Capítulo 1 — Un encuentro afortunado
El aire soplaba de manera tan variada que, a veces, en el golpeteo de los árboles, una que otra hoja se desprendía con tal suavidad que daba tranquilidad verla caer. Este era el bosque Luton, ubicado al este del pueblo Holden. Mientras las hojas danzaban al viento, un mortal con una túnica del color de la noche rompía la calma con su correteo: era Yang Feng, quien perseguía a un pequeño zorro de cola plateada.
-Al cazar este zorro, no deberé preocuparme por lo que comeré esta noche.
Cada palabra que pronunciaba era como escuchar a un inmortal que ha vivido quinientos años. Su voz, serena y pausada, transmitía tal calma que inspiraba miedo o admiración en quien lo oyera.
Yang Feng no cesaba en su persecución. Cada movimiento, cada desliz, cada vuelta estaba cuidadosamente calculada. El zorro pensaría que controlaba el rumbo, sin saber que sus pasos ya estaban previstos y que una trampa lo aguardaba al final del camino. Después de unos minutos, cayó en ella, sin escapatoria.
-Todas las cosas viven y mueren. Ese es el ciclo de la vida. Debemos luchar para sobrevivir, pero si uno sobrevive, otro debe morir. Hoy mueres tú y vivo yo. Tu carne me dará la energía que necesito para vivir el hoy.
Sin más, dio el golpe de gracia. Con movimientos sutiles de su daga, retiró la piel y todo lo que no se podía comer. Luego envolvió la carne en unas mantas, evitando que se dañara o atrajera a bestias no deseadas.
La caza de hoy no ha sido la mejor. Solo me ha dado para comer, no para vender. Los rayos de sol ya son escasos y no tengo fuerzas para enfrentar a una manada de lobos. Lo mejor será regresar y prepararme para el mañana.
¡Aúú, aúú!
De pronto, la tranquilidad se desvaneció. Un aullido rasgó el aire: ese sonido inconfundible de los lobos.
Por el sonido, parece que solo es uno. Tal vez la manada lo expulsó, o se quedó dormido mientras los demás se marchaban. Si logro matarlo, podré vender su cuerpo por algunos peniques. Pero primero debo evaluar la situación... y pensar cómo lidiar con él.
Yang Feng se levantó del pasto y limpió la sangre de su daga con la túnica. Volvió a su carrera entre las grandes raíces sobresalientes, hasta que llegó a unos pocos pies del lobo.
Pero no era un lobo común.
Su tamaño triplicaba al de un lobo normal, su pelaje azulado y oscuro lo hacía parecer un demonio. En las cuencas donde deberían estar sus ojos, brillaban dos pequeñas lunas sangrientas, como si toda racionalidad se hubiera extinguido. Su hocico babeaba mientras dejaba ver unos colmillos enormes y afilados.
¿Qué le habrá pasado a este lobo para encontrarse en ese estado?
Sin duda, ya no es un lobo normal. Si es posible, no me gustaría luchar contra él. No le veo ninguna debilidad, y dado que ha perdido toda racionalidad, su fuerza se multiplicará.
Poco a poco, Yang Feng comenzó a dar pasos hacia atrás.
Un hombre debe saber cuándo luchar y cuándo retirarse;
cuándo el enemigo es fuerte y sabio, y nosotros, débiles y torpes;
cuándo el enemigo es fuerte y torpe, y nosotros, débiles pero sabios.
Si esta situación fuese la segunda opción, atacaría sin vacilar.
Pero ese no era el caso.
Lo mejor era retirarse... y vivir un día más.
¡Crac!
Sonó al pisar una rama.
El sonido lo alertó de inmediato.
Rápidamente miró la rama, luego al lobo.
Volvió a mirar la rama y, cuando levantó la vista otra vez,
el lobo ya se encontraba frente a él.
¿Cómo llegó hasta acá...?
Pero sus ojos, tan calmados como la noche, no mostraron sorpresa.
Cualquier mortal gritaría, se frustraría al saber que ha llegado el fin.
Pero ese no era el caso de Yang Feng.
Él sabía que todas las cosas viven y mueren.
Él no era la excepción.
¿Cómo lo sería, si aún no era un inmortal?
Y, aun así, incluso los inmortales tienen su final.
Un sonido ensordecedor se escuchó al recibir el golpe.
Una garra bestial se incrustó en su pecho,
lanzándolo varios metros hasta incrustarse contra un árbol.
¿La cima de los monarcas...?
Vaya broma...
Al final, ni siquiera pude convertirme en un inmortal.
Solo pudo susurrarlo.
Hablar ya no podía.
Su pecho tenía un agujero del tamaño de dos puños,
sus vías respiratorias estaban obstruidas,
y un fluido rojizo descendía lentamente desde su cabeza.
Pero el espectáculo no acabó ahí.
El lobo se lanzó sobre él, hambriento, deseoso de carne.
¿Quién tuvo la culpa?
