Vínculo oscuro

Época Astral, Año 7635 – Día 1 del Quinto Ciclo

El aire en la academia Altamira de Solaria vibraba con una mezcla de expectativas y tensión. El Gran Torneo Estelar se acercaba, y aunque nadie lo admitía en voz alta, todos sentían que esta vez sería diferente.

Cada paso retumbaba en los pasillos como un eco de la anticipación colectiva, una sinfonía de adrenalina contenida. Los estudiantes practicaban en los campos abiertos, sus ojos fijos en sus movimientos, pero con sus mentes claramente en otra parte.

Jake observaba todo desde un rincón de la explanada. No participaba en los entrenamientos, no hoy. Ya no se trataba solo de preparar el cuerpo, sino de entender el peso de lo que estaba en juego.

Sentía una energía distinta, algo en el aire que lo hacía estar más alerta de lo habitual. Sophia caminaba a su lado, balanceando sus brazos de forma despreocupada.

—Míralos —dijo Sophia con una sonrisa burlona mientras señalaba a un grupo de chicos golpeando el aire como si estuvieran enfrentando a gigantes—. Es como si entrenaran para sobrevivir a una masacre... cuando todos sabemos que solo están aquí para perder miserablemente.

—¿Masacre? —Jake soltó una carcajada seca—. Vamos, que las únicas muertes aquí serán de orgullo herido.

Sophia lanzó una piedra al aire, atrapándola con destreza. —Es lo mismo. Todos saldrán de esto derrotados o humillados... O peor, eliminados de la competencia como yo —dijo, haciendo un gesto dramático con la mano—. Gracias por participar, pero te puedes ir a casa, señorita. Nos vemos en otra vida.

Jake sonrió de lado, pero no dijo nada. Sabía que Sophia lo había dejado, que todo lo relacionado con la energía estelar ya no significaba nada para ella. Pero también sabía que la tensión en la academia no se debía solo al torneo. Algo más había cambiado, algo que aún no lograba identificar.

Mientras caminaban por el patio, una figura familiar apareció ante ellos. Raven, con su aire misterioso habitual, se acercaba. Jake nunca había confiado del todo en él, pero tampoco tenía motivos para desconfiar. Aún.

—¿Listos para el gran día? —preguntó Raven, su voz tranquila, aunque sus ojos parecían estar evaluando cada reacción.

—Claro, si por "gran día" te refieres a ver a una fila interminable de gente ser humillada —respondió Sophia, lanzando la piedra al suelo y pisándola de forma juguetona—. No puedo esperar.

Jake, por su parte, solo asintió, observando de reojo a Raven. Había algo en su tono que lo inquietaba. No era la típica charla casual. Era más como si estuviera probando las aguas, tanteando terreno.

—Algunos lo ven como una oportunidad —murmuró Raven, cruzándose de brazos—. Otros como una trampa.

Jake levantó una ceja, pero no llegó a contestar, ya que en ese instante una figura alta y oscura se deslizó entre las sombras, como un depredador que se movía sin esfuerzo en su territorio. Zephyr Blackthorn.

La mera presencia de Zephyr tenía un efecto magnético, algo en su andar sugería que él sabía exactamente cómo iba a terminar todo... y que estaba disfrutando del espectáculo antes de que siquiera comenzara.

Nadie sabía realmente qué hacía Zephyr en la academia, pero se paseaba por los terrenos como si fuera el dueño del lugar. Y lo peor era que, de algún modo, se sentía correcto.

Zephyr se detuvo por un momento, a una distancia lo suficientemente cercana para que Jake sintiera su presencia, pero lo suficientemente lejana para no resultar invasiva. Observó a Raven con ojos entrecerrados, como si ya hubiera llegado a alguna conclusión.

—Interesante... —murmuró Zephyr para sí mismo, apenas audible, antes de seguir su camino, desapareciendo tan rápido como había aparecido.

El corazón de Jake comenzó a latir más rápido. No entendía por qué, pero cada vez que Zephyr estaba cerca, el ambiente cambiaba, se volvía más denso, más cargado. ¿Qué sabe él que nosotros no?, pensó.

—Ese tipo... —empezó Sophia, pero se detuvo al ver que Raven seguía observando la dirección por donde Zephyr había desaparecido.

