Capítulo 15 — Enfrentamientos en la plaza (1/3)
Ambos jóvenes se saludaron haciendo una leve inclinación. Mientras se miraban, esperaban la orden para comenzar.
—Comiencen —fue la voz de Zhenlin Ye la que dio inicio al primer encuentro.
Sin más, la joven se lanzó tirando puñetazos, patadas e intentando agarrar la ropa del oponente, pero el otro joven, con facilidad, los esquivaba dando pequeños saltos hacia atrás. La joven seguía atacando sin vacilar. De repente, el joven dejó de esquivar y se lanzó hacia ella, dándole un puñetazo en el estómago y haciéndola inclinarse. Sin embargo, no terminó ahí: quiso rematar y su pie voló hacia el rostro de la joven.
Bien, ahí viene, pensó ella con una mirada decidida.
Ya había anticipado que su única oportunidad sería cuando el otro se sintiera confiado. Sin pensarlo más, antes de que la patada la alcanzara, la esquivó y se lanzó sobre él. Aunque sentía el dolor punzante en el estómago, su mente solo se concentraba en atacar. Lo tiró al suelo y comenzó a golpearlo, ya fuera en el rostro, el pecho o cualquier parte que se interpusiera en su camino. El otro joven solo alcanzaba a cubrirse, mientras su rostro mostraba confusión, enojo y dolor. Como pudo, logró quitársela de encima, y esta vez fue el turno de él de contraatacar.
Los puños llovían, los corazones se aceleraban, y las miradas furtivas de los espectadores estaban fijas en ellos. Los inmortales observaban, pero no mostraban reacción; Yang Feng también veía, sus ojos calmados seguían igual.
¿Qué le pasa a esta chica? Haciendo que yo pierda la cara delante de los inmortales... ella se lo buscó. —pensó con furia el joven mortal.
Aquel encuentro no era nada llamativo. Los dos mortales intercambiaban golpes en el suelo. Después de un tiempo, por fin se levantaron y continuaron su intercambio de patadas, golpes y jalones, provocando que el público comenzara a aburrirse.
Murmuraban el combate solo para ellos, pensaban de si aquellos seguiría así o habría algún cambio.
¿Quién pensaría que todo eso era parte del plan de la joven mortal? Había logrado que todos —excepto los inmortales y unos pocos mortales con buena percepción, entre ellos Yang Feng— pensaran que el combate sería monótono y sin sorpresas.
Bien, es ahora o nunca —pensó la joven, respirando hondo para calmar el miedo y preparándose.
El joven mortal lanzó un puño directo al rostro de la joven, pero esta, en el último momento, giró en el aire y encestó una patada en la cabeza de su oponente. No terminó ahí: desde esa posición lanzó otra patada hacia atrás que impactó en el estómago del joven, causándole más dolor y haciéndolo retroceder cuatro pasos. Rápidamente, la joven se incorporó y desató una ráfaga de puñetazos y patadas, tan veloces que cada movimiento creaba una ola de aire. En menos de cinco segundos, había lanzado tantos golpes que el joven ni siquiera supo cuántos fueron, terminando inconsciente en el suelo mientras ella seguía jadeante.
Así que eso era lo que había planeado. —pensó con una sonrisa Li Fengye.
Zhenlin Ye solo mostró un poco de interés nada más.
Esa chica tiene buen flujo de batalla. Si hubiera empezado así desde el principio, sin duda habría perdido, ya que el otro no se habría contenido como lo hizo. Pero así son las luchas: no todo es golpear, sino pensar en la opción más favorable para obtener la victoria, pensó Yang Feng.
La multitud estaba en shock. La destreza y la fuerza de la joven en el último momento revelaron que había guardado todo para el final. Sin embargo, no se atrevieron a gritar de emoción: era más importante mantenerse vivos que morir por un grito imprudente.
