Capítulo 12 — Despertando de cultivar
Yang Feng por fin abrió los ojos.
Había estado tan absorto en la meditación que, aunque consciente de su entorno, permitió que las lianas lo envolvieran. Con calma y delicadeza, retiró una a una. Luego se puso de pie y miró hacia el lugar donde antes había estado sentado. A su alrededor, habían brotado varias flores, entrelazadas con lianas, y uno que otro grillo aún saltaba cerca.
Siento que voy por buen camino en el primer paso que me indicó el anciano. No sé cuánto tiempo he estado aquí, pero ahora puedo, aunque de forma leve, percibir tanto mi entorno como a mí mismo.
Giró la vista hacia un lado. Allí seguía el anciano, aparentemente dormido. A pesar de haber estado presente todo este tiempo, ningún insecto se le había acercado. Más bien, la naturaleza a su alrededor parecía contenerse, como si esperara en silencio a que él no la notara. Sin detenerse mucho en ello, Yang Feng miró hacia el agua y se acercó, pero no se sumergió. Simplemente se quedó allí, sintiendo el aire fresco.
¿Quién será realmente este anciano? Puede detener el tiempo… incluso retrocederlo unos minutos. No puedo sacar conclusiones apresuradas, pero... ¿será un Santo Inmortal? Tal vez. ¿De dónde vino? ¿Cómo puede su voz resonar desde todas las cosas?
Los pensamientos de Yang Feng lo llevaron al primer encuentro con el anciano. Antes no había encontrado el momento para reflexionar al respecto, pero ahora sí. Había demasiadas señales que indicaban que este hombre no era común: crear este lugar, manipular el tiempo, guiarlo hacia un estado espiritual, hablar desde todas las cosas… y quién sabe qué más.
Recordó con claridad todo lo que le había dicho el anciano sobre la cultivación. Sin embargo, en ninguno de los cinco rangos espirituales mencionados, vio reflejado el nivel de poder de aquel hombre.
Yang Feng cerró los ojos un momento, y la escena revivió en su mente:
— En el rango cinco puedes envolver tu cuerpo entero en qi, volviéndote un arma viviente. Pero lo más impactante: puedes volar. Algunos incluso tienen la fuerza para partir montañas.
— ¿¡Volar!? —exclamó en ese entonces, con los ojos brillando de entusiasmo. Se quedó esperando, expectante—. ¿Y después del rango cinco...?
El maestro había entrecerrado los ojos, y justo cuando parecía que diría algo más, guardó silencio. Su mirada se desvió hacia la entrada.
Una figura había cruzado la puerta.
Yang Feng llevó su mano a la barbilla, pensativo.
Mmm... el maestro sin duda iba a decir algo más, pero fuimos interrumpidos por ese Gran Inmortal. ¿Será que existe un rango seis? ¿Será ese rango al que pertenece el anciano? No puedo seguir especulando sin conocimiento. Le preguntaré cuando salga de este lugar.
Volvió a mirar el pasto y se sentó sobre él, dejando que el cuerpo se relajara. Disfrutó de cada detalle de ese mundo: los colores, los sonidos, la brisa. Quiso recordar esa sensación que tuvo al meditar, pero esta vez sin forzarse demasiado; solo quería comprobar si algo había cambiado, si había ganado algo tras todo el tiempo invertido.
Yang Feng se quedó ahí por un momento, contemplando en silencio. Luego supo que era hora de regresar al mundo real.
Poco a poco abrió los ojos. Aún seguía con las piernas cruzadas y las manos, una encima de la otra. Miró a su alrededor y su vista se posó en la ventana, por donde, además de filtrarse la luz, entraban los murmullos de los transeúntes.
—¡Apresúrense! ¡El inmortal dijo que al mediodía estaría en la plaza central!
—¡Llevemos el negocio cerca de ahí para poder vender!
—¡Ojalá el santo inmortal bendiga a mi hijo!
—¡Guardias! ¡Guardias! ¡Ladrones, atrapen a los ladrones!
Todo tipo de voces se colaban, pero una frase dejó pensativo a Yang Feng.
