Perfección

Nyx se despertó removiéndose, con las pestañas aleteando mientras la suave luz de la mañana entraba por las cortinas. Un cálido brazo estaba extendido sobre su cintura, y ella sentía el constante subir y bajar del pecho de Oberón en su espalda. Su olor masculino, familiar, seguro, la envolvía como una segunda manta.

Se giró un poco, encontrándolo ya despierto, sus ojos dorados observándola.

—Me estás mirando de nuevo —murmuró ella, con la voz aún cargada de sueño.

Oberón sonrió con malicia. —Me gusta verte dormir —sus dedos trazaban círculos perezosos en su hombro desnudo—. Siempre te ves tan pacífica... por una vez.

Ella soltó una leve risita y se estiró, presionando su frente contra la de él. —¿Y cómo luzco cuando estoy despierta?

Él se rió. —Una amenaza.

Nyx revoloteó los ojos, pero no pudo luchar contra la sonrisa que tiraba de sus labios. —Entonces, ¿por qué te quedas?