Mejoras Drásticas II

El chico de cabello blanco y ojos azules no dejaba de sorprenderse. El cubo que había poseído durante tanto tiempo guardaba innumerables secretos que él desconocía, pero eso no era lo único que lo dejaba perplejo. Las acciones de su fiel compañero D también eran motivo de asombro, pues no cesaba de darle una sorpresa tras otra.

Un claro ejemplo era aquella criatura que, en principio, estaba destinada a ser un regalo para la pequeña niña elfo. Originalmente, el ser había sido creado a partir del material del cubo negro, con una apariencia inofensiva que no inspiraba temor. Sin embargo, en realidad se trataba de un arma especializada en el asesinato. El plan era entregársela a la niña sin que ella sospechara que su adorable ballena en miniatura era, en verdad, una máquina de guerra.

Con el ADN de diversas criaturas que habían recolectado, decidieron incorporar esa información genética al regalo. El cubo negro, que en realidad no era metal sino una carne extremadamente resistente, parecía capaz de almacenar todo ese material genético sin problemas. Esto llevó a pensar que el cubo podría ser, de alguna forma, un ser vivo o algo similar.

La razón detrás de este experimento era simple: al fusionar esos genes, el arma adquiriría habilidades extraordinarias. Ese era el plan inicial. Sin embargo, había un detalle crucial: la versión 1 del regalo no tendría alma. Sería solo un cascarón vacío, obediente e implacable, programado con una única orden: 'Protege a la niña elfo de todos sus enemigos'. Básicamente, un títere capaz de fingir ser una mascota mientras cumplía su función letal.

Pero D tuvo otras ideas. Realizó modificaciones y cambió la estrategia: en lugar de un simple autómata, crearía un espíritu artificial y lo implantaría en el regalo. Así, el arma podría aprender por sí misma y volverse más poderosa con el tiempo. El proyecto quedó en pausa, pero mientras el chico de cabello blanco permanecía inconsciente, D siguió trabajando en secreto.

Cuando el joven despertó, se encontró con que el regalo ya no era una ballena inofensiva. Ahora era la versión 3: un monstruo de piel negra y dientes afilados, con ojos tan oscuros que parecían absorber el alma de quien los mirara. Aún no tenía piernas, solo unos pequeños brazos y un torso, pero su crecimiento era acelerado. Era cuestión de tiempo antes de que desarrollara extremidades o incluso una cola.

Lo más aterrador era que, si la versión 1 ya era peligrosa, esta nueva evolución, potenciada por el útero de la flor con rostro humano, había alcanzado un nivel inédito. Solo quedaba una pregunta: ¿Qué tan letal podría volverse un arma que había experimentado el proceso del nacimiento?

El chico de cabello blanco y ojos azules lo sabía: su fiel compañero le ocultaba cosas. Las respuestas que recibía eran vagas, los detalles, intencionalmente incompletos. Pero ahora no era momento de exigir explicaciones, justo en ese instante, habían llegado visitantes.

Y no eran cualesquiera visitantes.

Eran seres poderosos. Tan poderosos que su sola presencia hacía temblar el aire, como si la realidad dudara en contenerlos.

El chico apretó los dientes. Las preguntas tendrían que esperar.

'D... ¿Podemos ganar?'

La pregunta mental del chico de cabello blanco era clara: ¿Eran capaces de enfrentarse a la existencia que tenían frente a ellos? O más concretamente, ¿a los cientos de hadas que ahora los rodeaban?

La respuesta de D fue inmediata, transmitida con esa calma inquebrantable que tanto lo caracterizaba:

- NO SE PREOCUPE. AQUÍ DENTRO SOMOS INVENCIBLES. LA MUERTE NO NOS ALCANZA EN ESTE ESPACIO.

Las palabras resonaron en la mente del joven, desencadenando una mezcla de alivio y asombro. Si D decía la verdad, no había nada que temer. Una vez más, el cubo negro demostraba ser infinitamente más valioso de lo que jamás había imaginado. Al principio, creyó que solo servía para almacenar habilidades y defenderse... pero ahora, con esta nueva función, su poder se redefinía por completo.

Con la certeza de su invulnerabilidad, el chico alzó la voz. Su tono, antes cauteloso, goteaba arrogancia cuando se dirigió a la pequeña hada que los había recibido:

"¿Así das la bienvenida? ¿Rodeándome de tus mejores guerreras?"

Su mirada se clavó en el hada más radiante del grupo, cuyo aura dejaba claro su estatus: la reina. Ella lo observaba con ojos penetrantes, como si intentara diseccionar su esencia... pero algo la repelía. Una barrera invisible, una fuerza que ni su poder podía traspasar.

La reina esbozó una sonrisa fría antes de hablar, su voz resonando con una autoridad que helaba la sangre:

"Mis hijas no están aquí para lastimarte. Vinieron por simple curiosidad. Después de todo... no todos los días aparece un ser tan peculiar. Pero dejemos las presentaciones. Hay asuntos más urgentes."

El chico cruzó los brazos, desafiante:

"Te escucho."