—Es solo otro espectador más —dijo Raven, aunque en su tono había algo distinto esta vez. Algo que ni siquiera él podía ocultar por completo.

Jake entrecerró los ojos, notando que el líder del club de ocultismo parecía más pensativo de lo normal. Aquí hay algo que no cuadra, pensó. Y si había algo en lo que Jake era bueno, era en leer a la gente.

Todo está a punto de cambiar..., pero ni él ni Sophia, ni siquiera Raven, sabían cuánto.

El interior del club de ocultismo estaba sumido en una oscuridad casi total. Solo la luz tenue de una vela chisporroteante iluminaba las paredes cubiertas de símbolos antiguos y libros polvorientos.

La atmósfera era densa, cargada de una energía inquietante, como si las mismas sombras que se alargaban en el suelo estuvieran vivas, observando. Raven, el único ocupante en ese momento, estaba sentado en el centro de la sala, meditando en silencio.

Los otros miembros del club se habían marchado hacía horas, pero Raven siempre encontraba una razón para quedarse. La soledad tiene algo que aclara la mente, solía pensar. Y en ese lugar, alejado del bullicio de la academia, podía sentir la energía fluyendo, siempre presente, aunque aún indomable.

El leve parpadeo de la vela hizo que Raven abriera los ojos. El aire en la habitación cambió, como si alguien hubiera abierto una puerta invisible a algo... más oscuro. ¿Qué es esto?, pensó, sin moverse.

No había nadie más, lo sabía. Pero la presencia que sentía era innegable. Algo estaba ahí con él, algo que no pertenecía a este plano.

Un frío inusual comenzó a filtrarse por las paredes, y la llama de la vela pareció debilitarse, como si una fuerza invisible estuviera robando la luz.

Raven frunció el ceño, observando la habitación en busca de una explicación, pero lo único que encontró fue el silencio opresivo que ahora lo rodeaba. Intentó ignorar la sensación, pero sus instintos le advertían que algo estaba terriblemente mal.

Y entonces lo sintió: una leve brisa, demasiado fría para estar en una sala cerrada, y un crujido suave detrás de él. Raven se giró bruscamente, pero no había nada. Nada, excepto una sombra en la esquina que no había estado ahí antes.

—¿Quién está ahí? —preguntó con la voz firme, aunque su corazón comenzaba a latir más rápido.

La sombra no respondió. Pero algo en ella parecía moverse, como si se retorciera bajo su propia oscuridad. Entonces, de la penumbra, una figura comenzó a emerger, lenta y deliberadamente.

Primero, la silueta de un hombre alto, elegante, con una postura casi demasiado perfecta. Luego, la luz de la vela parpadeante reveló lo que realmente era: una máscara negra, rota y agrietada, de la que emanaba un resplandor púrpura.

Los ojos detrás de la máscara eran dos pozos de oscuridad, fríos e impenetrables.

Raven contuvo la respiración. No necesitaba preguntar quién era. La presencia lo decía todo.

Zephyr Blackthorn.

El silencio en la sala se hizo aún más pesado, casi palpable. Raven no dijo nada al principio, observando cómo Zephyr se deslizaba lentamente hasta estar de pie justo frente a él.

La calma perturbadora de Zephyr lo envolvía todo, y aunque no había hecho ningún movimiento amenazante, el simple hecho de estar ahí llenaba el ambiente de una tensión insoportable.

—Raven Lockhart —la voz de Zephyr era profunda, resonante, y tenía una cualidad que hacía que la habitación pareciera aún más pequeña—. He oído... cosas sobre ti.

El corazón de Raven latía con fuerza, pero su exterior seguía imperturbable. Sabía que estaba frente a algo mucho más grande de lo que él entendía, pero no podía permitirse mostrar debilidad.

—¿Qué cosas? —respondió Raven, su voz un poco más baja de lo que pretendía.

Zephyr no respondió de inmediato. En su lugar, inclinó ligeramente la cabeza, como si estuviera estudiando a Raven, como si sus ojos atravesaran su piel y vieran todo lo que había dentro de él.

Cada segundo que pasaba hacía que la presión en el pecho de Raven aumentara, pero no iba a ceder. No aún.

—Cosas que sugieren... potencial —dijo finalmente Zephyr, su voz más suave pero no menos inquietante—. Pero el potencial, sin dirección, es... inútil.

