Capítulo 16 - Enfrentamientos en la plaza (2/3)
En una plataforma de mármol, rodeada por una casa de madera y un patio bien cuidado, un árbol de durazno dejaba pasar el aire fresco, mientras una pequeña muralla de piedra con tejado rojizo delimitaba el lugar. Allí se encontraban dos pequeños inmortales que aparentaban tener unos doce años. Ambos eran idénticos a Li Fengye; de hecho, uno era él y el otro, su hermano gemelo. El primero con ojos rojos y el segundo con un amarillo intenso. Los dos se enfrentaban con bastones de madera, mientras sentados sobre unas almohadillas observaban tres inmortales: el jefe de familia y sus dos ancianos.
El inmortal del centro mantenía una mirada insondable. Su cabellera era una melena rojiza y brillante, y sus ojos, como los de un felino, mostraban una peculiaridad: uno era rojo y el otro, amarillo. A su izquierda se encontraba una anciana -aunque solo de título-, pues cualquier joven de quince años que la viera quedaría enamorado. Su túnica, distinta a la de los discípulos, tenía franjas rojas, amarillas y un toque de morado.
A la derecha estaba el otro anciano, cuyo título sí reflejaba su aspecto. Había sido el antiguo jefe de familia. Su túnica era igual a la de la mujer, y su melena, de tonos entre rojo y blanco, caía sobre un rostro marcado por las arrugas del tiempo. Sus ojos, de un rojo intenso y felinos como los del jefe actual, hacían que cualquier discípulo que lo mirara fijamente sintiera cómo su vista se nublaba, como si observara al mismo sol.
A los costados de la plataforma, varios discípulos observaban atentos. Vestían la túnica habitual de los discípulos de tercera clase: mayoritariamente gris con azul oscuro, adornada por pequeñas franjas amarillas.
Li Fengye lanzó una estocada y logró golpear el hombro de Li Fenghua. Este último soltó un leve quejido, pero contraatacó con rapidez. Los demás observaban emocionados a los gemelos. Aunque siempre los veían luchar para determinar quién sería el hermano mayor, nunca lograban terminar sus combates. Pero hoy, durante el examen de los discípulos de tercera clase -con el jefe de familia y los ancianos presentes-, por fin concluirían su pelea.
Mi hermano es un hueso duro de roer, pensó Li Fenghua.
-Hermano, esta vez te enseñaré que yo soy el mayor -dijo Li Fenghua con una sonrisa desafiante, mientras se preparaba para atacar de nuevo.
-Parece que me has subestimado -respondió Li Fengye, bajando el centro de su cuerpo, como si se preparara para cazar a una presa-. No has visto nada todavía.
Ambos dejaron el polvo atrás y volvieron a enfrentarse. Los bastones de madera resonaban con cada choque y se astillaban más con cada impacto. Aun así, no mostraban señales de cansancio. Corrían por la plataforma, atacando y defendiéndose con agilidad felina.
Los discípulos observaban emocionados, alabando al que les caía mejor. Mientras tanto, los tres inmortales permanecían en silencio, hasta que, de pronto, la anciana Li Huaxian habló con su suave voz:
-Estos dos felinos no pararán hasta que sus bastones se astillen. Me recuerdan al jefe de familia en sus días de juventud -dijo, lanzando una leve mirada hacia su costado, donde se encontraba Li Hongzhao-. Pero yo siempre le ganaba, ja, ja, ja...
-Mmm... en ese tiempo era un pobre debilucho. Pero si lucháramos hoy, otra cosa sería, ja, ja, ja -respondió el jefe de familia. Su tono era relajado, como el de alguien al que se le podía hablar con confianza, pero que igual imponía respeto.
-El Patriarca del Sol Carmesí es ahora el núcleo de nuestra familia, claro que nadie está a su nivel -intervino el anciano a la derecha-, pero en aquellos tiempos, la anciana Li Huaxian tenía mano dura... ¡y siempre lo dejaba llorando! Jo, jo, jo...
-Anciano Li Baotian, ese título que me diste sabes que no me gusta. Llámame simplemente Li Hongzhao, sin modestia. Además, en aquel tiempo no era bueno cultivando, y la hermana Li Huaxian siempre se aprovechaba de eso, ja, ja, ja.
Nota: El término patriarca en este caso solo es un título que es dado a los jefes de familia, pero ante todos ellos está el patriarca que los gobierna.
Mientras ellos hablaban, los dos "felinos" ya mostraban señales de cansancio. Todo se decidiría en ese último intercambio. Ambos se prepararon... y se lanzaron al frente.
En el instante en que estaban a punto de chocar, un charco de sudor en la plataforma hizo resbalar a Li Fengye. Cayó de bruces, sin poder apoyar su bastón.
