—Su majestad, finalmente lo atrapamos. Fue él quien fue sorprendido saqueando de la granja del palacio —dijo el guardia.
Oberón gruñó y se levantó, sus ojos miraban amenazadoramente al criminal.
Se acercó a él y lo dominó —¿Así que esta es la razón por la que viniste a trabajar aquí? —preguntó de mala gana.
El ladrón se inclinó, su cabeza tocando el suelo —No, su majestad, no tuve elección. No soy un trabajador aquí, su majestad, mi familia es pobre y no podemos costear buenas comidas de ningún modo.
—¿Qué? —entrecerró los ojos.
—Lo siento mucho, su majestad. Ninguno de mis vecinos me ayudaría, no tuve elección —respondió el ladrón.
Los ojos de Oberón se suavizaron y sacudió la cabeza —Podrías haber trabajado. ¿Por qué no hiciste eso?
—No he recibido mi paga, su majestad —se sonó la nariz.
—Déjalo ir. Busca a su amo y asegúrate de que sea severamente castigado. Dale algo de comida. Puedes irte —suspiró.
—Muchas gracias, su majestad —le agradeció efusivamente el ladrón.