Capítulo 3 — Una nueva vida
Yang Feng dejó de reír y recuperó la serenidad que siempre lo acompañaba. Desviándose hacia un lado, comenzó a caminar en dirección a un callejón. Los cuatro jóvenes de antes no tardaron en seguirlo.
- ¿Ahora te haces el interesante, bicho raro?
Dijo el joven de nariz regordeta, mientras un sudor frío recorría su frente, sin apartar la vista de aquella imponente espalda frente a él.
El silencio se volvió tenso, acompañado por miradas confusas entre los demás. Cada uno observaba al otro, preguntándose si era el momento de atacar. Finalmente, uno de ellos asintió con un leve movimiento de cabeza.
- ¡Ataquemos a este imbécil juntos!
Y así lo hicieron. Se lanzaron sobre el que siempre habían golpeado sin resistencia, el mismo que ahora irradiaba algo distinto. Un miedo extraño flotaba en el aire, un terror sutil que les oprimía el pecho... como si se acercaran a su propia muerte.
Yang Feng entendió que era hora de actuar. Con un movimiento ágil, esquivó el primer golpe y rápidamente usó su pierna izquierda para barrer los pies de uno de ellos, haciéndolo caer. Mientras aún mantenía esa postura baja, otro joven intentó golpearle con la rodilla, apuntando directo a su rostro. Sin embargo, los ojos de Yang Feng se habían vuelto distintos: podía ver más allá de lo evidente. Inclinó la cabeza a un lado y esquivó con precisión. Pero no todo salía perfecto: otro rival lo alcanzó con una patada directa al pecho, enviándolo volando unos metros atrás.
Sin duda, aún no estoy listo para enfrentar a cuatro a la vez...
- ¡Jajaja! Eso te pasa por meterte con nosotros -soltó el de rasgos finos, con una carcajada que desató el entusiasmo del grupo. El miedo que los invadía comenzó a disiparse.
- Esto apenas empieza -susurró Yang Feng, mientras se ponía de pie.
Esta vez no esperó a que lo atacaran. No, hoy era su turno. Se lanzó al frente con todo su cuerpo, y en un instante encajó un puñetazo directo en el rostro del que acababa de hablar, lanzándolo varios pasos atrás. Sin perder tiempo, desvió un golpe que venía desde su costado derecho, y aprovechando la inercia de su giro, impactó el rostro del atacante por el lado izquierdo.
Con el rabillo del ojo, detectó otro ataque. El puño apenas se formaba cuando lo atrapó con su mano derecha. Rápidamente, usó la izquierda para asestar un golpe certero al cuello del agresor.
¡Crack!
Sí. La garganta del joven se quebró.
¡Aaaah!
Gritó llevándose ambas manos al cuello. Yang Feng no dejó pasar la oportunidad. Fue a rematarlo con un puñetazo al rostro, pero el destino cambió de rumbo: desde atrás, el de los dientes enormes lo golpeó con un ladrillo en la parte trasera de la cabeza.
Yang Feng soltó una queja ahogada y trató de ubicarlo con la mirada, pero no pudo. Desde su costado, el joven al que había golpeado antes en la cara se abalanzó sobre él con furia, logrando embestirlo y lanzarlo de lleno contra la pared de una vieja casa cercana.
- ¿¡Cómo te atreves a hacerle eso a mi hermano!? - exclamó aquel, con el rostro completamente contraído por la furia.
No recibió respuesta, no porque el otro no quisiera hablar, sino porque ya había recibido dos golpes seguidos y se encontraba mareado.
Los tres jóvenes restantes se acercaron al herido contra la pared, rodeándolo con intenciones de rematarlo, mientras el que tenía la garganta quebrada solo lloraba y se retorcía en el suelo.
- ¡Esta vez sí estoy furioso! - gritó el de los dientes enormes, lanzando su puño derecho directo a la mejilla de Yang Feng.
