Capítulo 9 — ¿Era un inmortal?

Capítulo 9 — ¿Era un inmortal?

En el cuarto piso del ayuntamiento, donde había figuras, floreros y cuadros elegantes para recibir a invitados de prestigio, todo estaba siendo arrojado al suelo y hecho pedazos. Guardias lloraban en silencio, otros contenían la furia que hervía dentro de ellos por no poder defenderse. Pero incluso si lo intentaran, sabían que sería inútil; solo les esperaba una muerte rápida. ¿Y de qué servía el orgullo si no podían vivir un día más? Sus mentes se nublaban entre desesperación y resignación, mientras rogaban al santo inmortal que su señor llegara pronto y los salvara.

En medio de ese ambiente denso y sofocante, un pensamiento cruzaba por la mente de uno de los guardias, quizá el mismo que todos evitaban decir en voz alta:

Todos los inmortales son iguales... a excepción de nuestro señor. Para ellos no somos más que simples cerdos que pueden matar cuando les plazca. ¡Maldita sea! Qué frustrante es ser un simple mortal. ¿Por qué no se van a otro lugar y nos dejan vivir en paz?

-¡¿Dónde está el inmortal encargado de este pueblo rural?! ¿Será que no le tiene respeto a la ciudad, que no aparece ante mí?! -gritaba furioso, arrojando todo a su paso y golpeando a los mortales que encontraba delante de él.

-Gran inmortal, disculpe por esto... En este momento varios guardias están apostados frente a la puerta de los aposentos de mi señor, pero ninguno ha recibido una sola palabra -informó un guardia de bigote bien cuidado y mirada firme.

Cualquiera que lo viera sabría que ese hombre había vivido incontables batallas. El aire a su alrededor era denso, el de alguien que luchó, ganó... pero perdió lo más preciado que tenía.

-Jum... ¿Y tú quién te crees para hablarme con tanta soltura? Estás cortejando a la muerte -dijo el inmortal, y de una bofetada lo mandó a volar, haciendo que las piezas de metal brillante y de colores de su túnica se agitaran con el viento y produjeran un sonido tintineante.

¡Baam!

El guardia se estrelló contra una mesa, rompiéndola y haciendo caer el florero que había sobre ella. Su mejilla estaba tan roja que parecía sangre, y aunque intentó contenerse, una lágrima involuntaria brotó de su ojo. Se levantó tambaleante, sin odio en la mirada, solo firmeza.

-Discúlpeme, gran inmortal. Si me lo permite, me retiraré para buscar a mi señor.

-¿A dónde crees que vas, mortal? Quédate aquí y entretén a este señor un momento -ordenó, y antes de que pudiera reaccionar, ya lo tenía frente a él. Su mano abierta descendió con fuerza.

¡Baam!

Le tomó la cabeza y lo estrelló contra el suelo, haciendo que este soltara un quejido de dolor mientras brotaban chispas de sangre por su boca.

-Chico, ¿qué se supone que estás haciendo? -dijo una voz tranquila a la distancia. No así su mirada, que era como una tormenta contenida.

-Mmm... Al fin apareces, pueblerino -dijo el inmortal con una sonrisa que se extendía de esquina a esquina, aún sujetando el cuello del guardia.

-¿Viéndome así, sin siquiera saludar? Estás cortejando a la muerte -prosiguió con burla.

Pero el recién llegado no cambió su expresión. Su rostro permanecía sereno. De pronto, su larga barba y cabello oscuro desaparecieron. En un abrir y cerrar de ojos, apareció al lado del otro inmortal y, con un leve puñetazo en el rostro, lo mandó volando.

¡BOOM!

El estruendo fue ensordecedor. El inmortal se estrelló contra una pared, su cara ahora cubierta de sangre.

-¡¿Te atreves a tocarme?! ¿Acaso no respetas a la ciudad?! -gritó, furioso.

El otro negó con la cabeza lentamente, decepcionado.

-Claro que respeto a la ciudad. Está llena de grandes guerreros a quienes admiro. Pero a escorias como tú, que apenas han llegado al pico del primer rango espiritual y se atreven a hablarme sin conocer su lugar... los detesto.

Sin decir más, volvió a desaparecer. En un parpadeo, ya estaba de nuevo a su lado. El inmortal herido apenas logró verle y levantó las manos para cubrir su rostro, pero ¿qué podía hacer un rango uno contra una patada de rango tres?

¡BOOM!

El golpe lo hizo volar, pero no terminó ahí. Apareció de nuevo frente a él, y con su gran puño descendió sobre él como si el cielo cayera.

-Oh... sin duda eres un gran dragón -alcanzó a murmurar el inmortal, al ver cómo se cernía sobre él ese puño cubierto por los tatuajes furiosos de dragones en su brazo.

¡BAAM! ¡CRACK!

El suelo se resquebrajó, y con él, el cuerpo del arrogante inmortal quedó incrustado en la tierra.

- ¿En esto se ha convertido la ciudad ahora? Qué decepcionante que dejen a estos pequeños bribones correteando por donde les plazca -se lamentó Zhenlin Ye.