Nadie.
Todos los seres necesitan comer.
Ninguno es más valioso que otro.
Solo el vencedor tiene derecho a seguir existiendo.
El lobo se dio su festín,
mientras la conciencia de Yang Feng se desvanecía.
Al final, fui la comida de otro en este día.
Aliméntate bien... y lucha todos los días.
Oh, vida... qué magnífica eres.
Y con ese pensamiento,
la conciencia se esfumó.
-Me gusta tu filosofía -se escuchó una voz proveniente de las nubes, los árboles, la tierra, el lobo, el cuerpo destruido de Yang Feng... y de todas las cosas a su alrededor.
Yang Feng se vio a sí mismo, destrozado por el lobo que seguía comiendo. Todo era opaco. Nada ni nadie se movía, salvo él, que se encontraba ahora en forma de espíritu.
-¿Qué está pasando?
-Te he observado durante los últimos diecinueve años desde tu nacimiento...
Mientras aquella voz hablaba, él no le prestaba atención. Se dedicaba a observar todo a su alrededor, buscando pistas de lo que ocurría. Se acercó a su cuerpo; sus ojos seguían sin expresar ningún sentimiento. Eran tan tranquilos como un lago. Sin inmutarse por lo sucedido, observó al lobo y notó que este tenía un aura roja a su alrededor.
-Así que sí eras un demonio, después de todo...
Luego se levantó y caminó hacia el lugar donde el lobo se encontraba antes, buscando rastros que le explicaran lo sucedido.
-Y fue por eso, chico, que te traje aquí -dijo la voz.
-¿Así que estás diciendo que mi cuerpo tiene la misma apariencia que tú tenías cuando eras joven y por eso lo quieres? ¿Pero para tenerlo debo entregarte mi espíritu?
-¡Exacto! Así que apresúrate a dármelo.
-¿Quieres mi cuerpo? Tómalo, solo es carne y huesos que se sostienen. ¿Quieres mi espíritu? Entonces dame el tuyo. Sería un intercambio justo.
-¡¿Chico, estás cortejando a la muerte?! -pronunció la voz, furiosa.
-Qué irónico que quieras obtener algo sin dar nada a cambio...
La voz calló, como si hubiera entrado en reflexión. Después de un momento, volvió a hablar:
-La impaciencia de tener un cuerpo otra vez me cegó... Si te parece bien, dame tu cuerpo y tu espíritu, y yo te daré vida otra vez.
Yang Feng se mostró pensativo, cuestionando en silencio el significado de "vida" para esa voz. Luego de un tiempo, habló:
-¿Qué es vida?
-Ser consciente de lo que sucede a tu alrededor. Experimentar el sufrimiento y el amor. Disfrutar de comidas y aromas. Caminar por la existencia como un inmortal y cultivar siglos sin vacilar...
Cada palabra era escuchada con atención, pero nada conmovía al espíritu, hasta que, al final, una leve sonrisa apareció en su rostro.
-Ahora es un buen trato... Pero dime: ¿existiremos dos "yo"?
-Claro que no. Existiremos como un solo ser. Pero mi espíritu descansará en tu interior, dormido la mayor parte del tiempo, hasta que alcances un nivel de cultivo superior.
-Entonces toma mi cuerpo y mi espíritu. Al tenerlo, despierta y mata al lobo... para seguir el camino que queremos recorrer.
Al terminar de pronunciar sus palabras, el espíritu comenzó a volverse tenue, hasta desaparecer. En su lugar apareció una pequeña esfera, como una canica de brillo azul intenso. Poco a poco, esta se dirigió hacia el cuerpo destrozado. La escena era tan caótica que con cada movimiento, el tiempo parecía retroceder. Cuando la esfera finalmente tocó el cuerpo... este se encontraba frente a frente con el lobo.
Chico... en verdad eres sabio para tu corta edad. Sin duda alguna, tu camino es hacia la cima.
Todo el lugar había retrocedido en el tiempo. La escena de Yang Feng siendo destrozado aún no ocurría, pero si no se movía en los próximos segundos, volvería a pasar. Sus ojos, antes tranquilos y oscuros, hoy se veían más sombríos que nunca; no era la noche... era la oscuridad misma.
El ser torció su cuerpo como pudo, permitiendo que la garra solo lo arañara. Usando la inercia del giro, logró golpear al lobo en su costado y salir disparado hacia un lado.
Qué cuerpo más débil el de los mortales... había olvidado esta sensación.
Al caer al suelo, levantó la mirada al instante. El lobo no había perdido ni un solo segundo y ya lo tenía encima otra vez. Con un movimiento rápido logró esquivarlo; la bestia, impulsada por su propia velocidad, no pudo evitar estrellarse contra un árbol.
¡Crash!
Sin perder tiempo, el ser se lanzó con su daga hacia el costado del lobo, clavándola profundamente y causando una herida mortal. El lobo, que parecía haber perdido toda racionalidad, comenzó a aullar como si el dolor le desgarrara el alma.