¡BOOM!
El aire pareció rasgarse cuando el golpe impactó. Yang Feng, sin fuerza para defenderse, cayó al suelo aturdido, escupiendo sangre mientras intentaba enfocar la vista en su agresor. Pero no tuvo tiempo. Una patada en el estómago por parte de otro joven lo dobló por completo.
- ¡Miserable! ¡Miserable! ¡Miserable! - vociferaba el agresor, encajando patadas una tras otra, hasta que fue detenido por su compañero.
- Ya basta - murmuró este, moviendo la cabeza lentamente de lado a lado.
El que golpeaba detuvo sus patadas por un segundo, apenas un instante... suficiente para que Yang Feng, sin perder tiempo, clavara su daga en el pie del primero.
¡Aaaah!
- ¡Pequeña mierda! ¡Hoy sí te voy a matar!
Yang Feng no le prestó atención. Con esfuerzo, se puso de pie y se lanzó sobre él, empuñando la daga con ambas manos, hundiéndola en su pecho.
- ¡Nooo! ¡Todavía no quiero morir!
- Todas las cosas viven y mueren. Ese es el ciclo de la vida. Para que uno sobreviva, otro debe caer. Hoy mueres tú... y vivo yo.
Era su mantra, el que siempre repetía tras cazar una presa. Para Yang Feng, todo ser tenía el mismo valor: ni arriba ni abajo, sin distinción. La vida y la muerte eran solo parte del mismo equilibrio.
Pero los otros jóvenes no compartían esa visión. Ellos habían sido criados bajo las leyes humanas: que el humano era superior a la bestia, que debía obedecer sin cuestionar, vivir para encajar y morir creyendo que era libre, sin saber que toda su vida fue solo la de un peón desechable.
Uno cayó al suelo, llevándose las manos a la cabeza, temblando.
- Es un demonio... un demonio... ¿por qué nos metimos con él?
- Me golpearon con un ladrillo, con sus puños y sus piernas... ¿pero ahora temen a la muerte? Patéticos. ¿Pensaron que no habría consecuencias?
- Solo jugábamos... no queríamos matarte. Queríamos que crecieras sano y fuerte - dijo, con una voz temblorosa y oscura, el de los dientes grandes.
- Bola de manteca - respondió Yang Feng con frialdad -, pareciera que tienes mierda en la cabeza por las estupideces que dices. ¿Crees que fuiste algún tipo de padre al hacer eso?
Al terminar sus líneas, Yang Feng sacó la daga del pecho del joven frente a él, mientras con la otra mano lo sostenía. Limpió el filo en su ropa y luego lo soltó. El cuerpo cayó de rodillas, con los ojos apagados, como si jamás hubieran conocido la luz. Estaba muerto.
La bola de manteca, al ver que Yang Feng estaba distraído con su atroz acto, decidió que era hora de contraatacar.
— ¡Dado que las cosas son así, no me culpes por enseñarte a respetar a tus mayores!
Se lanzó, sacando una daga escondida en la parte trasera de su cintura. Yang Feng, al verlo, se arrojó a un lado para evitar el corte. Sabía que no estaba en condiciones de resistir una pelea directa. Debía moverse, esquivar, desgastarlo.
Así dio inicio la batalla final.
Ambos se movían con fluidez, dejando pequeños cortes en cada encuentro. El callejón se hacía cada vez más estrecho, obligándolos a enfrentarse cuerpo a cuerpo, sin descanso.
— ¿Temes morir? —preguntó el de dientes grandes.
— No... ¿y tú? —respondió Yang Feng, jadeante, con una leve sonrisa en el rostro.
— ¡Aaaah!
Se escuchó un grito de rabia. Ambos se lanzaron de nuevo. Yang Feng, ágil, se deslizó por un costado y logró un corte superficial en las costillas de su oponente, pero él también recibió una herida desde la mano hasta el hombro.