Hoy será el evento, al parecer.
De repente, un fuerte grrrr se escuchó desde su estómago. Tenía hambre. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero sentía que podría comerse un cerdo entero y aún seguir con apetito. Se levantó, y justo cuando iba a abrir la puerta para salir, escuchó la voz de su maestro.
—Por fin despertaste, discípulo.
Aunque no fue fuerte ni temible, su voz se escuchó con claridad. Abrió la puerta y vio al anciano recostado en la silla de madera junto a la ventana.
Con paso armonioso, Yang Feng se acercó hasta quedar frente a él. Hizo una reverencia y luego habló:
—Este discípulo cree haber entrado, por fin, al primer paso que el maestro mencionó.
El anciano no respondió de inmediato. Lo observó en silencio. Sus ojos, profundos y atentos, percibieron que el aura del chico se había vuelto más débil: una señal clara de que no solo había dado el primer paso, sino que ya estaba asimilándolo. Fue algo que lo sorprendió, y sus ojos se agrandaron levemente.
—Felicidades, discípulo, por tu gran avance —dijo con calma, sin mucho elogio. No quería que el joven se regocijara y perdiera el camino.
—Gracias, maestro. Aunque aún me falta mucho por comprender... pero en este momento siento mucha hambre. ¿Tiene algo para comer?
El anciano pensó por un momento, luego se levantó y sacó una caja de madera. Al abrirla, un olor penetrante llenó la sala. Dentro, había muchas bolitas pequeñas, unas circulares, otras de formas deformes, de un color grisáceo.
—Toma una —dijo, acercando la caja a Yang Feng.
Este no lo podía creer. Había soñado con un cerdo asado, unos tallarines, cualquier plato sabroso... pero lo que su maestro le ofrecía eran bolitas que olían a barro. Miró la caja, luego al anciano.
Este último se rió al ver su expresión de indecisión. Yang Feng pensó que se trataba de una broma, hasta que escuchó lo siguiente:
—Esta será toda tu comida de ahora en adelante, hasta que puedas volverte un inmortal.
El tono serio del anciano disipó cualquier duda. Tomó una de las bolitas, la llevó a la boca y, con esfuerzo, la tragó.
Glup.
—Maestro... pensé que le caía bien. Pero hacerme comer algo tan repugnante...
El anciano lo miró con una leve sonrisa.
—Te preocupas tanto por eso que no te has dado cuenta de que tu cuerpo ya no siente hambre. Al contrario, ahora deberías sentirte descansado y lleno de energía.
Yang Feng revisó su cuerpo y, como dijo su maestro, ya no sentía cansancio ni hambre, sino fuerza y vitalidad.
—¿Qué era esa bolita, maestro?
—Son píldoras restablecedoras —respondió, cerrando la cajita.
—Píldora restablecedora... —murmuró Yang Feng.
Hizo una reverencia.
—Gracias por su buena voluntad, maestro —había comprendido que el valor de esa píldora era incalculable.
—Sigue meditando. Según lo que veo, podrías tardar menos de los dos años que dije al principio.
—¿En serio? Por cierto, maestro, ¿cuánto tiempo estuve meditando?
—El día vivió y murió ocho veces. Estuviste ocho días.
Ocho días... entonces, en realidad, fueron veinticuatro días otra vez. Por eso mi percepción ha aumentado. —pensó Yang Feng.
—Gracias por cuidar de mi cuerpo todo este tiempo, maestro.
—No te preocupes por eso, discípulo. Mejor apresúrate y ve a la plaza central, para ver el evento del inmortal que vino de la ciudad.
—Gracias al santo inmortal por hacerme despertar justo a tiempo para ir a verlo. Pero maestro... ¿usted no irá?
—No. Me quedaré en la tienda, esperando clientes... aunque dudo que alguno venga.
El anciano lo despidió con una leve sonrisa.
—Entonces ya regreso, maestro. Le contaré todo lo que vea.
