Capítulo 14 — La Plaza central
La plaza central, tal como su nombre lo indica, estaba ubicada casi en el corazón del pueblo, a unos cuantos metros del ayuntamiento. Era un espacio amplio con una gran plataforma de mármol en el centro, accesible por escaleras en los cuatro costados. En cada esquina de la plataforma se erguían imponentes dragones de piedra, sin pintar, símbolos de fuerza y poder.
En días normales, este lugar permanecía desocupado. De hecho, hacía veinte años que no se utilizaba para ningún evento, pero aun así, siempre se mantenía impecable. Era limpiado con frecuencia y cualquier desperfecto era rápidamente reparado. Sin embargo, hoy era diferente. Las tiendas alrededor estaban animadas, decoradas con vivos colores rojos y negros. Junto a ellas, los puestos de vendedores ambulantes también destacaban, cuidadosamente adornados. Las risas, los gritos y hasta el bullicio de algunos bebiendo a plena luz del día se entremezclaban con peleas ocasionales. Algunos apenas llegaban, mientras otros ya habían asegurado un buen lugar para observar.
Vale mencionar que la plataforma no estaba demasiado elevada: apenas a tres escalones del suelo.
Muchos mortales se habían puesto sus mejores galas, buscando aparentar refinamiento. Otros, en cambio, habían llegado vestidos como cualquier otro día. Los vendedores gritaban ofreciendo sus productos, y los clientes llegaban sin importar cuán cerca o lejos estuvieran los puestos. Era un día prometedor para todos los negocios, una jornada de ganancias elevadas, y por eso la alegría era evidente entre comerciantes y compradores.
Las mujeres prósperas que habían visitado la tienda del anciano Du también estaban presentes, inseparables como siempre. Una vestía una túnica de rojo oscuro, otra llevaba un tono entre amarillo y vino, y la tercera una mezcla de azul con negro. Las telas eran finas, bien cuidadas, reservadas claramente para ocasiones como esta.
Pese a la festividad, también había negocios más humildes, alejados de la plaza y sin decoración alguna. Sus dueños, envejecidos y con rostros curtidos por la preocupación, hacían lo que podían. Aunque no atraían tantos clientes, lograban vender lo suficiente para sonreír con alivio. Entre ellos estaba la abuela Zhen, vendiendo botellas de agua y hogazas de pan.
La multitud era tan grande que caminar resultaba casi imposible. Aun así, la mayoría estaba feliz. Otros, en cambio, se irritaban por un empujón, una mirada malinterpretada o una palabra fuera de lugar. La tensión y la emoción flotaban en el aire.
Los edificios de dos plantas alrededor de la plaza tenían sus ventanas abiertas. El primer piso estaba lleno de gente, mientras el segundo, con más espacio disponible, estaba reservado para los más influyentes del pueblo. Desde arriba, bebían jarras de cerveza -algunas con un precio tan elevado como una moneda de plata- y miraban hacia abajo con desdén, mezclando arrogancia con diversión.
Los de abajo, al notar esas miradas despectivas, preferían apartar la vista y tragarse la indignación. Sabían que provocar a los poderosos no traería nada bueno.
Si un inmortal presenciara esta escena, se reiría al ver a meros cerdos intentando aparentar no serlo. Pero así era el mundo: aunque todos eran mortales, siempre intentaban elevarse por encima de los demás, tal vez con la esperanza de parecerse, aunque fuera un poco, a los inmortales que veneraban con devoción.
Entre la multitud, Yang Feng avanzaba con dificultad, buscando un buen lugar desde donde observar lo que estaba por venir.
¿Qué sucede con tanta gente en este lugar? —pensaba Yang Feng mientras apartaba a una persona para poder pasar.
De repente, el conflicto finalmente estalló. Las miradas de todos los que estaban cerca se centraron en un borracho.
—¿Quiénes se creen que son esos de allá arriba? ¿No me van a dejar entrar solo porque ellos lo dicen? —le gritaba al dueño del local, mirando hacia el segundo piso y luego fijando la vista en el hombre que le bloqueaba el paso, mientras lo golpeaba en el pecho con el dedo índice.
—Señor, este lugar ya está reservado. No podemos dejarlo entrar. Por favor, entienda y márchese —insistía el encargado con firmeza.
