Desde la distancia, miraba el cuerpo de mi hermano tendido en el suelo, con una espada atravesándole el corazón.
Y, como si no fuera suficiente, ese maldito... ese desgraciado pisoteaba su rostro una y otra vez, sin parar, como si no valiera nada.
Ya no podía seguir viendo esa escena.
Una rabia indescriptible se apoderó de mí.
Corrí sin pensarlo.
Al llegar, le di una fuerte patada en la cara. El impacto fue tan violento que lo lanzó hacia atrás.
Sin embargo, él, con reflejos inhumanos, apoyó sus manos en el suelo antes de caer por completo y se impulsó hacia atrás para recuperar distancia.
Me puse en guardia, listo para su próximo ataque.
Pero... él simplemente comenzó a caminar en círculos.
Como si no pasara nada.
Como si no estuviera frente al hermano del hombre que acababa de matar.
Era una mentira.
Estaba preparando algo. Lo sentía.
Entonces lo vi.
Su brazo sangraba.
Había dibujado un círculo con su propia sangre.
Y sin que me diera cuenta, lo había cerrado por completo.
Ese brillo...
Ese maldito brillo lo reconocía.
—No... —susurré.
Era la misma técnica que usó aquel otro hombre cuando peleamos en la ciudad humana.
El círculo comenzó a brillar con intensidad mientras él reía como un maniático.
—¡Esto es magnífico! Estuve esperando esto por mucho, mucho tiempo...
¡Mi poder ha despertado de nuevo! ¡Mi habilidad especial... mi espada!
—¡Vas a sufrir tanto que pedirás la muerte, humano!
Frente a mí apareció una empuñadura, y de ella surgió una espada enorme: una hoja ancha, larga, de filo letal.
Un solo golpe podría significar mi fin.
No tuve más opción.
—¡Habilidad especial: Escudo de Dragón!
> [El Escudo de Dragón es un escudo mágico capaz de resistir casi cualquier ataque.
Puede autorrepararse si es dañado, pero consume rápidamente la energía mágica de su portador.
Su duración depende del maná restante del usuario.]
Apareció frente a mí: mi escudo definitivo.
No podía usar la katana; sería un estorbo. La dejé caer al suelo.
Me acerqué al cuerpo de mi hermano...
Y tomé la espada que lo había matado.
Esa sería mi arma. Su espada sería mi justicia.
El hombre no esperó. Me atacó con su nueva espada.
Pero logré bloquearlo.
El escudo resistía… apenas.
De no ser por él, ya estaría muerto.
El enemigo seguía riendo, atacando sin cesar, loco por blandir esa maldita arma.
Apenas podía mantenerme en pie.
Estaba agotándome.
Aunque tenía la espada en mi brazo derecho y el escudo en el izquierdo, no podía encontrar una abertura para atacar.
Hasta que, en uno de sus embates, su espada quedó atascada en mi escudo.
¡Era mi oportunidad!
Lo ataqué con la espada de mi hermano, logrando rozar su brazo.
Él no se inmutó.
Solo sonrió y, con un movimiento violento, liberó su espada.
Me devolvió el ataque con el doble de intensidad.
El corte fue brutal.
Mi escudo se resquebrajó.
La magia se drenaba rápidamente.
Mi cuerpo ya no aguantaba más.
—No puedo seguir así... —susurré.
Decidí arriesgarlo todo.
Puse el escudo en mi espalda.
Y con ambas manos sujeté con fuerza la espada.
Corrí directo hacia él.
Él también corrió hacia mí, sin temor, como si lo estuviera esperando.
Y así...
Nuestras espadas traspasaron nuestros cuerpos.
Mi espada le cortó el cuello.
Su espada me atravesó el pecho.
Ambos quedamos en silencio por un momento.
Mi respiración se volvió irregular.
Lo había vencido… pero el precio había sido demasiado alto.
Mi corazón dolía.
No por tristeza.
Por daño físico.
Me llevé la mano al pecho. El dolor era insoportable.
Caí de rodillas.
Y luego, de frente contra el suelo.
Mi visión se nublaba.
Mis oídos ya no escuchaban nada.
Solo silencio. Un silencio absoluto.
Hasta que una voz me habló.
—Hermano… levántate. Dame la mano. Vamos… nos están esperando.
Quise ver su rostro, pero no pude.
Solo estiré la mano hacia esa figura… y me di cuenta de que estaba cubierta de sangre.
Fue entonces cuando lo entendí.
—Maldición... creo que mi corazón alcanzó a recibir… un poquito de daño.