capitulo 25: El Dios de la muerte vs El hermano mayor

Desperté después de que mi hermano Daichi me cargara un buen rato hasta llegar al centro de la isla. Descansábamos recostados en el tronco de un árbol, intentando recuperar fuerzas.

Entonces, un hombre con una capucha negra apareció frente a nosotros.

Sus ojos eran de un rojo oscuro y profundo, como los de un animal a punto de atacar a su presa.

Se acercó lentamente hasta quedar frente a nosotros dos.

Con una sonrisa burlona, extendió su brazo, ofreciéndonos ayuda para levantarnos.

Mi hermano, aún algo desconfiado, le dio la mano.

Pero, en lugar de ayudarlo, el hombre lo lanzó por los aires con una fuerza descomunal.

Daichi se estrelló contra el suelo con tal violencia que perdió el conocimiento en el acto.

Me levanté de inmediato y lancé un puñetazo directo a la cara del tipo…

Pero él ni siquiera se inmutó.

Con facilidad, detuvo mi golpe con una sola mano.

Y con la otra, me abofeteó con tal fuerza que me hizo volar hacia atrás.

Rodé por el suelo, pero usando mis brazos logré girar y, con una patada giratoria, intenté contraatacar.

Fue inútil.

De nuevo, detuvo mi pierna con una fuerza inhumana y me arrojó contra un árbol cercano.

Sentí cómo mi espalda crujía por el impacto.

El dolor era punzante, paralizante.

Mi cuerpo no respondía. Tal vez… me había roto un hueso.

Aun así, me arrastré por el suelo, tratando de alcanzar a mi hermano.

Pero el hombre, con un simple chasquido de dedos, creó una barrera negra y translúcida entre nosotros.

Me miró, sonriendo, como si esto fuera solo un juego.

Cuando volví a mirar a Daichi, él ya estaba de pie, justo detrás del hombre.

Con lo último de sus fuerzas, le propinó un puñetazo directo al abdomen, enviándolo unos metros lejos.

Mi hermano jadeaba, lleno de heridas.

Pero aún estaba en pie.

—¡Jajajajaja! ¡Esto es magnífico! —gritó el hombre con voz eufórica—. Así que tú eres fuerte… Vamos a ver cuánto duras.

¡Habilidad especial: Susurro del Final!

Un aura oscura estalló a su alrededor. El verdadero poder del enemigo había sido liberado.

—No daré marcha atrás —dijo Daichi, con los ojos encendidos de determinación—. ¡No miraré atrás! No volveré a dudar.

Por todas las personas que ustedes han asesinado…

¡Haré justicia, aunque mis brazos y piernas sean arrancados!

¡Yo, Daichi, el hermano mayor de los Doce Héroes, lucharé hasta el final!

¡Habilidad especial: Despertar de la Bestia!

—Eso es... eso es... ¡Pelea conmigo, contra el Dios de la Muerte!

Y así, comenzó la batalla final.

Cada golpe era una sentencia. Cada segundo, una elección entre la muerte y la victoria.

Daichi comenzaba a adaptarse al ritmo brutal del Dios de la Muerte, leyendo sus movimientos y respondiendo con su fuerza descomunal.

—Esa habilidad… ¿es de los semihumanos, no? ¿Cómo la obtuviste? —dijo el Dios, curioso—. Te está consumiendo... Si no terminas esto pronto, yo ganaré.

—No me importa... porque esta habilidad… no es más que una maldición.

De pronto, el Dios hizo aparecer una guadaña negra y brillante.

Con un movimiento, abrió una profunda herida en el pecho de Daichi.

Pero Daichi no se detuvo.

El dolor no lo frenaba.

La justicia lo impulsaba. La rabia lo mantenía de pie.

Sus golpes se volvían cada vez más certeros, más violentos.

Hasta que, al borde del colapso, su habilidad comenzó a apagarse.

Su cuerpo volvía a la normalidad…

Pero no lo permitió.

Activó su habilidad una vez más.

Sabía que el sobrecalentamiento podía matarlo, pero no le importó.

El Dios de la Muerte sonrió.

Pasó la guadaña de una mano a otra, confundiendo a Daichi.

Pero él ya había anticipado el ataque.

Cuando el Dios intentó su estocada final, Daichi interceptó el movimiento y dio una patada demoledora al mango de la guadaña, haciendo que esta saliera volando.

El Dios había perdido su arma.

Pero no estaba acabado.

Con sus propias manos, atacó.

Y con una fuerza imposible, atravesó el pecho de Daichi, arrancándole el corazón.

Daichi estiró su brazo, su puño casi rozando la mejilla del Dios.

Pero no alcanzó.

Cayó de rodillas…

Y, con la mirada al cielo, exhaló su último aliento.

Había muerto como un verdadero héroe.

El Dios de la Muerte se acercó a mí, chasqueando los dedos una vez más para desvanecer la barrera.

Intenté escapar.

No podía.

Me agarró de la cabeza…

Y con su mano libre, atravesó mi corazón.

Mi cuerpo comenzó a apagarse, al igual que el de mi hermano.