Los murmullos llegaban a los oídos del borracho. Si se iba después de haber armado semejante escándalo, perdería la cara.
—¿Dejarán que los de bajo nivel también entren y así dejaré de gritar? —soltó sus palabras con voz fuerte, mirando a la multitud, esperando que alguno se uniera a su reclamo.
Mientras en el segundo piso, algunos comenzaban a dar instrucciones a los guardias para que fueran y se encargaran del problema.
Yang Feng observaba con interés, deseando ver en qué terminaría todo aquello. Vio salir a tres guardias. No alcanzó a oír lo que le dijeron al hombre, pero enseguida uno de ellos le dio un puñetazo directo en el estómago, haciendo que el borracho se arrodillara y vomitara lo que parecía ser cerveza.
Cegado por la furia, el hombre intentó contraatacar, pero no le dieron oportunidad: las patadas llovieron sin piedad.
Los murmullos continuaban. Algunos reían, otros lamentaban ver cómo apaleaban al borracho, pero ninguno se atrevía a intervenir o intentar sacarlo de esa situación.
Mientras tanto, alrededor de treinta guardias se acercaban en formación perfecta hacia la plaza. Iban en dos filas, serios y organizados. A su paso, la gente se apartaba sin oponer resistencia.
Rodearon la plataforma y se quedaron firmes, inmóviles, con miradas severas.
Un momento después, uno de ellos alzó la voz con autoridad:
-¡Den la bienvenida a los grandes inmortales!
Era el mismo guardia que Zhenlin Ye había salvado de una paliza.
Entonces, como si de un solo cuerpo se tratase, todos los mortales -ricos, pobres, vagabundos, vendedores, e incluso los del segundo piso- se inclinaron en dirección a la plaza. Yang Feng también lo hizo.
-¡Larga vida a los grandes inmortales!
El grito se repitió una y otra vez, como un eco resonante. En ese momento, dos figuras caminaron lentamente hacia la plataforma, imponiendo respeto con cada paso.
Así que aquí están. —pensó Yang Feng sin atreverse a levantar la vista.
Uno de ellos era el gran inmortal encargado del pueblo: Zhenlin Ye. Sus brazos, cubiertos con tatuajes de dragones, parecían saludar a los presentes. A su lado, el inmortal era Li Fengye que vestía una túnica rojo encendido con bordes de oro amarillo. En su mano derecha sostenía un abanico cerrado: su arma. Si alguien lo observaba de cerca, notaría que no era de papel ni de seda, sino de un metal gris brillante. Su peso era tal que solo alguien de su nivel espiritual podía manejarlo. Su rostro sin barba y bien cuidado parecida estar en sus veinte, lo cual no era el caso. Sus ojos rojos y su melena amarillenta eran inconfundibles.
Ambos miraban a la multitud no con superioridad, sino como si intentaran comprender el mundo de los mortales.
Al llegar a la plataforma, se detuvieron un momento, observando a la multitud que los alababa. Luego, continuaron su camino hasta dos sillas de madera. No eran comunes, sino imponentes, cubiertas por una carpa que las protegía del sol.
Cabe destacar que, aunque era mediodía, el sol no ardía con intensidad. Al contrario, su calor era suave, casi acogedor.
De pronto, Zhenlin Ye, con una mirada fiera, sacó lo que parecía ser un cristal desde su apertura. Lo dejó flotar en el aire. No era un cristal de luz, sino uno que amplificaba la voz.
—Silencio. Todos pueden levantarse. —Aunque lo dijo con un tono sereno, su voz resonó con tal fuerza que nadie en la plaza dejó de escucharlo.
Los mortales no pudieron evitar estremecerse, pero obedecieron y se pusieron de pie.
El bullicio desapareció. Solo el susurro del viento permanecía.
El borracho, a pesar del dolor, también se levantó, haciendo lo posible por no emitir sonido alguno. Aún le quedaba algo de juicio para saber que debía mantenerse en silencio.
Por fin vuelvo a ver al gran inmortal en esta vida... —pensaban algunos ancianos, contemplando la figura majestuosa sentada frente a ellos. —Pero ahora se ve más calmado.
Sus pensamientos fluían al observar esos ojos, que aunque ardían en violeta, no transmitían furia, sino compasión.
A su lado, el otro inmortal parecía insignificante, y sin embargo, su mirada profunda parecía estar intentando comprender también la vida de los mortales.