Cabe destacar que, desde la llegada de los inmortales, el mundo parecía haberse detenido. Nadie osaba hacer el más mínimo sonido.
—¡Gané! —gritó la joven, alzando los puños al aire y saltando de alegría.
Pero rápidamente se dio cuenta de su error. Miró hacia los inmortales y habló:
—Disculpen, grandes inmortales, por mi error. Aceptaré mi muerte si así lo desean.
Qué chica tan interesante, pensaba Li Fengye, sin dejar que su sonrisa se apagara.
El inmortal que habló fue Zhenlin Ye.
—No hay nada que perdonar. Este es un gran evento que debe celebrarse. Todos pueden alabar al ganador y seguir haciendo lo que hacían; de lo contrario, todo esto sería aburrido.
Su voz se escuchó fuerte y clara. La joven en la plataforma y los mortales abajo gritaron de alegría, agradeciendo al gran inmortal y alabando a la joven. Los negocios volvieron a prosperar y aquellos que tenían tragos en sus manos por fin los bebieron. Todos estaban felices.
El inmortal envió a dos de los tres guardias que estaban a los costados de la carpa para que tomaran al joven inconsciente y lo colocaran a un lado, donde también estaba la joven victoriosa.
Ambos estaban golpeados: la chica se había mordido el labio y un poco de sangre corría de su boca, además de varios hematomas. Pero ¿qué eran esos pequeños sacrificios comparados con obtener la victoria? Con la manga limpió la sangre y volvió su mirada al frente, esperando a los siguientes dos combatientes.
Los segundos en entrar fueron dos jóvenes que aparentaban tener unos dieciocho años. Llevaban en sus manos dos palos de madera, del tamaño de una lanza pero sin la hoja para cortar. Saludaron a los inmortales y luego se saludaron entre ellos.
Estos dos jóvenes eran bien conocidos en el pueblo por ser grandes rivales. Además de dedicarse a la carpintería en el mismo taller, su maestro les había enseñado a luchar. Sin embargo, un día empezaron a enfrentarse para decidir quién sería el sucesor del maestro. Este último no les dijo nada al respecto, lo cual daba a entender que aceptaba su competencia.
Así fue durante tres años: luchaban y luchaban, pero sus combates siempre terminaban en empate. Sin embargo, en esta ocasión, donde había más en juego, ambos decidieron luchar con todo y ver, al fin, quién era el mejor.
Ambos se sostenían firmes, uno de ellos ligeramente encorvado como un tigre a punto de saltar; el otro, erguido como una lanza imperturbable.
—¡Comiencen! —gritó esta vez Li Fengye con emoción.
A él siempre le llamaban más la atención las batallas en las que se usaban armas que aquellas de simples puños. La familia Li era bien conocida por su dominio de distintas armas; practicaban hasta convertir cualquier objeto en un arma mortal, razón por la cual se habían ganado el título de una de las familias principales de la ciudad.
Desde abajo, un mortal de mediana edad, con ropas de trabajo, cuerpo firme y rostro serio, observaba la lucha de sus discípulos.
Ojalá pasen los dos la prueba y se conviertan en inmortales, mis jóvenes discípulos... Lleven una vida de gloria y no se queden atrapados en este pueblo, muriendo sin sentido como este viejo. —se lamentaba en silencio el mortal de mediana edad.
Mientras tanto, en la plataforma, la lucha ya había comenzado.
Dado que ambos se conocían bien, el inicio de la batalla fue, en esencia, como todos lo esperaban. Hacían fintas; a veces lanzaban ataques poderosos, pero todos servían para medir la distancia e intentar descubrir alguna abertura nueva, algo que antes no habían visto.
Aun así, había mortales que se emocionaban cada vez que aquellos bastones de madera chocaban. Los impactos eran incesantes: se escuchaban con tal nitidez que, en ocasiones, alguno de los palos se astillaba, y las manos de los combatientes vibraban con cada golpe.
