Capítulo 2 — Un viejo misterioso
A unos diez mil li de la ciudad Puente Blanco, se encontraba el pueblo Holden, asentado en forma de heptágono y protegido por murallas de piedra desgastada. Las casas, también de piedra, ladrillo con tejados de barro cocido, se alzaban humildes; algunas limpias y cuidadas, otras cubiertas de musgo y tiempo. En el centro del pueblo se levantaba el edificio más imponente: el ayudantamiento, de ocho plantas altas, decorado con detalles llamativos que lo hacían destacar entre la sobriedad del entorno. Una pequeña muralla lo resguardaba, y su gran puerta de madera rojiza brillaba como si el sol la hubiese acariciado por siglos. En cada esquina, un dragón de piedra custodiaba la entrada, dándole presencia majestuosa. Esta construcción no solo servía como sede administrativa, sino como punto de intercambio de materiales, los cuales eran luego enviados a la ciudad.
Holden era gobernado por un solo inmortal. No existía otro igual dentro de sus límites. Él era ley. Si caminaba por las calles, los mortales se inclinaban ante su presencia; quien no lo hiciera, era cortado sin piedad y entregado como carne a los perros. ¿Lamentar su muerte? ¿Para qué? En el camino del dao, los mortales eran vistos como reemplazables, meros sirvientes cuya existencia no merecía mención. Los inmortales, en cambio, eran tratados como dioses que alguna vez descendieron del cielo. Esa era la costumbre, la norma, la ley no escrita de un mundo gobernado por la fuerza.
Pese a su aspecto encantador, Holden no contaba con grandes recursos ni guerreros poderosos. Esa carencia era suficiente para que fuese olvidado por las grandes sectas y ciudades, relegado a lo bajo, a lo insignificante. De vez en cuando, algún inmortal de la ciudad era enviado para buscar talentos con aptitudes de cultivo. Aquellos afortunados serían entrenados, moldeados como armas, para proteger el territorio central.
A través de la puerta este del pueblo, entraba Yang Feng.
Su mirada permanecía serena, tan serena como siempre, aunque su cuerpo dijera lo contrario: ropas desgarradas, la piel surcada de cortes, cubierto de sangre seca y reciente, y arrastrando tras de sí a aquel demonio derrotado.
Era de tez blanca como la nieve, y aunque aparentaba tener quince años, no era así. Su altura rondaba los 1.83 metros, y su contextura delgada hacía que sus músculos apenas se notaran. No parecía tener muchas características destacables, pero su apariencia no era decepcionante. Era atractivo, sin exagerar la palabra. Sus ojos, cabello y túnica de tela eran tan oscuros como la noche.
-Chico, ¿qué te ocurrió en el bosque para venir así? -preguntó un guardia robusto, con una cicatriz en forma de garra cruzándole el rostro. Siempre se mostraba serio.
-Un demonio.
El chico no dijo más. Solo esas dos palabras, mientras señalaba con la cabeza aquello que arrastraba tras de sí.
-¡¿Había demonios en ese lado del bosque?! -se sobresaltó otro guardia. Era muy delgado, y su armadura apenas lograba cubrirlo del todo.
Los demás susurraban entre ellos, preocupados. Sabían que si había aparecido un demonio, probablemente habría más. El primer guardia en hablar dejó de observar al chico y fijó la mirada en el cuerpo del demonio.
-¿Cómo lo mataste? -preguntó, sin mostrar emoción en el rostro.
-Con la trampa del tronco que cae del cielo. El mérito es de ella.
Sin decir más, miró una vez más al demonio, y luego volvió su mirada tranquila hacia el guardia.
-¿Al Gran Anciano Du?
-Sí.
-Ve. Él sabrá qué hacer con esto. Nosotros iremos mañana a primera hora a revisar el bosque. No olvides tratar tus heridas.
Yang Feng no respondió. Solo asintió levemente con la cabeza y siguió su camino. Poco a poco, comenzó a ver más personas transitando. Era la señal de que se adentraba en el área del mercado.
- ¡Es un inmortal!
Alguien gritó, y todos dirigieron la mirada al recién llegado. Yang Feng no fue la excepción. El inmortal avanzaba con arrogancia, observando desde lo alto a cada persona del lugar. Llevaba una túnica de seda lisa, con orillas bordadas en oro puro, que se agitaban con cada movimiento, haciendo caer unas cuantas monedas al suelo con cada paso. A su lado lo seguían cuatro mortales, cargando pesadas mochilas en la espalda y con apariencias desastrosas; su presencia apenas y se notaba junto a la del inmortal. Mientras tanto, niños, jóvenes, adultos, vagabundos y ancianos no hacían más que postrarse humildemente ante su figura.
- Larga vida al gran inmortal.
Se repetía cada vez.
Entre tantas voces, se lograba distinguir la de Yang Feng.
Así que ese es un inmortal. La última vez que vino, dicen que fue hace veinte años. Para entonces, ni siquiera había nacido, pero espero que esta vez no me lleven. Quiero ser libre, hacer lo que me plazca, no estar atado por una correa que me diga a dónde ir, a quién matar. No, quiero juzgar este mundo con mis propios ojos y matar a quien yo elija. Ese será mi camino de ahora en adelante.