¡Auuuuuu!
Furioso, se abalanzó de nuevo. Esta vez era demasiado rápido. El ser no pudo esquivarlo del todo y concentró sus fuerzas en minimizar el daño. Fue lanzado hacia atrás por la enorme garra, pero logró mantenerse de pie, aunque a duras penas. Su defensa estaba debilitada, lo que fue aprovechado por la bestia que asestó otro zarpazo directo al pecho, desgarrando la tela y dejando una herida profunda.
Aunque la herida parecía grave, pudo haber sido peor. Había redirigido parte de la fuerza del golpe para contraatacar.
¡Crack!
En medio del silencio del bosque, se escuchó un crujido espeluznante: el sonido seco de una patada brutal en la cabeza del lobo.
El animal, aturdido, se detuvo por unos segundos. Ese breve instante bastó para que el ser asestara otra herida certera.
Este cuerpo ya está al límite... si alargo más la batalla, no lo resistirá.
Un sudor frío recorría su rostro, tal vez por el agotamiento o por las heridas abiertas que sangraban en su pecho y brazos.
Tosió sangre.
Con sed de muerte en sus ojos, el lobo volvió a lanzarse al ataque.
Lo peor que le puede pasar a una bestia o a un hombre... es perder la razón.
En una batalla, pensar es tan vital como luchar. La furia ciega era una debilidad que debía aprovechar.
Esquivando y contraatacando, el ser logró cortar las cuatro patas del lobo. Los aullidos desgarradores llenaban el aire, tan agudos que los tímpanos de los animales cercanos, e incluso los suyos, comenzaban a sangrar.
Un rugido seco y potente, como un estruendo, sacudió el entorno. No era un sonido común. El pelaje oscuro de la bestia comenzaba a brillar con un resplandor rojo.
No... esto no es bueno. Si termina de transformarse, su fuerza se duplicará.
Llevando su cuerpo al límite, se lanzó una vez más a la ofensiva, cortando sin piedad el lomo, las patas, el rostro, los ojos... cualquier parte vulnerable que pudiera alcanzar. Sabía que si el lobo lograba asestar un solo golpe más, sería el final.
El lobo ya apenas podía mantenerse en pie, pero también lo mismo podía decirse del ser que lo enfrentaba. Sus respiraciones eran pesadas, su cuerpo herido, pero su mente, aguda como siempre, no se rendía. Observó el terreno a su alrededor y comenzó a moverse de un lado a otro. A ojos de un desconocido, parecería que estaba huyendo, pero no era así. Calculaba, buscaba. Sabía que no necesitaba contener al lobo por mucho tiempo... tan solo unos segundos serían suficientes.
Después de más de media hora de juego y desgaste, logró ver una trampa entre los matorrales: una vieja trampa de cuerdas que él mismo había colocado días atrás para lobos comunes. La reconoció al instante.
-Chico inteligente... siempre contemplando las posibilidades -susurró aquella voz interior con una mezcla de respeto y orgullo.
Guiando al lobo en esa dirección, logró hacerlo pisar el disparador. Un tronco pesado, del tamaño de dos lobos, cayó desde lo alto con un estruendo seco.
¡Crash!
El impacto directo a la cabeza dejó al demonio aturdido, apenas consciente. Fue el momento que había esperado.
Saliendo de entre los arbustos, el ser se abalanzó con precisión, y con un corte limpio en el cuello puso fin a aquella desesperante batalla.
Los ojos del cuerpo prestado volvieron a teñirse de noche. Era la oscuridad misma dándole la bienvenida a Yang Feng... al verdadero. Su mirada, tranquila y serena, se posó sobre la bestia caída.
Recordó entonces lo que se decía en las leyendas del pueblo: que los lobos demoníacos ocultaban un núcleo en el pecho, un corazón cristalizado de energía corrupta. Con su daga, cortó la carne que lo envolvía y extrajo el núcleo. Era del tamaño de una pelota de tenis, latía débilmente, cubierto de carne palpitante y con un brillo rojizo profundo.
-Se lo mostraré al anciano... él sabrá qué hacer con esto.
Yang Feng tenía el rostro pálido, la respiración entrecortada, sus ojos pesados luchaban por no cerrarse. Pero la fuerza de su voluntad era inquebrantable. Sabía que ese bosque ya no era seguro.
Con esfuerzo, sacó una cuerda y amarró al demonio por las patas traseras. A paso lento pero firme, comenzó el camino de regreso al pueblo. Al pasar por el lugar donde antes había caído el pequeño zorro, echó una última mirada, como si ofreciera una silenciosa disculpa.
Sus ropas estaban desgarradas, su cuerpo cubierto de sangre y cortes, y sin embargo, su mirada era serena. En el silencio del bosque, entre la luz débil que atravesaba las ramas, su figura se alejaba como la de un demonio joven... uno que no nacía del odio, sino de la determinación.
Continuará.