El silencio se extendió unos segundos, cargado de una tensión casi palpable, hasta que la reina finalmente pronunció las palabras que lo dejarían helado:

"Dime una cosa, humano... ¿Eres un apóstol?"

La pregunta de la reina de las hadas no era inocente.

En el instante en que esas palabras '¿Eres un apóstol?' salieron de sus labios, el ambiente se transformó. La atmósfera se saturó de una energía tan densa que el chico de cabello blanco reconoció su magnitud al instante: era comparable a toda la fuerza que él había gastado en batallas pasadas, pero condensada en un solo lugar. El espacio mismo se retorció bajo la presión, como si la realidad dudara en mantenerse intacta. No era una provocación casual. No era un simple interrogatorio. Era una advertencia.

Las hadas que rodeaban a su reina no se inmutaron ante la explosión de poder. Eso lo decía todo: no eran simples criaturas, sino monstruos en su misma liga.

El chico no podía evitar admirar su fuerza, pero también calculó fríamente las posibilidades:

'Si les respondo que sí, me harán pedazos.'

Sabía que no podía morir en ese espacio, pero el dolor… eso era inevitable. Lo más intrigante, sin embargo, fue el tipo de energía que la reina emanaba. Era casi idéntica a la que él usaba para activar las habilidades del cubo. ¿Una coincidencia? Imposible.

La reina intentaba intimidarlo, pero cometió un error:

Él se alimentaba de esa energía. Cuanto más poder desatara ella, más rápido él podría absorberlo. Si peleaban, la que caería exhausta primero sería ella.

Con una sonrisa fría, el chico respondió:

"El dueño anterior de este cubo también me confundió con un apóstol ¿Quieres saber qué le pasó?"

"¿Q… qué le pasó?", preguntó la reina, aunque algo en su voz delataba que ya sospechaba la respuesta.

"Lo asesiné. No me quedó opción, después de todo intentó burlarse de mí."

El silencio fue un corte limpio.

Las hadas susurraron entre sí, horrorizadas. ¿Quién era este humano que se atrevía a amenazar a su reina? Pero hubo algo más extraño: él las entendía.

¿Desde cuándo hablaba su idioma?

La reina abrió los ojos como platos. Ira, resentimiento, amargura… todas esas emociones estallaron en su interior. Por un segundo, perdió el control. Y ese segundo fue suficiente. Una oleada de instinto asesino se escapó de ella, tan palpable que el chico reaccionó antes de pensar: retrocedió 100 metros en un abrir y cerrar de ojos, como si el aire mismo lo hubiera expulsado.

La reina se sorprendió.

Él había sentido su muerte.

Desde la distancia, el chico ya no mostraba arrogancia. Solo una seriedad glacial.

"Oye, hada… no debiste hacer eso."

Y entonces, murmuró unas palabras que helaron el alma de todas las presentes:

"Mundo del mentiroso."

En el instante en que el chico pronunció 'Mundo del mentiroso', una de las hadas reaccionó.

Un canto cristalino brotó de sus labios, transformándose en un eco que atravesó el aire como una flecha. La melodía interrumpió la activación de la autoridad del chico, cortando su conexión con el poder antes de que se materializara por completo.

"¡Detente!", gritó un hada de cabello plateado y ojos grises, más pequeña y frágil que las demás, pero con una determinación que heló la sangre. "Madre no quiere pelear."

La reina de las hadas miró a su hija con una mezcla de sorpresa. Algo en ese tono no admitía discusión.

"Interesante…", murmuró el chico de cabello blanco, los ojos brillando con curiosidad. Era la primera vez que alguien lograba detener a 'Mundo del Mentiroso.'

"¿Qué viste, hija mía?", preguntó la reina, la voz cargada de urgencia.

La pequeña hada no titubeó.

"Si no deteníamos la pelea…", sus palabras cortaron el aire como un cuchillo, "él nos mataría a todas, una por una. Y tú, madre… serías la última en caer."

Un silencio sepulcral cayó sobre el grupo. Las otras hadas se estremecieron, intercambiando miradas de terror. Ninguna dudaba de la visión de su hermana.

La reina apretó los puños. Sabía que su hija nunca se equivocaba. Si ella veía la muerte… era inevitable.

"Él no vino a hacernos daño", continuó la hada plateada, su voz suave pero firme. "Solo está de paso. Pero si lo provocamos… conoceremos nuestro final."

La reina volteó hacia el chico, que seguía inmóvil en la distancia. Lo escudriñó con furia contenida.

'¿Cómo puede ser?'

Ella era más poderosa, lo sabía. Pero si su hija decía que perderían… no había alternativa.

El chico, por su parte, escuchaba todo. Sus planes de contraataque se desvanecían ante la certeza en la voz del hada.

'¿Puede ver el futuro?'

Eso explicaba su seguridad. Y si era cierto… pelear sería un error.

Con un suspiro, la tensión se disipó.

"Entonces… ¿no quieren enfrentarme?", preguntó el chico, la voz ahora calmada, casi desafiante.