- ¿Alguno murió? -preguntó, dirigiendo la mirada a los guardias.

El guardia de mirada firme se levantó como pudo y adoptó una postura erguida, aguantando el ardor en su rostro y cuello, sin hablar de los golpes que cubrían su espalda y cuerpo. Aun así, logró reportar:

- Nadie murió, solo hay varios heridos de gravedad.

- Siempre preocupándote por tus compañeros, pero también recuerda preocuparte por ti mismo, Jiang Wei.

- Muchas gracias, señor, por sus palabras. Entonces lo haré.

- Muchas gracias, gran señor, por venir al rescate de estos subordinados incompetentes que tiene.

Dijeron todos los guardias, tras levantarse e inclinarse ante su señor. Las lágrimas en sus rostros ya no eran de dolor, sino de felicidad.

- Vayan a tratarse, pero envíen a un doctor aquí.

Se sobresaltaron por un instante, pero luego comprendieron: debían tratar al inmortal que los había maltratado. Sabían que si la ciudad enviaba a un inmortal de rango superior al de su señor, lo más probable es que el pueblo fuera reducido a cenizas.

- Las órdenes del gran señor son absolutas. Sin duda, las acataremos.

Apoyándose entre sí, los guardias salieron. En su andar se escuchaban quejidos de dolor, y entre murmullos se mezclaban decepción y regocijo.

- Ver al gran señor siempre es impresionante. Siento que el corazón se me saldrá cuando veo su imponente figura.

- El señor puede parecer tenebroso, pero nos trata bien. Sin duda, moriré con una sonrisa, sabiendo que serví bajo su mando.

- ¡Sí!

- Su fuerza es arrolladora. No me gustaría estar frente a sus puños.

- Yo lo vi, y no usó toda su fuerza. Seguro fue para no matar a ese inmortal.

- Pero... ¿era un inmortal?

Todos guardaron silencio tras esa pregunta. La paliza había sido tan brutal que les costaba creerlo. Pero Jiang Wei los trajo de vuelta a la realidad:

- Sin duda era un inmortal... pero para los ojos de nuestro señor, era como un niño que apenas empieza a caminar.

El asombro y el temor se apoderaron de todos. Sabían que su señor los trataba bien, pero... ¿y si un día decidía lo contrario? ¿No sería matarlos tan fácil como respirar?

- Hace un momento pensaban en morir por él, y ahora también le temen. Hipócritas. Solo hagan su trabajo con determinación. ¿Quiénes somos nosotros para elegir? Recuerden que somos mortales, y él es el gran inmortal de este pueblo. Vivimos y morimos cuando él lo decida.

Dijo furioso Jiang Wei, dejando a todos en silencio.

Después de un tiempo, las heridas de todos los guardias fueron tratadas. Incluso las del inmortal, que aún se encontraba inconsciente, fueron atendidas por el mejor doctor del pueblo. Cuando el sol comenzaba a esconderse, finalmente despertó. Aturdido por lo sucedido, miró en todas direcciones, dándose cuenta de que aún estaban en el cuarto piso del ayuntamiento, el mismo que él había destruido en un ataque de furia.

Mientras observaba a su alrededor, su mirada se detuvo en una esquina. Allí, una figura lo contemplaba con una mirada llena de furia: no era otro que el gran inmortal encargado del pueblo, Zhenlin Ye.

-Disculpe por mi arrebato y por no respetar los rangos -dijo con una calma que antes no tenía, mientras se inclinaba para pedir perdón.

-Veo que eres rápido para entender, chico -respondió Zhenlin Ye, acercándose lentamente con las manos tras la espalda.

-Este joven inmortal no olvidará la enseñanza de hoy. Doy gracias al gran señor por haberse contenido y haberme permitido seguir con vida.

-No te preocupes, muchacho. Al final, todos somos inmortales. Levántate.

El joven inmortal se incorporó y, por primera vez, fue consciente de que todas sus heridas habían sido tratadas con sumo cuidado.

Este gran inmortal es amable, pero también tiránico. Habla con tranquilidad, pero sus palabras son como cuchillas. Te engañas con su serenidad, y al parpadear ya te está acechando. Antes no lo noté por la euforia, pero ahora... ahora sé que los rumores eran ciertos: en un pueblo rural, a diez mil li de la ciudad, vive un inmortal que ya no es humano, sino una bestia furiosa que mata a plena luz del día. Se dice que está en el pico del rango tres, pero que, cuando comienza su cacería, ni siquiera un maestro del rango cuatro espiritual inferior puede detenerlo. Qué aterrador. ¿Qué era un rango cuatro espiritual sino alguien capaz de gobernar no un pueblo, sino diez? Entonces... ¿por qué ahora parece tan sereno, como si intentara contener su deseo de matar? Qué extraño... muy extraño.

El joven inmortal no dejaba de pensar.

-Sigo siendo una bestia, chico -dijo Zhenlin Ye con calma, como si hubiera leído sus pensamientos-, pero encontré un buen maestro que me ha enseñado cómo controlar la fuerza que poseo. Si deseas mostrar gratitud, deberías agradecerle a él. Sin su enseñanza, desde el primer golpe habría deshecho tu rostro.