El silencio que siguió a esas palabras fue devastador. Raven sentía que el aire mismo se había vuelto irrespirable.

Y aunque una parte de él gritaba que debía alejarse, no podía moverse. Zephyr tenía un control absoluto sobre el momento, y cada palabra suya caía como una losa de mármol.

Zephyr dio un paso más hacia él, y Raven sintió que el frío alrededor aumentaba.

—Me pregunto... —murmuró Zephyr, casi como si estuviera hablando consigo mismo—. ¿Qué tan lejos llegarías si alguien... te diera la dirección adecuada?

La llama de la vela parpadeó una vez más, y por un segundo, todo pareció detenerse.

Raven intentaba mantener el control, pero cada segundo que pasaba en esa habitación con Zephyr, el aire parecía volverse más denso, aplastándolo poco a poco. Debo mantener la calma, pensaba. Esto es solo una conversación, nada más. Pero en lo más profundo de su ser, sabía que no era así. No con Zephyr.

—Dirección adecuada, dices... —repitió Raven, forzando una sonrisa controlada, intentando proyectar seguridad.

Era un líder, después de todo, y no podía permitir que este intruso lo viera dudar—. ¿Y qué clase de dirección ofreces tú?

El silencio que siguió a su pregunta fue como una bofetada invisible.

Zephyr no se movió ni un centímetro, pero su presencia se sentía más opresiva, más sofocante. Era como si cada palabra suya, cada gesto, cargara un peso que Raven no podía sacudirse.

Y mientras intentaba pensar en su próxima acción, la habitación se hizo más pequeña, como si las paredes mismas comenzaran a cerrarse sobre él.

—Ofrezco... posibilidades —respondió Zephyr finalmente, su voz casi un susurro. Cada palabra se filtraba en la mente de Raven como veneno, suave pero corrosivo—. Pero claro, no todo el mundo está preparado para lo que viene.

Raven quiso replicar, pero las palabras murieron en su garganta.

Había algo en la manera en que Zephyr lo miraba, como si ya conociera sus pensamientos antes de que él mismo los hubiera formulado.

Como si supiera exactamente dónde golpear para hacer tambalear las certezas que Raven había construido a lo largo de su vida.

—¿Qué... es lo que quieres de mí? —logró decir finalmente, sintiendo el nudo en su estómago apretarse más.

Zephyr se acercó otro paso, tan lento que parecía que flotaba. El frío en la habitación se volvió más penetrante, y la vela que aún ardía comenzó a parpadear de manera errática, casi como si fuera a apagarse en cualquier momento.

—No se trata de lo que quiero de ti, Raven —la voz de Zephyr tenía una cualidad peligrosa, como el filo de una hoja oculta bajo un manto de terciopelo—. Se trata de lo que tú puedes ser.

Raven tragó saliva, su mente acelerada buscando una salida, algún ángulo desde el que pudiera tomar control de la conversación. Era su terreno, su club, su lugar de poder. No podía dejar que este desconocido lo dominara tan fácilmente.

Pero mientras intentaba reunir sus pensamientos, cada posible camino que consideraba se cerraba ante él. Como si las opciones que creía tener desaparecieran una a una bajo la sombra de Zephyr.

—No te equivoques —dijo Zephyr, inclinándose apenas lo suficiente para que Raven sintiera su presencia más cerca—.

El poder que buscas, las respuestas que anhelas... no se encuentran en esos libros que tanto aprecias. Ni siquiera en los rituales que practicas con tanto esmero.

Raven sintió un sudor frío recorrer su espalda. ¿Cómo lo sabe?, pensó, con el corazón martillando en su pecho. Nadie fuera del club debería saber lo que se hacía en esas reuniones, nadie que no estuviera involucrado directamente.

—No lo entiendes aún, pero lo harás —continuó Zephyr, sus palabras serpenteando alrededor de Raven como si se enredaran en su mente, estrangulando cualquier intento de réplica—.

Todo lo que has hecho hasta ahora ha sido... un juego de niños. Y yo... puedo enseñarte el verdadero poder.

La vela tembló violentamente y luego se apagó, sumiendo la habitación en una oscuridad tan densa que parecía absorber cualquier rastro de esperanza. Raven se puso de pie de golpe, pero en ese instante se dio cuenta de que sus piernas temblaban ligeramente, como si su propio cuerpo estuviera cediendo ante la presión.

