Raven dio un paso hacia adelante, apenas un deslizamiento imperceptible entre las sombras, pero cargado con una intención letal. Su brazo se elevó con una gracia mecánica, delineando en el aire el inicio de un movimiento que Sophia conocía demasiado bien: no era una amenaza, era una sentencia. El tiempo pareció detenerse, comprimido en el espacio entre una mirada y un acto.
Sophia no esperó.
Con un movimiento seco, veloz y preciso, se lanzó hacia él. Su mano derecha, ya aferrada al prisma, se estrelló contra el pecho de Raven, empujando la punta del artefacto directamente hacia su corazón. No fue un golpe, fue una decisión. Y mientras la punta del Prisma se hundía con una fuerza nacida del miedo y la convicción, Sophia lo rodeó con ambos brazos, aferrándolo a su cuerpo en un abrazo desesperado.
No hubo resistencia. Solo el contacto helado de su piel, la rigidez de un cuerpo que parecía ya estar al borde de desvanecerse.
En ese instante, el mundo dejó de respirar.
La quietud de la noche se rompió con una disonancia que no era sonido, sino una mordida helada en el aire. La figura de Raven, ya apenas un eco parpadeante, se retorcía bajo el impacto del Prisma CEES que Sophia le había clavado. No hubo el familiar crujido de metal contra carne, solo una distorsión antinatural que calaba hasta los huesos, el lamento cósmico de algo deshilachándose desde los cimientos de su existencia. Sophia, con la desesperación marcada en el rostro, no soltó el prisma. Por el contrario, lo sostuvo con más fuerza, presionando la punta aún más y atrayéndolo hacia un abrazo desesperado. Con los ojos cerrados, no quería ver la verdad que sabía que se desencadenaría, solo sentirla y contenerla mientras el mundo alrededor se distorsionaba en un reflejo de la agonía de Raven. Incluso la tierra bajo sus pies parecía vibrar con una fiebre antinatural, como si respondiera en silencio al desgarramiento de la realidad.
Jake, a solo unos metros, se tambaleaba. La marca en su brazo derecho, que un momento antes había sido un canal para la disonancia, ahora latía con una furia sorda, como si un motor sobrecargado estuviera por estallar bajo su piel. No podía apartar la vista de Sophia, ni de la macabra intimidad de su acto. El terror no era solo por la figura retorcida de Raven, sino por el precio que esta batalla estaba cobrándoles a cada uno, por la forma en que los transformaba en algo más allá de lo que alguna vez fueron. La tenue luz del Prisma CEES, ahora casi una brasa agonizante en la mano de Sophia, proyectaba sombras danzantes sobre sus rostros demacrados, acentuando las líneas de fatiga y desesperación. Cada respiración costaba, cada segundo era una eternidad suspendida en el aliento gélido de la noche que se cernía sobre las ruinas de la Academia Altamira.
En ese instante fatal, cuando la figura de Raven se desvanecía entre los brazos de Sophia, las mentes de los tres héroes fueron asaltadas sin piedad. Una resonancia psíquica violenta estalló —no palabras audibles, sino una avalancha caótica de sensaciones, memorias y fría lógica pura que Raven proyectaba en sus mentes. Era su despedida agónica, el último grito de una conciencia que se desintegraba en el olvido, un torrente incontrolable de verdad forzada por el Prisma CEES.
Perdón... Sophia... por todo esto... El pensamiento no era una voz, sino una sensación de arrepentimiento profundo, una súplica que no nacía del todo de la voluntad de Raven, sino que se filtraba a través de la influencia de Zephyr: una culpa ajena que ahora lo consumía en sus últimos momentos. Sophia sintió la punzada, una comprensión dolorosa del ser atrapado entre sus brazos, una criatura de oscuridad que, en su interior más profundo, aún guardaba un eco de humanidad. Las lágrimas, no de tristeza, sino de una compasión abrumadora por su amigo caído, se acumularon en el borde de sus ojos, amenazando con derramarse. La piel de Raven bajo sus dedos se sentía fría, irreal, como si tocara un espectro.
