capítulo 4: de regreso a la pelea

Giré ligeramente la cabeza y vi al caballero a lo lejos. Con voz firme y potente, me gritó que usara la espada que me había lanzado para pelear.

El caballero permaneció inmóvil, observando la batalla desde la distancia. Reuniendo todas mis fuerzas, empuñé la espada con firmeza y me lancé hacia el ángel, intentando asestar un corte. Pero él reaccionó con velocidad inhumana, contraatacando con un tajo certero. La fuerza de su golpe me obligó a soltar la espada por un instante.

Me agaché de inmediato, esquivando su golpe por poco, y aproveché para recuperar la espada del suelo. El ángel tomó impulso y, ayudado por sus alas, se elevó en el aire. Voló directo hacia mí como un proyectil, descargando una ráfaga de cortes rápidos sobre mis brazos y piernas. Eran superficiales, pero certeros. Aunque logró contener la fuerza de sus ataques, el dolor acumulado me dificultaba moverme con normalidad.

Me alejé unos pasos, jadeando por el esfuerzo, y le pregunté en voz alta:

—¿Todos los de tu raza son así de fuertes… o solo tú?

Él simplemente respondió con un seco “no”.

Solté una risa irónica.

—Vaya suerte la mía… El primer día que salgo de esa cápsula y ya me topo con un monstruo.

Noté que la niña elfa ya no estaba en el suelo. Sin pensarlo, volví a atacar al ángel con la espada, obligándolo a retroceder. Quería alejarlo del lugar para darle tiempo a la niña de escapar y esconderse. Mientras lo mantenía ocupado, sentí algo extraño: mis heridas comenzaban a cerrarse lentamente por sí solas.

Gracias a la regeneración, podía moverme con más agilidad. Corrí hacia el ángel, y él hizo lo mismo. Nuestras espadas chocaban una y otra vez mientras nos desplazábamos a gran velocidad, intercambiando cortes en brazos y piernas sin darnos tregua. El ángel comenzó a mostrar señales de agotamiento: sus brazos temblaban, su respiración se volvía pesada. Su cuerpo, cubierto de heridas, ya no podía seguir el ritmo. El mío también estaba lastimado, pero a diferencia de él, mis heridas se cerraban solas con el paso del tiempo. Esa diferencia nos estaba separando… lentamente, pero con claridad.

El ángel me miraba con odio puro mientras continuaba atacándome, cada vez con menos precisión, pero con más rabia.

De pronto, gritó con furia:

—¡No perderé contra un miserable humano como tú! ¡No tienes idea de todo lo que hemos sacrificado por esta maldita guerra!

No supe qué decir. Me quedé en silencio. Pero mis brazos no se detuvieron. Seguían moviéndose, guiando la espada con una brutalidad que no parecía mía. Algo dentro de mí comenzaba a tomar el control. Una fuerza que no entendía… ni podía detener.

Sentía cómo mis fuerzas me abandonaban poco a poco, pero no podía caer. No aún. Tenía que mantenerme en pie… por ella. Por la niña.

El ángel también empezaba a flaquear; sus movimientos eran más lentos, más torpes. Vi mi oportunidad y, con un último impulso, corrí hacia él.

Mi espada atravesó su pecho. El sonido del metal al rasgar carne y hueso quedó grabado en mi mente.

Pero él, con sus últimas fuerzas, me contraatacó, y su espada se hundió en mi abdomen.

Ambos quedamos inmóviles por un instante, mirándonos fijamente. Sabía que él ya no podía continuar. Comenzó a escupir sangre, tambaleándose.

Mis manos temblaban cuando retiré mi espada de su cuerpo. Él cayó de rodillas… y luego, sin vida, al suelo.

Intenté dar un paso hacia donde recordaba haber visto a la niña elfa esconderse, detrás de un árbol. Durante el combate, había alcanzado a verla correr hacia ese lugar.

Pero mis piernas ya no respondían. Me desplomé de rodillas, exhausto.

Miré mis manos, temblorosas y cubiertas de sangre. Mis ojos se nublaban.

Intenté ponerme de pie una vez más… pero mi cuerpo no me obedecía.

El caballero, al verme desplomado, corrió hacia mí sin dudar. Mientras se acercaba, comencé a oír una voz en mi cabeza… pero era la mía. Era como si yo mismo me hablara al oído, murmurando cosas que no lograba entender.

Todo se volvía confuso. La realidad se desdibujaba. No podía más. El mundo se oscureció y perdí el conocimiento.

Cuando abrí los ojos, estaba recostado contra el tronco de un árbol. Frente a mí, la niña elfa me miraba fijamente, con lágrimas desbordándose de sus ojos. En un impulso repentino, se lanzó sobre mí y me abrazó con fuerza, como si temiera que desapareciera.

Ella se aferraba con fuerza a mi camisa, negándose a soltarme. Le acaricié la cabeza con suavidad, intentando calmar sus sollozos. Poco a poco, entre lágrimas, comenzó a hablar. Me contó que todos los que la acompañaban habían sido asesinados por el ángel… su madre, su padre, sus amigos, incluso los conocidos del pueblo.

Los había visto gritar de dolor, pedir ayuda… pero nadie acudió.

Ella logró escapar, pero él la alcanzó. Y cuando estaba a punto de matarla, aparecí yo.

Gracias a eso —dijo con la voz temblorosa—, estaba viva.

No podía creer lo que acababa de escuchar.

Seguí acariciándole la cabeza en silencio, dejando que el llanto se apagara poco a poco. Finalmente, Elena se calmó.

Con esfuerzo, me puse de pie y la tomé en brazos.

Sin decir una palabra, comenzamos a caminar hacia donde estaba el caballero.

El caballero nos esperaba en silencio, de rodillas frente a una tumba improvisada donde había enterrado los cuerpos de los elfos caídos.

Después de terminar su oración, se acercó a nosotros con expresión solemne.

—Esa niña no se separó de tu lado ni un segundo —me dijo—. Fue ella quien te acomodó contra ese árbol cuando perdiste el conocimiento.

La niña bajó la mirada, limpiándose las lágrimas con las manos temblorosas.

—Mi nombre… es Elena —susurró con una voz suave, casi quebrada.

Tras secarse las lágrimas, Elena me dedicó una tenue sonrisa. Sus ojos aún reflejaban una tristeza profunda, pero también algo más: esperanza.

La cargué a mi espalda con cuidado, y comenzamos a caminar.

Después de avanzar un buen trecho entre árboles y colinas, por fin nos encontramos con los demás héroes. Estaban sentados en el suelo, descansando mientras nos esperaban.

El caballero nos señaló la cima de una colina cercana y dijo:

—Justo más allá… está el Reino de los Humanos. El Reino Lumeria.