Después de haber pasado, todos los mortales se quedaron postrados unos quince minutos más, antes de continuar con sus actividades, mientras Yang Feng seguía su camino.
Más tarde, llegó a una pequeña tienda. Aunque no era lujosa, estaba bien cuidada, lo que atraía a los clientes.
- Viejo Du, hoy traje una buena presa.
El dueño de la tienda era un hombre de avanzada edad, con vestimentas del mismo color del cielo en el anochecer, decoradas con bordes ornamentales, y llevaba dos brazaletes en forma de dragón en sus muñecas.
- Mmm... ve a la parte trasera de la tienda y limpia tus heridas. Luego te llevaré una túnica limpia y vendas para que te atiendas. Después de eso, hablaremos de lo que trajiste.
Cada vez que hablaba, su voz era serena, como la de un ermitaño de las montañas, calmada y única, característica de su persona.
- Las órdenes del Viejo Du son como las de un padre.
Con una actitud respetuosa, hizo un gesto con las manos y se dirigió a la parte trasera de la tienda.
Al cabo de un tiempo, tras cambiarse y vendarse, decidió que ya era hora de regresar.
- Ya me encuentro más presentable, Viejo Du.
El anciano no dijo nada, solo lo observó por un momento.
- ¿De dónde ha salido ese demonio que has traído?
- Del bosque Luton.
- ¿El bosque Luton? ¿El mismo que solo tiene animales pequeños y, por las noches, de vez en cuando salen lobos?
- Así es, Viejo Du. No me atrevería a mentirle.
El anciano pensó por un momento y luego continuó.
- ¿Tú solo lograste matarlo?
Sabía que el Viejo Du le haría esa pregunta, por lo que ya estaba preparado para responder.
- Así es.
El Viejo Du sabía que Yang Feng no era de los que bromeaban. No, él era un prodigio, ya fuese en escritura, planificación estratégica o pensamiento rápido en situaciones complicadas. Podía jurar que este joven podía aprenderlo todo, y más.
- Chico, el demonio lobo en este estado no es algo que se pueda vender a un alto precio, pero por ser tú, te daré dos níqueles.
- La verdad, pensaba que valdría al menos una plata.
- Debes saber que estos demonios están en lo más bajo de la cadena alimenticia. Además, le has hecho demasiados cortes en la piel; será difícil recuperar algo útil.
- Entonces aceptaré los dos níqueles, Viejo Du.
- Sabia decisión, muchacho.
Sacó dos monedas con un leve tinte azulado y se las entregó a Yang Feng.
Las monedas utilizadas por los mortales eran cinco:
La primera era el penique, con un valor de una unidad. Suelen usarse para comprar una hogaza de pan, una manzana o una pinta de cerveza barata.
La segunda eran los níqueles, con un valor de diez peniques. Se utilizan para una comida decente en una taberna o herramientas simples.
La tercera era la plata, equivalente a diez níqueles o cien peniques. Se usa para pagar una habitación en una posada, ropa de buena calidad o armas básicas.
La cuarta era la corona, con un valor de diez platas o mil peniques. Con ella se compran caballos, armaduras, armas de calidad o se pagan sobornos importantes.
La quinta y más valiosa era el florín, con un valor de diez coronas o diez mil peniques. Suelen usarse para adquirir tierras, artefactos mágicos, espadas con maná o collares con propiedades protectoras.
- Además del demonio, tengo esto. ¿Le importaría iluminarme?
Yang Feng sacó un núcleo del tamaño de una pelota de tenis. Latía débilmente, cubierto de carne palpitante, con un brillo rojizo profundo.
- Sin duda alguna fuiste tú quien lo mató. Este es un corazón cristalizado de una bestia demoníaca... pero eso ya lo sabes. Entonces, lo que deseas saber es si con esto puedes golpear las puertas hacia la inmortalidad. Dime, muchacho, ¿de qué crees que se trata el cultivo?
Yang Feng guardó silencio por un momento que pareció eterno. Retiró la mano de su mentón y observó al anciano frente a él. Luego desvió la mirada hacia los objetos a la venta en la tienda. Pasaron varios minutos antes de que volviera a mirarlo, pero justo cuando iba a hablar, bajó la vista hacia el suelo... luego miró hacia la ventana. Buscaba un significado más profundo. Sabía que esta era una prueba, una de esas que el anciano disfrutaba plantear. Entonces, finalmente, Yang Feng pareció hallar su respuesta.
- El cultivo no se trata de luchar y matar... se trata de entender los caminos del mundo.
Como si hubiera anticipado cada palabra, el anciano respondió sin demora:
- El cultivo no consiste en comprender los caminos del mundo...
Se trata de perseguir el Dao y buscar la inmortalidad.
Yang Feng abrió los ojos de par en par, como si acabara de despertar a una gran verdad. Con respeto, juntó las manos en un gesto ceremonial.
- El viejo Du es muy sabio. Siempre me ilumina con su profundo entendimiento de la vida.