Luego, la resonancia se dirigió a Jake. La mente del joven fue invadida por la imagen de un coliseo reluciente, no las ruinas que habían presenciado, sino una arena llena de luz y expectación.
Jake... me habría gustado... enfrentarte en el torneo en otras condiciones. En mi mejor momento... con todo mi poder. Quizás... en otra vida.
Una melancolía que no pertenecía a Zephyr se filtraba en el mensaje, un anhelo por una vida que le fue arrebatada, por una rivalidad justa y limpia que nunca sería. Jake sintió un escalofrío. No era la voz de un monstruo, sino la de un estudiante prometedor, el amigo y rival que pudo haber sido, el que fue consumido por la oscuridad. El reconocimiento le golpeó como un puñetazo, un nudo de dolor y amargura en la garganta por la pérdida de quien una vez fue Raven.
De pronto, la figura parpadeante de Raven, ya casi etérea, fijó su mirada en el brazo derecho de Jake. La marca tribal, que había sido una fuente constante de dolor y una conexión forzada, se retorció con una vibración inusual, liberando una ráfaga de energía oscura que se desvaneció al instante. Para sorpresa de Jake, la marca no volvió a su forma original. En su lugar, se transformó por un momento en un patrón de aspecto extrañamente artístico, como un tatuaje vibrante y complejo que latía con una luz propia, ajena a la oscuridad de Zephyr. Un destello de la antigua personalidad de Raven emergió, teñido de un humor quebrado y resignado, un último reflejo de la humanidad que Zephyr había corrompido.
Amigo... ¿te volviste maleante? Ese tatuaje... Su voz, ahora una resonancia fragmentada, se interrumpió, un eco de incredulidad.
No me gusta nada... La burla mental se disolvió en una risa amarga y agonizante, el último chispazo de un ser aferrado al recuerdo de quien solía ser. La revelación del nuevo patrón en la marca de Jake fue un golpe inesperado, un nuevo enigma que se sumaba al peso que ya cargaba, un eco de su amigo perdido.
Finalmente, los ojos etéreos de Raven se posaron en Aria. Solo para ella, se estableció una conexión directa en su mente, una voz susurrando desde el abismo de su disolución, una confidencia urgente y desesperada.
Tú estuviste ahí... esa noche. La noche en que... asesinaron a Lucian. O al menos, pude verte... Te desvaneciste. Una sombra... helada. No entiendo qué eres... ni lo que Zephyr hizo contigo. Pero es importante que sepas quién es Zephyr. No es solo un monstruo... es una plaga. Y.… el chico de Aetheria... está en buenas manos.
Aria, que había estado conteniendo el aliento, sintió una sacudida brutal en su fría lógica. ¿Ella? ¿Ahí? No tenía recuerdos claros de esa noche, solo vacíos nebulosos que ahora trataban de formar patrones incoherentes. ¿Y “el chico de Aetheria”? ¿Se refería a Jake? ¿Cómo podía Raven conocer el verdadero origen de Jake? Ella, nacida en la Tierra, solo tenía un rastro de sangre aetheriana, un secreto que había guardado con recelo, una verdad que a veces la hacía sentirse dividida. La mención de su propia presencia en un evento tan traumático, la naturaleza de su "desvanecimiento", y la revelación sobre Jake la sumieron en una profunda confusión y en un nuevo abismo de misterio. Era como si una pieza crucial del rompecabezas de su vida hubiera sido arrojada a sus pies, pero sin contexto para comprenderla. La voz de Raven, aunque desvaneciéndose, había sembrado una semilla de duda y urgencia en su mente. ¿Qué había hecho Zephyr con ella? ¿Y por qué Raven se lo revelaba ahora, en sus últimos momentos?
Raven volvió a mirar a Sophia, su figura cada vez más translúcida, la esencia misma de su ser drenándose como arena entre los dedos.
Es el fin...