Al momento de salir, el viento y los diversos sonidos del pueblo lo recibieron. Personas gritando, otras corriendo, algunos guardando sus cosas y apresurándose hacia la plaza… todo tipo de escenas se desarrollaban a su alrededor. Incluso los vagabundos que solían estar tirados cerca de las paredes habían desaparecido. Entre tanto alboroto, aún se escuchaba al vendedor gritar:
—¡Ladrones! ¡Atrápenlos! ¡Guardias, guardias!
Pero no había guardias cerca que pudieran ayudarlo. Al darse cuenta, cambió rápidamente su grito:
—¡Dos níqueles! ¡Dos níqueles para quien atrape a esos bándalos!
Dos jóvenes corrían con bolsas sobre sus espaldas: eran las pertenencias del desesperado vendedor. Pero cuando la multitud escuchó las palabras “dos níqueles”, las miradas se tornaron hambrientas y se centraron en los fugitivos. Los bándalos sintieron un escalofrío recorrer sus espaldas y corrieron con más desesperación.
Dos níqueles por atrapar a esos dos... Eso fue lo que gané por matar al lobo demoníaco. Si los atrapo, sería dinero fácil, pensó Yang Feng, mientras su mirada seguía a los jóvenes que se metían en un callejón.
Pero el dinero no espera a nadie. Aunque no fueron todos los transeúntes, una multitud cargó contra los dos.
Yang Feng comenzó a correr también. Conocía bien cada callejón, así que dobló en otro para acortar camino y encontrarse primero con aquellos dos. Mientras corría, zigzagueaba entre las personas que tenía al frente; a veces tomaba impulso al apoyarse en unos barriles, y luego, con la planta del pie, golpeaba la pared para pasar por encima de obstáculos y personas que interrumpían su paso. La gente, al verlo, se sorprendía; algunos lo elogiaban, otros bramaban de furia por ser usados como trampolín.
Luego de un momento, se topó con una pared. Sin pensarlo demasiado, vio un barril a un lado, saltó sobre él y luego al muro, trepando hasta alcanzar la cima. Desde ahí divisó a los dos bándalos.
Aunque Yang Feng era conocido por ser el más débil, aquellos dos venían tan agitados por la multitud que los perseguía que no se fijaron en quién era la figura que les bloqueaba el paso. Al verlo, retrocedieron y tomaron otro camino.
—Intentando escapar...
Yang Feng se lanzó al suelo y los siguió. Los bandidos comenzaron a tirar cualquier cosa que encontraban para entorpecer su paso: cajas de madera, barriles, ladrillos, mesas arruinadas, todo tipo de objetos.
Pero la agilidad de Yang Feng no lo defraudó. Esquivó cada obstáculo con precisión y continuó la persecución.
Poco después, los dos se dieron cuenta de quién era su perseguidor y optaron por detenerse.
—¡Ja, ja, ja! Fuimos ciegos y no vimos que era el débil de Yang Feng el que nos seguía —dijo uno de los jóvenes, con rostro cansado y mirada afilada. Aunque su cabello era largo, parecía un cuerpoespín. Vestía prendas oscuras, una tela negra cubría su boca y parte de la nariz, y en su antebrazo se distinguía el tatuaje de una serpiente.
—Pensé que ya me habían reconocido, pero temían por su vida y por eso seguían corriendo —dijo Yang Feng con voz tranquila, aunque algo jadeante.
—¡Jamás! —replicó el otro delincuente.
Este último vestía igual, pero no llevaba tela alguna cubriendo su rostro. Exhibía, sin vergüenza, una cicatriz grotesca que cruzaba toda su cara.
—Ja, ja, ja... tampoco es para que se emocionen tanto —bromeó Yang Feng.
Ambos se miraron, y el primero habló:
—Yo iré.
Dejo la bolsa en el suelo, luego acomodo sus prendas.
Con mirada asesina se acercó a Yang Feng. Pero este ya no era el mismo de su pelea anterior, cuando tenía heridas graves y un hambre voraz. Hoy, todo eso había quedado atrás. Tranquilo, dio un paso al frente para enfrentar al ladrón.
— Está vez dejaré públicamente establecido que no soy débil.
Murmuró para el mismo.
Continuará.