El anciano no respondió. Solo hizo un leve gesto con la mano, indicándole que volviera a su posición habitual.
- Cultiva durante dos años. Si en ese tiempo logras abrirte paso, te permitiré salir a ver el mundo.
- Anciano... ¿cómo hago eso?
El viejo Du se recostó sobre la mesa frente a él y quedó pensativo, mirando el atardecer a través de una pequeña ventana.
- Escucha bien, muchacho. No lo repetiré.
Yang Feng se mantuvo atento, aguardando cada palabra con seriedad.
- Este método se divide en tres etapas fundamentales:
1. Deberás entrar en meditación profunda durante tres meses. Purificarás tu mente, fortalecerás tu alma y alinearás tu cuerpo con el flujo natural del Qi. Solo tras ese tiempo, podrás absorber el núcleo.
2. El núcleo se fusionará con tu mar espiritual mediante un ritual. Esto generará una presión constante que pondrá a prueba tu disciplina. Si tu alma no es firme, podrías perderte... o morir.
3. Durante los dos años siguientes, meditarás sin descanso para abrir el Sendero Interno, un canal espiritual oculto que permite el verdadero avance. Si lo logras, tu cuerpo se reforjará, tu alma se expandirá... y entrarás en una nueva etapa de comprensión y poder.
- ¿Has entendido, muchacho?
- Lo he entendido todo, anciano.
- Este método no brinda poder inmediato... pero te otorgará una base espiritual firme.
- Le agradezco al viejo Du por guiarme en este camino.
El anciano no dijo nada. Bajó la cabeza ligeramente, satisfecho, y luego, con un gesto, lo despidió.
Yang Feng salió de la pequeña tienda y se dirigió hacia su casa de madera en las afueras del pueblo. Mientras caminaba por la calle de piedra, se permitió observar los distintos negocios de comida a lo largo de la acera. Entre ellos, algo captó su atención: unos pinchos de caramelo, que siempre había querido probar.
- Señor, ¿qué precio tienen los pinchos? - preguntó Yang Feng.
- Dos peniques por unidad, joven - respondió el vendedor que no se veía tan joven pero tampoco tan viejo, lo notable que tenia era su sonrisa gentil.
Yang Feng pensó por un momento y luego sacó un níquel.
- Aquí están sus ocho peniques de cambio, joven, y su pincho dulce - dijo el vendedor mientras le entregaba el dulce.
Yang Feng no dijo nada, solo asintió con la cabeza y continuó su camino.
A medida que avanzaba, ya no veía la comida; ahora se dedicaba a oler el aroma proveniente de los burdeles cercanos. Sin detenerse mucho, despejó su mente y siguió caminando. A su alrededor, los negocios de flores y figuras de dragón rojo decoraban la calle, mientras niños corrían felices y algún que otro vagabundo pedía limosna.
- Joven, ¿podría regalarme un penique? - pidió un hombre que estaba a un lado del camino.
Sin pensarlo, Yang Feng sacó un penique y se lo entregó sin detenerse.
Poco a poco, los negocios desaparecieron y las casas se hicieron más distantes, casi vacías. Fue entonces cuando varios jóvenes de su misma edad lo detuvieron, como solían hacer. Siempre lo buscaban para desafiarlo a luchar, pues, a excepción del viejo Du y algunos conocidos, todos lo consideraban el más débil. Esto se debía a que Yang Feng nunca se defendía; siempre dejaba que los demás lo atropellaran. Sabía que su momento aún no había llegado, pero hoy... hoy todo era diferente. Ya no había necesidad de aguantar más. Había conseguido lo que quería: hacerse pasar por débil en la sociedad para bajar la guardia del viejo Du y, con suerte, obtener un método de cultivo.
- ¡Jajaja! - Yang Feng soltó una risa llena de satisfacción. Después de tantos años, por fin lo había conseguido. Ya no tendría que dejarse golpear.
Los jóvenes quedaron en silencio, sorprendidos. Durante años, siempre lo habían visto intentar huir o, incluso, dejarse golpear sin oponer resistencia. Pero ¿esa risa? ¿Qué significaba? De repente, uno de los jóvenes logró reaccionar.
- ¿De qué te ríes, loco de mierda? - gritó.
Eso hizo que los demás se animaran a hablar también.
- Pequeño hermano, ¿ya olvidaste cómo te golpeamos la última vez? - dijo uno de ellos, con rasgos finos pero con una postura que indicaba que sabía luchar.
- ¿Te olvidaste de que todos los días tienes que darnos dinero? - añadió un joven robusto, con una nariz regordeta.
- ¡¿Te olvidaste de mí?! - exclamó un cuarto joven, que salió de entre los demás. En su intento de golpearlo en la cabeza, accidentalmente hizo caer el pincho de caramelo que Yang Feng llevaba en la mano.
Este recién llegado era más corpulento que los otros, con dientes que, incluso con la boca cerrada, sobresalían de su mandíbula.
- Disfrutaré machacándolos, chicos - dijo Yang Feng, mientras una tenebrosa sonrisa se dibujaba en su rostro.
Continuará.