Interesante... La primera vez que lo vi caminaba con arrogancia, mirándonos como si fuésemos simples cerdos. Pero ahora... ahora se siente distinto. ¿Qué le habrá ocurrido? —reflexionaba Yang Feng, al observar a Li Fengye.
El hechizo del silencio se rompió cuando el gran inmortal volvió a hablar.
—Hace muchos años que no me ven. Como sabrán, estuve en reclusión...
¿Reclusión? Sí, claro... —pensó Yang Feng con escepticismo.
—Intentaba alcanzar un nuevo avance. Y ahora que lo he conseguido, he salido. Pero dejando eso de lado, hoy tenemos entre nosotros a un gran invitado. Se trata de un inmortal proveniente de la ciudad Puente Blanco. Trátenlo como si fuera su propio señor.
Aunque no hubo murmullos, los pensamientos en la multitud eran incesantes.
Zhenlin Ye hizo un gesto, y el cristal flotó hacia el otro inmortal.
Este se levantó de su asiento y habló con firmeza:
—He sido elegido para venir hasta aquí, trayendo conmigo tres fichas de recomendación. Demuéstrenme que son dignos de una de ellas, y sus vidas mortales quedarán atrás para vivir como inmortales. Pero las reglas son claras: solo podrán participar aquellos que tengan entre diez y veinte años.
¿De diez a veinte años...? —Un hombre de mediana edad miró a su hija, angustiado. Mi hija solo tiene nueve… y faltan cinco lunas para que cumpla diez. No... tan cerca, tan cerca hija mía...
(Al referirse a cinco lunas, se habla de cinco meses, no días.)
En el territorio central donde se encontraban, no solo existía una ciudad, sino ocho en total. Entre ellas, Puente Blanco era la más cercana, por lo que el pueblo Holden pertenecía a su jurisdicción. Además, existían diez sectas. Estas, al igual que las ciudades, gobernaban el territorio central.
Las sectas vivían como verdaderos inmortales, centrados en la cultivación, prestando escasa atención a los mortales. No había calendario definido para su aparición: a veces pasaban días, otras veces siglos. Y cuando decidían salir, no existía pueblo al que no pudieran entrar. Así lo dictaban las reglas del territorio central, establecidas desde el principio de los tiempos.
—¡Sin más, que dé inicio! —exclamó con entusiasmo mientras volvía a sentarse.
El método de aceptación en las ciudades se basaba en enfrentamientos. Observaban cada combate con atención; no importaba quién ganara o perdiera, pues la decisión final recaía en la persona encargada de evaluar. Esta elegía a quienes mostraban mayor desarrollo o potencial. A los seleccionados se les otorgaba una ficha de recomendación y eran llevados a la ciudad, donde se les examinaba para ver si o no su espíritu era lo suficientemente fuerte, si lo era tenia aptitud para la cultivación.
En caso de no tenerlo, no eran descartados. Eran entrenados para formar parte de la Guardia Mortal, una fuerza leal encargada de proteger la ciudad.
A diferencia de las sectas, donde solo habitaban inmortales, las ciudades eran un espacio compartido entre mortales e inmortales. Los mortales no poseían ningún poder más allá del que les otorgaba el patriarca. Este era la figura suprema, aquel que decidía sobre la vida y la muerte, sin importar si se trataba de un mortal o un inmortal. Si él dictaba una sentencia, nadie podía contradecirla.
Desde un costado, Yang Feng observaba con tranquilidad, esperando que subieran los primeros dos valientes.
Justo entonces, una joven mortal que aparentaba tener unos doce años subió a la plataforma. Vestía ropas gastadas y su delgada figura mostraba los efectos de la falta de comida. Aun así, en su mirada se notaba una clara determinación.
Del otro lado subía también un joven mortal. Su ropa era común y llevaba una sonrisa juguetona en el rostro.
Yang Feng los miró con atención mientras se posicionaban en el centro de la plataforma. Ambos, aunque diferentes, estaban por enfrentarse ante la vista de todos.
Y así, comenzó la primera batalla.
Continuará.
Nota: Si se han dado cuenta, en el mundo de la novela hay muchas referencias a dragones, recuerden eso para después. La historia apenas comienza, y hay muchas cosas que, con el tiempo, se irán revelando. Gracias por seguir leyendo.