Déjalo

Tracie no podía creer lo que veían sus ojos. La persona que estaba diciendo toda clase de basura a Fiona era su propio marido.

Tracie no creía que necesitaba investigar a su esposo porque por lo que había visto cuando seguía a Fiona, ellos tenían un matrimonio feliz. Demostraban al público que estaban enamorados y que eran felices.

—Mira cómo estás —dijo él con desprecio, agachándose para que su cara estuviera al nivel de la de ella. Su voz era tranquila, casi burlona, mientras sus fríos ojos examinaban su cuerpo golpeado. —Te ves miserable. Tan miserable. —Ladeó ligeramente la cabeza, una cruel sonrisa apareciendo en la esquina de sus labios—. Pero podrías haberte ahorrado todo este dolor si simplemente me hubieras dado el dinero que te pedí.

—¿Dinero? ¿De qué dinero está hablando? —se preguntó Tracie.

—Puedes quedarte aquí y sufrir, por lo que a mí respecta —dijo él con desdén evidente en su tono.

—Vas a pagar por esto —logró decir Fiona mientras seguía acostada en la cama.