La resonancia era débil, casi un suspiro, la última nota de una canción triste. Sophia sintió la urgencia recorrer su cuerpo. Apretó con fuerza la mano de Raven, aferrándose al último vestigio de su existencia, sintiendo el vacío que se aproximaba, una mezcla de alivio por su liberación, y una tristeza gélida y profunda por el destino de lo que fue y ya no sería. Podía sentir cómo la vida, o lo que quedaba de ella en Raven, se apagaba bajo su contacto, como una vela consumiéndose hasta su última chispa.
Pero entonces, algo inesperado ocurrió. Una interrupción brutal en la ya caótica sinfonía de la muerte de Raven.
Justo cuando la figura de Raven estaba a punto de desaparecer por completo, cuando su esencia se diluía en una neblina etérea, una penumbra oscura y difusa emergió violentamente de su cuerpo. No era la energía caótica que había estado escapando en espasmos descontrolados, ni el residuo del poder de Zephyr. Era una entidad compacta, como una sombra consciente que se desgarraba de la carne moribunda, una astilla de oscuridad con voluntad propia, horriblemente autónoma. Se movía con una fluidez antinatural, como si no obedeciera las leyes físicas del mundo material, una mancha de tinta que se expandía y contraía con intención maliciosa.
Antes de que cualquiera pudiera reaccionar —antes de que el cerebro de Jake pudiera procesar lo que sus ojos veían, o que la lógica de Aria pudiera formular una contramedida—, esa penumbra se abalanzó con una velocidad vertiginosa hacia Aria. No fue un simple impulso: parecía tener un objetivo específico, como si encarnara un último acto de malevolencia desde las profundidades de Raven... o una desesperada necesidad de aferrarse a un nuevo huésped. Era como una mano hecha de sombra, estirándose, buscando engullir a la astrofísica en su abismo.
El aire se volvió aún más gélido, absorbiendo el calor de sus cuerpos.
Aria, con los ojos abiertos de par en par por el impacto emocional de las revelaciones de Raven, percibió la intrusión inminente no como una amenaza física, sino como un asalto a su esencia misma. Un escalofrío de reconocimiento puro recorrió su espalda. Por instinto, y pese al extremo agotamiento, aumentó bruscamente el flujo de Energía Estelar a través de su Nano-Astral Suit. No fue un ataque deliberado, sino una descarga defensiva, visceral, nacida de su cuerpo y su linaje Aetheriano.
Un pulso casi imperceptible de luz carmesí, un destello interno, vibró en su interior. La tensión fue insoportable. Cada circuito de su traje zumbó al límite, amenazando con fundirse.
El efecto fue inmediato. La penumbra, que ya casi la alcanzaba, se retorció con un chillido mudo, un alarido que solo existía en el tejido mismo de la realidad. Era como si la energía pura de Aria la quemara, la repeliera, la desintegrara desde dentro. Se desprendió violentamente de ella y, con una velocidad desconcertante, salió disparada hacia la noche, perdiéndose entre las sombras retorcidas de las ruinas de la Academia Altamira. Su huida fue tan repentina como su aparición, dejando tras de sí una estela helada y una nueva ola de incertidumbre.
El ambiente, ya tenso por el dolor y las revelaciones, se volvió aún más denso y opresivo. La energía residual de Raven se extinguió de forma abrupta, dejando tras de sí un vacío glacial donde antes titilaba su forma distorsionada. No quedaba cuerpo. Raven ya no existía. Su esencia había sido completamente disuelta por el Prisma CEES y la sombra que lo abandonó. Solo quedaba el silencio, un silencio espeso, cargado de cansancio y una inquietante pregunta: ¿qué era esa penumbra... y por qué quiso apoderarse de Aria?
El silencio era abrumador, interrumpido únicamente por sus respiraciones entrecortadas y el crujido lejano de las ruinas cediendo bajo el peso de la devastación.
Sophia, con el Prisma CEES ahora convertido en una carga inerte en su mano, sintió la ausencia de Raven como algo palpable. El espacio que su cuerpo ocupaba entre sus brazos era ahora un vacío helado. Se dejó caer de rodillas. El agotamiento físico y emocional la alcanzó con brutalidad. Los circuitos de su traje se apagaron lentamente, sumiéndola en la oscuridad. Cada célula de su cuerpo gritaba de dolor. Su respiración era superficial y errática, y sus pulmones ardían como si hubieran inhalado fuego. La manipulación de la distorsión, la intervención sobre la realidad misma, la habían dejado vacía. Más allá del límite. Una lágrima solitaria surcó su mejilla: una despedida silenciosa a su amigo. A la memoria de quien fue Raven.