El joven de postura felina, más ágil, se lanzaba con fuerza buscando una debilidad; el otro, erguido como una lanza, empleaba sus largos brazos para medir y asestar potentes estocadas. Aunque eran compañeros de trabajo y discípulos del mismo maestro, cada uno había desarrollado un estilo distinto, acorde a sus cualidades.
El inmortal Zhenlin Ye elogió aquel trabajo tan bien ejecutado. Sabía que aquellos dos nunca podrían dominar el mismo arte, pero juntos serían un par de inmortales imparables. Miró al compañero que tenía al lado y solo vio entusiasmo: parecía un niño deseando unirse al juego.
El discípulo del arte del tigre ejecutó entonces un movimiento osado, entrando en la guardia del rival e intentando un barrido de piernas. Éste saltó y, con el bastón, asestó un golpe descendente que impactó en las costillas, provocando un quejido ahogado.
Sin perder tiempo, el joven felino giró sobre su eje y le propinó dos patadas en el pecho al que se mantenía firme. Ambos retrocedieron, y los mortales que los observaban estallaron en vítores: era un espectáculo inigualable.
Sabían que aquellos discípulos se enfrentaban de vez en cuando, pero pocos habían presenciado sus duelos. Verlos en acción superaba cualquier relato.
Los choques continuaron. Se movían con naturalidad por toda la plataforma, hasta que, de repente, ambos se elevaron: un fuerte ¡crack! resonó cuando sus bastones colisionaron, enviando un temblor violento por sus manos.
Sus rostros mostraban el cansancio acumulado; cada vez perdían más fuerzas. Fue entonces cuando los espectadores de la segunda planta comenzaron a apostar por su favorito.
—¡Una plata y dos peniques a que gana el tigre! —gritó un comerciante de renombre, impecable en sus ropas de alto valor.
—¡Dos platas y cinco peniques a la lanza firme! —respondió una joven dueña de la única perfumería del lugar, ataviada con túnica morada y velo traslúcido.
Al escuchar las apuestas, todos sonrieron y se sumaron: nadie quería quedarse atrás.
¡Crack!
¡Crack!
Los bastones colisionaban sin tregua. Algunos ataques eran esquivados; otros, recibidos de lleno. De vez en cuando surgían patadas o puñetazos, según la oportunidad. La batalla avanzaba y ambos parecían estancados.
No solo los combatientes esperaban un despiste: todos ansiaban conocer el desenlace.
Decididos a resolverlo de una vez, se lanzaron con lo poco que les quedaba: sudor, hematomas y cansancio saludaban a los presentes. En el instante en que ambos iban a chocar de nuevo, el sudor de la plataforma hizo resbalar al que se mantenía firme; cayó de bruces, en lugar de apoyar el bastón.
No... no puedo perder así. —pensó este mientras con furia cerraba los ojos para no ver la humillación.
Pero quién habría imaginado que aquel feroz tigre mostraría humanidad: apartó el bastón y sujetó a su compañero para evitar su caída.
Por el impacto mutuo, los dos cayeron al suelo, agotados y casi sin fuerzas. Los mortales que los veían gritaban de emoción: no había vencedor, pero habían aprendido el valor del compañerismo.
Zhenlin Ye abrió los ojos con sorpresa y soltó una leve carcajada. Li Fengye, por su parte, sonrió, se levantó rápidamente y comenzó a aplaudir. Todos, incluido Yang Feng, siguieron su ejemplo y vitorearon el magnífico encuentro.
—¿Por qué no asestaste el último golpe? —preguntó jadeante uno de ellos.
—No habría sido honroso —respondió el otro, también sin aliento, mientras yacían boca arriba.
—Empate —murmuraron al unísono antes de sonreír y chocar sus puños en señal de respeto.
Pero no todos estaban contentos, los del segundo nivel no ganaron nada y tuvieron que recoger sus monedas, esperando que el siguiente encuentro fuera también emocionante.
Continuará.