Cada movimiento pesaba. La sangre que perdían les volvía los cuerpos más pálidos. Yang Feng estaba peor: aún sufría las heridas del combate anterior. Mientras tanto, sus dos espectadores aguardaban. No era solo un duelo. Era uno contra tres.
— Deja de pensar tanto... Ellos no se meterán —dijo su enemigo, intentando distraerlo.
Pero Yang Feng no bajó la guardia. Sabía que lo harían en cuanto vieran una abertura.
Ya no era un intercambio de ataques. Era una guerra de resistencia. Respiraciones agitadas, sudor, sangre... Todo envolvía la escena. Sus miradas fijas, calculando, esperando el momento perfecto para actuar. Un solo error... significaba la muerte.
— Bola de manteca... estás sangrando demasiado —dijo Yang Feng.
— No tanto como tú... bastardo.
Haa... haa...
El silencio fue roto por un fuerte paso. El robusto se lanzó hacia él. Yang Feng apenas desvió la daga que rozó su mejilla. Se movió a su espalda y logró un corte descendente poco profundo. Creyó que lo había logrado, pero el robusto inclinó su cuerpo y lanzó una poderosa patada hacia atrás.
¡BOOM!
El sonido sacudió el aire. Nadie querría estar en su lugar. Yang Feng fue lanzado varios pasos atrás, jadeando, pero logró estabilizarse.
— Este miserable... tiene una fuerza brutal.
Haa... haa...
— ¡Ahora, tómenlo de los brazos! —gritó el robusto.
Yang Feng se alarmó. Giró hacia los dos espectadores, pero ellos no se movieron. Algo no cuadraba. Cuando volvió la mirada, el robusto ya estaba encima de él, la daga a punto de abrirle el cuello.
No puedo morir otra vez. No ahora. ¡Esfuérzate!
Con un giro desesperado del cuerpo, desvió el ataque y usó el impulso para clavar su daga en la parte derecha de la cabeza del robusto. Este solo pudo mirar, incrédulo, cómo su vida se esfumaba.
Los dos restantes no pudieron contenerse más y se lanzaron sobre él. ¿Qué podían hacer? Uno con un ladrillo, otro con los puños. La muerte los esperaba.
Yang Feng evitó el ladrillo con una finta, pero el otro logró asestarle un golpe en las costillas, haciendo que su cuerpo se curvara y escupiera sangre.
— ¡Miserables! Si no los mato hoy, no podré llamarme "El que se alza sobre todos".
Dijo entre escupitajos, intentando ponerse de pie. Pero no era momento de descansar. El ladrillo golpeó su ojo izquierdo.
No se quejó. No una sola vez durante toda la pelea. Su resistencia al dolor era inhumana, demoníaca. Cuando se dieron cuenta... ya era tarde.
El pequeño demonio se impulsó desde el suelo y se lanzó contra el del ladrillo.
— Tú irás primero.
La daga cortó la yugular con tal limpieza que aunque quería gritar, el daño recibido anteriormente no lo dejo. Intentó cubrir la herida, pero Yang Feng no lo permitió. Una lluvia de cortes lo terminó.
Sin perder el ritmo, se abalanzó sobre el último. Este, paralizado por el miedo, alzó las manos desnudas. Error fatal.
El lugar era un baño de sangre. Solo el vencedor tenía derecho a vivir. Tambaleándose, Yang Feng buscó la tela con la carne del zorro cazado.
— Al menos no se manchó de sangre. Si no, ¿qué comería esta noche?
Siguió su camino con paso sereno, recibiendo la fría brisa nocturna.
Desde el tejado de una casa de tres pisos, una figura corpulenta — observaba todo.
— Qué chico tan interesante... Haciéndose pasar por oveja cuando en realidad es un tigre. Te dejaré descansar por hoy. Luego vendré a verte en persona.
Y, como si nunca hubiera estado ahí, desapareció en la noche.
Continuará.