—Yo... yo no necesito tu poder —dijo con un esfuerzo que le costó más de lo que hubiera querido admitir.

Pero incluso al decirlo, supo que sus palabras carecían de convicción. El silencio de Zephyr era su condena, como si no hiciera falta una respuesta para saber lo que él mismo temía admitir.

El frío en la habitación no era solo físico; era algo más profundo, algo que comenzaba a filtrarse en su mente, en su espíritu. Y por un instante, un destello de pánico lo atravesó.

—¿De verdad crees que tienes elección? —Zephyr dio otro paso hacia él, y aunque no había contacto físico, la presión que emanaba era insoportable—. Cada paso que das, cada decisión que tomas, te acerca más al abismo. Y una vez que lo ves... no puedes apartar la vista.

La respiración de Raven se volvió más rápida. Intentó concentrarse, pensar en una forma de zafarse de esa situación, pero todo lo que su mente podía conjurar eran sombras y vacío. No hay escapatoria, se dio cuenta en silencio, y la desesperación comenzó a aflorar.

—Puedes rechazarlo —continuó Zephyr, como si estuviera disfrutando el momento—, puedes fingir que tienes control sobre tu destino. Pero eventualmente, todos llegamos al mismo punto, Raven. Todos miramos al abismo. La única pregunta es... ¿serás tú el que caiga, o serás el que lo domine?

Las palabras resonaron en la mente de Raven, cada una de ellas desgarrando las paredes que había construido a su alrededor.

Intentaba luchar, resistir, pero con cada segundo que pasaba, Zephyr estaba más cerca de teñir su alma con esa energía oscura, esa fuerza del abismo estelar que parecía infinita y aterradora.

Y mientras la oscuridad los envolvía por completo, Raven supo que estaba más cerca de la caída de lo que jamás había estado.

El sol caía suavemente sobre los jardines de la academia Altamira, pintando el cielo con tonalidades cálidas que contrastaban con el caos organizado de los preparativos para el gran torneo.

Jake caminaba por los pasillos del edificio principal, ajeno a las tensiones ocultas en los rincones más oscuros de la academia.

Para él, esa tarde se trataba de asegurarse de que los adornos estuvieran en su lugar y de que las inscripciones no se convirtieran en un desastre administrativo.

—¡Jake, necesitamos más cintas aquí! —gritó una voz desde el otro lado del patio, mientras unos cuantos estudiantes lidiaban con un cartel que se negaba a mantenerse en pie. Jake suspiró, pero no pudo evitar sonreír.

—Ya voy, ya voy —respondió, haciendo un gesto con la mano mientras apuraba el paso. Este tipo de cosas siempre lo relajaban; la rutina, el trabajo en equipo, la anticipación de un evento grande como el torneo. Era simple, y le daba una excusa perfecta para evitar pensar en las cosas complicadas.

Caminaba hacia la mesa de inscripciones cuando se topó de frente con uno de sus amigos, Kyle, quien parecía estar en plena lucha con un rollo de tela decorativa.

—¿De verdad, Kyle? ¿No puedes ni con un poco de tela?

—le dijo Jake, levantando una ceja.

—Oye, no es tan fácil como parece, ¿ok? Esta cosa tiene vida propia —respondió Kyle, peleando con la tela que parecía empeñada en enredarse en todo lo que tocaba.

Jake se rió mientras tomaba uno de los extremos y lo colocaba en su lugar con facilidad.

—Ahí tienes. Ahora solo... sujétalo bien, ¿quieres? —le guiñó el ojo mientras Kyle lo miraba con una mezcla de agradecimiento y frustración.

—Jake, eres un mago, pero me niego a admitir que me acabas de salvar —dijo Kyle con un toque de sarcasmo, lo que provocó que ambos se rieran.

El ambiente en la academia estaba cargado de entusiasmo. Los estudiantes corrían de un lado a otro, asegurándose de que cada detalle estuviera perfecto para el torneo, y a pesar del ajetreo, había una sensación palpable de camaradería.

Se escuchaban risas en casi cada esquina, y los chismes sobre quién sería el gran favorito para ganar llenaban el aire.

Mientras Jake avanzaba por el patio, una de las estudiantes más pequeñas del equipo de decoración, Lily, corrió hacia él con una expresión de pánico.