¡No!, gritó en su interior con frustración, mientras veía cómo el bastón descendía directamente hacia su rostro.
¡Crack!
El bastón, astillado tras tantos golpes, finalmente se rompió. Un chorro de sangre brotó, y Li Fengye cayó inconsciente.
-¡Gané! -gritó Li Fenghua, saltando de alegría.
-Haaa... -soltó un suspiro el jefe de familia-. Al parecer, esto ya se decidió.
...
-Chico, chico, ¿estás con nosotros? -interrumpió Zhenlin Ye, sacando a Li Fengye de sus pensamientos.
Lo trajo de nuevo a la realidad.
-Mmm... sí, solo me había quedado pensando en el pasado -respondió, mientras observaba aquella plataforma de mármol, ahora rodeada por mortales que vitoreaban el desenlace de aquellos dos.
Dos guardias retiraron a los combatientes anteriores y los colocaron junto a los demás. Luego, otras dos figuras subieron a la plataforma. Eran dos niñas, de no más de quince años.
Una empuñaba una espada de madera, desgastada por el uso. Era la misma con la que solía espantar a los animales que merodeaban su casa. Su familia, panaderos de oficio, era bien conocida entre las principales del gremio.
La otra no llevaba armas visibles en las manos, pero en su cintura colgaba un látigo bien enrollado, con una pequeña bola metálica en la punta. Era el látigo de su padre, un transportista que guiaba carretas por caminos de tierra.
Ambas provenían de familias modestas. No eran ricas, pero tampoco pasaban necesidad. Tenían comida caliente, una casa segura y un maestro que les enseñaba a leer y escribir.
Las dos jóvenes se miraron fijamente. Sin rastro de emoción. Solo determinación. Querían luchar. Querían destacar.
La espadachina alzó su arma, lista. La otra, con calma, desenrolló el látigo hasta que la bola de metal golpeó la plataforma con un leve eco.
-¡Comiencen! -ordenó Li Fengye.
La de la espada fue la primera en moverse. Corrió con determinación, su arma en posición, buscando una abertura en la guardia de su oponente. Pero la del látigo no se movió. Esperó, inmóvil, como una cazadora paciente.
¡Zas!
El látigo rompió el aire como un trueno seco. En un instante, la espadachina recibió un latigazo que le quemó el brazo y la espalda. La bola metálica impactó contra su espalda, haciéndola gritar de dolor. Lágrimas involuntarias surcaron su rostro.
Pero incluso en ese momento, reaccionó. Con la mano libre, logró aferrar el látigo y tiró con fuerza. Su rival forcejeó, pero no pudo soltarse.
Aprovechando la abertura, la espadachina se lanzó al frente, tirando del látigo mientras alzaba su espada con una sonrisa de triunfo.
-¡Esta vez te toca a ti recibir mi golpe!
La otra chica mostraba confusión, miedo... y un atisbo de desesperación. Intentaba recuperar el látigo, sin éxito. Pero, de pronto, su expresión cambió. Sonrió.
Algo no va bien, pensó la espadachina.
Y tenía razón. De repente, su rival soltó por completo el látigo, usando ese impulso a su favor. Esquivó la espada con un ágil movimiento, y, sin perder el ritmo, concentró toda su fuerza en un solo puño que lanzó directo al abdomen de su oponente.
Un ruido seco se escuchó. La espadachina escupió sangre y salió despedida hacia atrás. Cayó al suelo, tosiendo, con la vista borrosa, luchando por levantarse.
El público contenía la respiración. Todo había pasado tan rápido que apenas podían procesarlo.
La del látigo no perdió el tiempo. Lo recogió y lo hizo girar dos veces en el aire.
¡Zas! ¡Zas!
El látigo silbó, dejando ráfagas de viento tras cada movimiento. Golpes secos comenzaron a llover sobre la muchacha caída. Gritos de dolor llenaron el aire. Lágrimas, esta vez más intensas, brotaban sin control.
Lo que antes fue un combate, ahora parecía una tortura.
Muchos entre la multitud deseaban que se detuviera, pero nadie tenía la autoridad para intervenir.
La joven del látigo sonreía, siniestra, mientras blandía su arma con violencia.
Entonces, Zhenlin Ye desapareció de su asiento, dejando un borrón de color violeta. En un parpadeo, apareció frente a la muchacha. Su mano atrapó el látigo al vuelo, inmovilizándolo con facilidad.
-Dame eso. La pelea ha terminado -dijo con una voz serena, pero inquebrantable.
La sonrisa de la joven se desvaneció. Un escalofrío le recorrió la espalda. Sus músculos se aflojaron, y cayó de rodillas. No se atrevía a levantar la cabeza.
