capitulo 23: La cueva

Estaba en un lugar enorme, donde la luz apenas alcanzaba a entrar.

Parecía una cueva… pero no podía estar seguro.

Todo estaba oscuro. Demasiado oscuro.

Decidí avanzar hacia donde parecía provenir un débil rayo de luz, pero justo en ese momento comencé a escuchar una voz.

Era ella.

La voz de mi hermana Emi.

No cabía duda. Era su tono, su dulzura... su forma de pronunciar mi nombre.

Corrí en dirección a la voz.

Corrí sin pensarlo.

Pero mientras más me acercaba, más oscuro se volvía el lugar.

La luz desaparecía.

Mis pasos ya no resonaban.

Solo quedaba la voz…

hasta que también esa se desvaneció.

—¡¡Emi!! —grité.

Nadie respondió.

Un miedo helado me recorrió el cuerpo.

¿Y si…?

No, no quería pensarlo, pero las imágenes vinieron solas: su cuerpo, sin vida, como el de tantos otros. Como el de mis hermanos caídos.

Y justo en ese momento, cuando llegué a un claro donde la luz entraba por un enorme agujero en el techo de la cueva, di un paso adelante… y fue mi error.

No vi el suelo.

Y caí.

Caí de cabeza al abismo.

El golpe al llegar al fondo fue brutal.

Ambas piernas se partieron al instante.

Intenté ponerme de pie. No pude.

El dolor era insoportable. Apenas podía respirar.

Caí de rodillas, jadeando, gritando.

Y entonces, otra vez escuché esa voz.

Era la de Emi... pero ya no sonaba igual.

Cambió.

Se volvió más áspera. Más burlona.

—¿Qué pasó? ¿No era yo la que tú esperabas? ¿Te decepcioné? —dijo una mujer, mientras derramaba un líquido extraño sobre mi cuerpo desde las alturas.

El líquido me empapó por completo.

—Tus piernas... se rompieron, ¿no? Vaya caída. Desde aquí arriba se escuchó clarito —rió.

Quise responder, pero solo podía gemir del dolor.

Ella no paraba de hablar, burlándose, y entonces creó una pequeña bola de fuego en su mano.

La lanzó justo hacia mí.

La esfera cayó sobre mi brazo y… comenzó a arder.

Intenté apagar el fuego con la otra mano, pero entonces ésta también se prendió.

El fuego se extendió.

Subió por mis hombros. Bajó por mi pecho. Me envolvía, me devoraba.

—¡AAAHHHH! ¡¡AAAAHHHHH!!

Grité.

Grité con toda mi alma.

Nada lo detenía.

Ni siquiera mi magia. El agua no lo apagaba.

Nada funcionaba.

El dolor era indescriptible.

Solo podía arrastrarme. Llorar. Suplicar.

—¡AGUA! ¡ALGUIEN! ¡APAGUEN ESTAS MALDITAS LLAMAS!

Pero nadie vino.

Nadie me escuchó.

Solo la voz de esa mujer, implacable, cortante.

—Estás solo.

—¡AGHHHHHH!

—Estás solo... y morirás solo.

Y entonces, su última frase:

—Pero yo acabaré tu sufrimiento.

Después, silencio.

Ya no sentía dolor.

Tal vez porque ya no sentía nada.

No veía.

No tocaba.

No oía nada más que el vacío.

Mi cuerpo ya no existía.

Solo estaba… flotando.

Y entonces apareció una luz.

Una luz lejana, distante… pero hermosa.

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[Aunque en ese momento, el cuerpo de Haruki comenzaba a regenerarse, el líquido con el que había sido empapado impedía que las llamas se extinguieran. Su carne se restauraba, solo para volver a arder una y otra vez.

Fue un tormento eterno. Un sufrimiento sin fin.

Hasta que la mujer, desde las alturas, lanzó una lanza mágica directo a su corazón, atravesándolo por completo.

Así, Haruki fue liberado. Su cuerpo, por fin, quedó en silencio.

Su alma, se apagó entre llamas que nunca debería arder]