qué.

No sabía por qué, pero algo en mi interior me empujaba a seguir caminando, como si alejarme de ella fuera la única forma de salir de ese lugar oscuro y helado.

Entonces, su voz rompió el silencio.

—¡Kurayami!

No… no era mi verdadero nombre. Era el nombre que yo mismo me había dado. El mismo que esa mujer, en aquel recuerdo borroso, le dijo a su hijo. El nombre que no dejaba de resonar en mi mente… como si una parte de mí intentara recordarlo todo.

Esa voz, ese recuerdo, volvieron a surgir… pero esta vez de forma tenue, como un susurro lejano que agitaba algo profundo en mi interior.

Me detuve y me giré para verla una vez más.

Antes de que pudiera decir algo más, ella habló de nuevo, con un tono firme y desesperado:

—Escucha… sé que no entiendes nada, que estás perdido, pero debes recordar esto: no dejes que él tome el control.

Su voz tembló, como si cada palabra le costara.

—Y sobre todo… no permitas que nadie atraviese tu corazón. No dejes que sea dañado… porque si eso pasa, todo lo que estoy haciendo… no, todo lo que estamos haciendo, no servirá de nada.

Y tras esas palabras, su figura se desvaneció, tragada por la oscuridad.

Cuando abrí los ojos, ya no estaba en ese lugar oscuro. Había vuelto al bosque.

El dolor había desaparecido. Mis heridas estaban completamente curadas. Me incorporé lentamente, aún confundido… y en ese momento, una espada cayó frente a mí, enterrándose ligeramente en la tierra.

Su hoja estaba pulida, bien cuidada, y su empuñadura parecía brillar bajo la luz filtrada entre los árboles.

Entonces escuché una voz conocida gritar a lo lejos:

—¡Te la presto, por ahora! ¡No la rompas!

Era el caballero.