—¡Jake, Jake! ¡La subdirectora quiere que alguien le lleve los formularios finales de inscripción, y.... y creo que me va a comer si voy sola! —exclamó, con los ojos como platos.

Jake rió suavemente, inclinándose para estar a su altura.

—Tranquila, Lily, la subdirectora no muerde... al menos no los martes —dijo con una sonrisa traviesa, lo que provocó que Lily soltara una carcajada nerviosa.

—Bueno, pero no es martes, Jake —respondió ella, aún inquieta.

—Justo por eso, vamos juntos. Prometo que no te dejaré sola con ella —bromeó mientras caminaban hacia la oficina de la subdirectora.

Jake podía sentir cómo poco a poco, el ambiente tenso de los últimos días se disipaba, al menos para él. Todo lo que tenía que hacer era mantenerse ocupado con las decoraciones, las inscripciones y las interminables listas de tareas.

El torneo siempre había sido su parte favorita de la academia. No por la competición en sí, sino por lo que significaba para todos: una oportunidad para escapar de las responsabilidades diarias y sumergirse en la emoción de algo más grande, algo que unía a todos.

De camino a la oficina de la subdirectora, se detuvieron frente a una pequeña fuente, donde algunos estudiantes habían comenzado a jugar con agua, empapando a un par de despistados que pasaban por allí.

—Siempre lo mismo —murmuró Jake, pero no pudo evitar sonreír ante la escena.

—¡Oye, Jake! ¿Te unes o qué? —gritó uno de los chicos desde el borde de la fuente, lanzando agua en su dirección.

—¡No, no! Tengo trabajo que hacer —respondió, levantando las manos en señal de rendición—. Pero no me esperen para la revancha.

Mientras seguían caminando, Jake notó algo inusual en el aire. Era sutil, casi imperceptible, pero había una sensación de quietud en ciertos rincones de la academia, como si las risas y el bullicio fueran solo una fachada.

Sacudió la cabeza, intentando no darle importancia. Seguro solo era el estrés de los preparativos.

Al llegar a la oficina de la subdirectora, entregaron los formularios sin problemas, y Jake se despidió de Lily, que finalmente se sentía más tranquila. Mientras volvía hacia el patio, su teléfono vibró en el bolsillo. Al leer el mensaje, una sonrisa pícara apareció en su rostro. Era de Sophia.

"¿Ya te ensuciaron con agua o sigues siendo el responsable modelo?" decía el mensaje.

"Te sorprendería, aún soy el modelo que seguir por aquí" respondió rápidamente.

La respuesta de Sophia no tardó: "Te apuesto un café a que no duras limpio hasta el final del día."

Jake rió para sí mismo, guardando el teléfono. El día avanzaba con tranquilidad, y poco a poco, todo comenzaba a tomar forma.

Los arcos decorativos ya estaban en su lugar, los carteles colgaban orgullosamente desde las ventanas, y los estudiantes estaban más emocionados que nunca.

Sin embargo, esa extraña sensación seguía rondando la mente de Jake. Algo en el aire le daba mala espina, como si estuviera caminando en la superficie de algo profundo y oscuro, pero no podía ver qué había debajo.

Se detuvo un momento, mirando hacia el edificio donde estaba el club de ocultismo. No sabía por qué, pero su mirada siempre terminaba allí, como si algo lo atrajera.

—Solo es mi imaginación —se dijo a sí mismo, dándose la vuelta para volver al trabajo.

El torneo sería un éxito, estaba seguro de eso. Y por ahora, eso era lo único que importaba.

De regreso en el club de ocultismo, la atmósfera continuaba siendo asfixiante, aunque más sosegada de lo que había sido en los momentos finales del encuentro entre Raven y Zephyr.

El silencio dominaba, pero no era un silencio vacío. Era uno que susurraba cosas que nadie podía entender del todo, pero que se sentían presentes, como si las paredes mismas estuvieran guardando secretos antiguos, oscuros y peligrosos.

Raven se había quedado solo tras la salida de Zephyr, pero la sombra de su presencia parecía seguir impregnando la sala. Se mantenía de pie en el centro del cuarto, intentando calmar la tormenta que había dejado ese enigmático encuentro. Su mente no dejaba de revolverse, buscando un punto de anclaje, una explicación lógica para lo que acababa de suceder.

Pero no la había.