Esa tranquilidad en su voz hizo que el chico inevitablemente se estremeciera.

-¿Él?

¿Un maestro? ¿Hay otro gran inmortal en este pueblo? ¿O acaso un maestro budista? Sin duda, no debo seguir actuando impulsivamente. No sé qué tipo de figuras habitan este lugar, y si llego a ofenderlas, nada bueno me espera.

— ¿De qué familia eres, chico? —preguntó serenamente.

— Este joven se llama Li Fengye, de la gran familia Li, al este de la ciudad —se presentó con respeto y con fuego en los ojos.

— ¿Familia Li, entonces...? Vaya, qué pequeño diablillo ha criado una familia tan prestigiosa de la ciudad —dijo Zhenlin Ye con tono burlón, buscando provocarlo.

Pero el chico no se inmutó; aceptó el regaño sin responder.

— Dime, chico, ¿la ciudad sigue siendo la misma?

— No sé desde cuándo el mayor no la visita, pero hace quince años la Maestra Yin logró alcanzar el rango cuatro espiritual.

— Mmm... eso es interesante. El Maestro Yang había alcanzado ese mismo rango hace ya ochenta años. En aquel entonces, ella ya no era su pareja en cultivo. Pero ahora... imagino que han vuelto a competir.

Hace ochenta años ni siquiera había nacido, pensó Li Fengye, pero viendo el presente, podía imaginar que en esa época hubo lucha tras lucha entre los Maestros Yin y Yang.

— Como dice el señor, llevan quince años sin cesar en sus enfrentamientos.

Mientras hablaban, se movieron tranquilamente hacia una ventana orientada al atardecer. Al quedar junto a ella, contemplaban el suave movimiento de las nubes, las aves surcando el cielo, y los rayos dorados del sol llenando la sala con su luz pacífica.

— ¿El venerable Lei Zhenwu se encuentra bien?

— El patriarca está bien. Se dice que está a un paso de convertirse en un verdadero inmortal.

— Un verdadero inmortal... —susurró Zhenlin Ye para sí mismo.

Ambos guardaron silencio, observando cómo los mortales transitaban de un lado a otro en las calles bajo sus pies, mientras los cristales de luz comenzaban a iluminarse.

— ¿Qué piensas de los mortales, chico?

El joven inmortal quedó ensimismado al ver a un anciano que, pese a su aparente fragilidad, preparaba tallarines al vapor y los servía con gentileza a sus clientes.

— Desde que nací, hace cuarenta años, mi familia me enseñó a cultivar. Nunca tuve tiempo para observar ni aprender de los mortales. Para mí... no son más que simples cerdos útiles —respondió con honestidad.

Y es que el entorno en el que crecemos influye profundamente en lo que pensamos. Lo que para unos es virtud, para otros puede ser debilidad. ¿Quién tiene la culpa? Nadie. Solo vivimos realidades distintas. Pero si no aprendemos a cuestionarlas, nunca podremos decidir por nosotros mismos qué es lo correcto. Eso es vivir sin libertad.

— Mmm... sin duda, ese debe de ser el pensamiento de la mayoría de los inmortales, incluyéndome a mí —dijo Zhenlin Ye con calma—. Pero ahora entiendo que los mortales no son cerdos. Son seres de los cuales también debemos aprender. Sin comprender la belleza de lo mortal, no entenderemos la del cielo. Y sin entender la belleza del cielo, jamás entenderemos el mundo. Sin comprender el mundo, nunca comprenderemos el dao. Y sin comprender el dao, no podremos ascender al cielo ni convertirnos en verdaderos santos.

Estas palabras impactaron al joven inmortal. Al mirar a Zhenlin Ye, ya no lo veía como una bestia salvaje, sino como un verdadero inmortal.

Con ese pensamiento en mente, volvió a mirar hacia abajo, esta vez intentando observar a los mortales con nuevos ojos.

Así se mantuvieron en silencio un largo rato, hasta que Zhenlin Ye habló de nuevo:

— ¿Cuándo piensas revisar si alguno de los niños tiene aptitud para la cultivación?

Li Fengye lanzó una mirada suave y respondió:

— En ocho días.

— Bien. Ve a la planta baja y habla con el encargado. Es un anciano de barba y cabello blancos. Lo reconocerás porque siempre mantiene los ojos cerrados. Dile lo que necesitas y él se encargará. Pero recuerda, chico... no golpees a mis hombres otra vez, o iré a buscarte, y la próxima vez no seré tan amable.

Dicho esto, el cuerpo de Zhenlin Ye comenzó a tornarse oscuro hasta desvanecerse por completo. El joven se estremeció al recordar la paliza que había recibido, pero su desaparición no lo sorprendió; ya lo había visto muchas veces en la ciudad.

Solo se inclinó con respeto y dijo:

— Este joven lo tendrá presente.

Luego volvió su mirada a la calle, llena de risas, gritos, pasos apresurados... y la vibrante vida de los mortales.

Continuará.