Por fin veo con más detalle esa habilidad. Si hubiera parpadeado, me habría perdido cada movimiento. Al regresar, procesaré lo que vi e intentaré comprender cada detalle, pensó Yang Feng.
En la plataforma, aquella imponente figura deseó actuar, y un hilo de luz salió desde su dedo índice, extendiéndose hasta la joven que yacía en el suelo, inconsciente, con múltiples cortaduras y quemaduras provocadas por el látigo. Al tocar su cuerpo, la luz comenzó a sanar sus heridas: las cortaduras se cerraban lentamente y las quemaduras desaparecían como si nunca hubieran existido.
Los mortales que observaban no podían evitar asombrarse. Finalmente recordaron que aquel era un inmortal, alguien capaz de realizar milagros... o de provocar la destrucción. Volvieron a ser conscientes de que debían tratarlo con respeto y reverencia.
-Que vengan los padres de esta joven y la lleven a descansar. Ella ya está mejorando -dijo la voz de Zhenlin Ye, devolviendo a todos a la realidad.
Dos mortales de mediana edad subieron apresuradamente a la plataforma. Con lágrimas en los ojos, recogieron el cuerpo inconsciente de su hija y, al ver al inmortal, no dejaron de inclinarse.
-Gracias, gran inmortal.
-Gracias, gran inmortal...
Repetían sin cesar, entre sollozos.
-Pueden llevarla ahora. Si necesitan algo, hablen con el superior Long Du. Él sabrá qué hacer -añadió Zhenlin Ye con tono tranquilo.
¿Superior Long Du?, se preguntó Li Fengye con sorpresa.
Y no solo él. Todos los presentes comenzaron a preguntarse lo mismo. ¿Estaba diciendo que aquel anciano dueño de una pequeña tienda tenía un rango mayor al del gran inmortal que supervisaba el pueblo? ¿Quién era, entonces, ese anciano que a simple vista parecía un mortal común y corriente?
Yang Feng también se dio cuenta de ese detalle. Aunque lo había escuchado la primera vez que conoció a Zhenlin Ye, no le había prestado atención. Ahora comprendía que quien lo respaldaba y lo protegía de mostrarse ante este inmortal llegado desde la ciudad era su maestro.
Los dos mortales, temblorosos y mordiéndose el labio, salieron de la plataforma. El padre llevaba a su hija en brazos, con sumo cuidado.
Zhenlin Ye dio un paso lento hacia su asiento. La plataforma tembló, y en el instante siguiente, ya estaba sentado de nuevo, como si nunca se hubiera movido.
Un guardia se apresuró y colocó a la joven cerca de los demás combatientes.
Luego subieron los siguientes. Algunos combates eran emocionantes; otros terminaban muy rápido. El tiempo pasaba. Los espectadores se animaban y gritaban. Los negocios se llenaban. Las apuestas se colocaban. Los vagabundos aprovechaban para llenar sus bolsas. Los inmortales a veces se asombraban; otras, simplemente hacían pasar al siguiente. Todo sucedía mientras el sol bajaba lentamente.
Yang Feng había seguido el consejo de su maestro: no debía comer nada más aparte de las píldoras que le había proporcionado. Por eso, las pocas monedas que llevaba consigo solo las usaba para comprar agua o, en ocasiones, una jarra de agua miel. Esta última la había adquirido a través de la ventana de un negocio, ya que dentro no quedaban asientos. Sin quejarse, pagó cuatro peniques por ella. Sabía que, por ser un día especial, los precios habían subido. En días normales solía costar dos o tres peniques, dependiendo del lugar. Luego se posicionó en un sitio desde el cual podía observar la plataforma y escuchar con atención lo que sucedía.
-Los últimos combates no han sido muy llamativos. Pasen los últimos dos -dijo tranquilamente Li Fengye.
Después miró a Zhenlin Ye para confirmar si estaba de acuerdo. Este solo asintió con la cabeza.
La decisión dejó a los presentes en suspenso. El día aún no terminaba, y muchos jóvenes esperaban con ansias participar. ¿Quiénes serían esos dos últimos? ¿Y quién, en su sano juicio, cedería su lugar y dejaría que otro tomara su oportunidad de convertirse en elegido?
Algunos espectadores veían a los últimos que habían luchado con desprecio. Un grupo de jóvenes corrió hacia la plataforma con miradas decididas y gritos llenos de emoción. Los demás, que no participaban, intentaban interrumpir el paso de algunos, aunque otros los defendían. Muchos solo observaban entre risas. Los que gustaban de apostar, lo hacían con entusiasmo, especulando sobre quién lograría llegar primero.
Yang Feng, con la jarra aún en mano, prefirió mantenerse al margen. Se apartó hacia un costado y observó el caos con una expresión tranquila.
Continuará.