Por mucho que intentara racionalizarlo, algo dentro de Raven había cambiado. Y lo peor de todo era que él lo sabía.

Era como si Zephyr hubiese sembrado algo en su interior, algo que estaba germinando rápidamente. La oscuridad que había sentido durante la conversación no había desaparecido del todo, solo se había ocultado, esperando el momento adecuado para salir.

—Maldición... —murmuró, frotándose las sienes, intentando sacudirse esa sensación persistente de vulnerabilidad que lo estaba carcomiendo.

Por primera vez en mucho tiempo, Raven se sintió fuera de control, y esa idea le resultaba intolerable.

De repente, un crujido suave, como el susurro de una tela rasgada, rompió la quietud. Raven se tensó. Aunque la sala parecía vacía, ese sonido lo hizo retroceder, instintivamente buscando algo con lo que defenderse. Pero cuando sus ojos recorrieron la habitación, no vio nada fuera de lugar.

O eso creyó, hasta que su mirada se posó en el lugar donde Zephyr había estado de pie hacía apenas unos minutos. Había algo ahí. Una marca. Una especie de quemadura negra en el suelo, como si la misma oscuridad se hubiera solidificado por un instante antes de desvanecerse.

Raven frunció el ceño y dio un paso hacia la marca. El aire alrededor de ella era más frío, y por un segundo, tuvo la sensación de que, si se acercaba demasiado, algo podría arrastrarlo a un lugar del que nunca podría regresar.

—¿Qué demonios es esto...? —se agachó, observando la extraña mancha con cautela. Al extender la mano para tocarla, una punzada aguda de frío atravesó sus dedos, obligándolo a retirarse inmediatamente.

El frío no era natural.

La puerta del club se abrió de golpe, y la luz de las lámparas del pasillo se derramó en la habitación, disipando parcialmente la opresión de la oscuridad. Raven se incorporó de un salto, su cuerpo tenso y preparado para cualquier cosa.

Pero no era Zephyr.

Era uno de los miembros más jóvenes del club, un chico llamado Erwin, que lo miraba con una expresión de confusión.

—¿Raven? ¿Qué haces aquí tan tarde? —preguntó con curiosidad, acercándose—. Pensé que ya todos se habían ido.

Raven no supo cómo responder de inmediato. Parte de él estaba tentado a mencionar lo que había sucedido, pero ¿cómo explicarle algo que ni él mismo entendía del todo? Además, mencionar a Zephyr podría abrir una caja de Pandora que aún no estaba preparado para enfrentar.

—Solo... me quedé más tiempo de lo planeado —respondió finalmente, con una sonrisa forzada—.

Estaba revisando algunos libros, ya sabes.

Erwin levantó una ceja, claramente escéptico, pero no insistió. En cambio, miró alrededor, notando el ambiente extraño que aún impregnaba la sala.

—Este lugar se siente... raro —dijo, frotándose los brazos—. ¿Seguro que estás bien?

Raven asintió, más para tranquilizar a Erwin que porque realmente se sintiera mejor. Sabía que tenía que abandonar el club por esa noche, pero no podía dejar de pensar en la marca en el suelo y en las palabras de Zephyr que seguían retumbando en su cabeza.

"Todo lo que has hecho hasta ahora ha sido... un juego de niños."

Esa frase en particular se repetía una y otra vez, como una sentencia que no podía ignorar.

—Sí, solo... necesito un respiro —murmuró, intentando sonar convincente—. Voy a cerrar el club por hoy.

Erwin le lanzó una mirada rápida antes de asentir y darle una palmada en el hombro. —Nos vemos mañana, entonces. Intenta descansar, Raven.

Cuando Erwin finalmente se marchó, Raven permaneció en el umbral de la puerta por un momento, contemplando la penumbra que se cernía en la sala. Estaba a punto de cerrar la puerta cuando, por el rabillo del ojo, vio que la vela que había estado a punto de apagarse momentos antes con Zephyr, de repente, volvió a encenderse, su llama bailando suavemente en la oscuridad.

Una advertencia silenciosa.

Raven cerró la puerta con más fuerza de la que había planeado y caminó rápido hacia su dormitorio, pero mientras se alejaba, no pudo sacudirse la sensación de que, aunque físicamente se había apartado de esa habitación, algo de ella lo había seguido.

Algo que no lo dejaría ir fácilmente.