Jake, aún de pie junto a Sophia, temblaba incontrolablemente. La marca en su brazo, aunque ya no ardía con la fiebre de Zephyr, pulsaba con una energía persistente, como el eco de la disonancia que acababan de liberar. Su visión se nublaba. El dolor lo envolvía. Pero la amenaza inmediata, la presencia aplastante de Raven, se había desvanecido. Y, sin embargo, lo que quedó no fue paz, sino una amargura densa: la certeza de que habían ganado una batalla, pero que una guerra mucho más vasta apenas comenzaba. Lo que Raven les había revelado... era solo la superficie.
Entonces, la voz distorsionada de Reiss interrumpió por el comunicador. Grave, solemne. Sin rastro de emoción, pero cargada de una urgencia controlada:
—Se ha logrado —anunció Reiss—. Raven ha desaparecido. Totalmente desintegrado. La señal que lo unía a Zephyr... ya no existe. Esta es la disonancia que estábamos buscando. La ruptura definitiva del conducto. El Prisma CEES de Sophia, combinado con el Nexo Astral de Aria... fue la convergencia exacta.
Hubo un breve silencio. Y luego, la voz de Reiss se volvió más tensa:
—Pero lo ocurrido al final... esa penumbra... y la proyección final de Raven... exceden todas nuestras estimaciones.
Un chasquido en la línea, y Reiss continuó:
—La marca de Jake... es un fenómeno singular. Ha absorbido la resonancia completa del cierre de Raven. Ya tengo los datos. Todos los parámetros críticos. La lógica operativa de Zephyr, cómo subvirtió a Raven, cómo se conecta a su “red”. Confirma nuestras sospechas: no es una entidad aislada, sino una matriz parasitaria. Raven era solo un nodo. Un amplificador en su estructura.
Y entonces, su voz descendió un tono más:
—Ahora lo comprendemos. El sistema. La estructura interna de Zephyr. Y las implicaciones de lo que está logrando... son más graves de lo que jamás imaginamos.
Un escalofrío recorrió a Jake al oír las palabras de Reiss. Haber sentido la agonía de Raven y la lógica despiadada de Zephyr no había sido solo una experiencia dolorosa: fue una tortura que lo marcaría para siempre. Pero si ese tormento les había dado la clave para vencer a Zephyr... tal vez había valido la pena. Aun así, un nudo amargo se le formó en el estómago al recordar las últimas palabras de su amigo. El verdadero Raven.
—La penumbra… —dijo Reiss, bajando el tono hasta convertir su voz en un susurro cargado de preocupación—. No era parte de Raven. Era un fragmento. Una semilla de Zephyr. Lo usó como anfitrión. Y trató de vincularse contigo, Aria.
Un silencio denso siguió a la revelación.
—La razón... es tu sangre Aetheriana. Tu compatibilidad con esa energía es exactamente lo que Zephyr está buscando. Debes proceder con extrema precaución. Esa penumbra representa una amenaza de naturaleza incierta. No sabemos cuán poderosa es sin un huésped… o si ya está buscando uno nuevo.
Aria apretó los puños. La verdad cayó sobre ella con la fuerza de un trueno. Su herencia Aetheriana —aquello que siempre había considerado su mayor secreto, su escudo— ahora era también su mayor debilidad. Una tentación. Un blanco.
Pero el agotamiento no quebró su espíritu. Al contrario, endureció su mirada. Encendió en su interior una resolución más fría, más afilada. Ahora comprendía por qué Raven la había elegido para confiarle sus últimas palabras. Por qué le había advertido sobre Zephyr. Y sobre “el chico de Aetheria”.
Todo comenzaba a encajar. Y el patrón que se formaba era aterrador.
La amenaza no solo era externa. Era personal. Y la oscuridad ya conocía su nombre.