Capítulo 17: Sombras bajo la Llama

El eco del grito de "¡Fuego y orden!" aún resonaba en el refugio, como si las paredes mismas hubieran absorbido la furia y la determinación del recién nacido Capítulo de la Llama Eterna. Jonás, de pie en el centro de la sala principal, sentía el peso de su nuevo casco con Auspex, su visor proyectando datos fríos sobre el entorno: pulsos térmicos de los supervivientes, el zumbido de las máquinas del Adeptus Mechanicus, el latido constante de su propio corazón. La cicatriz en su rostro, ahora oculta bajo el metal, ardía con un dolor sordo, un recordatorio de su vulnerabilidad en el nido mutante.

Había reunido a todos –Astartes, Guardias Imperiales, Adeptus Mechanicus, incluso los supervivientes– no solo para proclamar su capítulo, sino para darles algo más que órdenes. Quería que fueran más que soldados; quería que fueran una fuerza unida, no como las legiones esclavizadas del Imperio en los juegos de Warhammer que solía jugar en su vida pasada, sino como una comunidad con propósito. Pero mientras observaba las miradas de devoción de los supervivientes y la reverencia de los Astartes, una duda se coló en su mente: ¿Soy digno de liderarlos?

—Maestro —dijo el baluarte, su voz grave cortando el silencio. Había un matiz diferente en su tono, no solo lealtad, sino algo cercano a la inquietud—. Las patrullas han detectado actividad inusual al noroeste. No son mutantes. Las señales son… humanas.

Jonás giró la cabeza, el Auspex ajustándose automáticamente para mostrar un mapa táctico. Su pulso se aceleró. ¿Humanos? Hasta ahora, los supervivientes que había encontrado eran grupos pequeños, desesperados, fáciles de reclutar. Pero algo en la palabra "inusual" del baluarte le puso los nervios en punta.

—¿Qué tipo de actividad? —preguntó, manteniendo la voz firme.

El baluarte señaló un punto en el mapa proyectado por el casco de Jonás. —Vehículos armados, maestro. Y barricadas improvisadas. No parecen nómadas. Están organizados.

El Adeptus Mechanicus, que trabajaba en un panel cercano, levantó la vista, sus ojos ópticos parpadeando. —Los sensores del dron confirman las palabras del hermano baluarte. Detectamos emisiones de energía consistentes con tecnología precolapso. No son simples carroñeros.

Jonás frunció el ceño bajo el casco. Otros humanos organizados podían ser aliados… o enemigos. En este mundo, la confianza era un lujo que no podía permitirse. Recordó las palabras del líder mutante en el nido, su resistencia inusual, su coordinación. ¿Y si los mutantes no eran la única amenaza que se estaba alzando?

—Preparen el transporte blindado —ordenó Jonás, su voz resonando a través del vox del casco—. Saldremos al amanecer. Baluarte, tácticos, Astartes de asalto, conmigo. Apotecario, asegúrate de que los Guardias estén listos para reforzar el refugio si es necesario. No quiero sorpresas.

El baluarte inclinó la cabeza, pero antes de retirarse, añadió: —Maestro, permita que el hermano de asalto y yo lideremos la vanguardia. Su herida… —hizo una pausa, como si dudara de continuar— no debe repetirse.

Jonás sintió un pinchazo de irritación, pero lo reprimió. El baluarte no cuestionaba su autoridad; su preocupación era genuina, casi protectora. —Aprecio tu lealtad, baluarte. Pero lideraré desde el frente. Este capítulo no se esconderá tras sus héroes.

El Astartes asintió, aunque Jonás juró ver un destello de algo en sus ojos, quizás respeto, quizás preocupación. Los tácticos, silenciosos como siempre, revisaron sus bólteres, mientras el Astartes de asalto ajustaba sus retroreactores, un zumbido bajo emanando de su armadura.

Esa noche, Jonás no durmió. En su cámara, revisó la interfaz del sistema, sus 1168 puntos brillando en la pantalla. Estaba tentado de invocar más tropas, pero algo le decía que debía conservar los puntos hasta saber con qué se enfrentaba. Mientras navegaba, un mensaje inesperado parpadeó, breve y críptico:

ANOMALÍA DETECTADA. DATOS CORROMPIDOS EN SECTOR 7-NW.

El corazón de Jonás dio un vuelco. ¿Datos corrompidos? El sistema nunca había mostrado algo así antes. Intentó profundizar, pero la interfaz volvió a su estado normal, como si nada hubiera pasado. Un escalofrío lo recorrió. ¿Era un fallo? ¿O algo más? Recordó las partidas de Warhammer en su vida anterior, las historias de tecnología tocada por el Caos, de máquinas poseídas por entidades oscuras. Sacudió la cabeza. No. Es solo una herramienta. Yo la controlo.

Al amanecer, el transporte blindado rugió a través de las ruinas, levantando nubes de polvo tóxico. Jonás, en el compartimento principal, observaba los datos del dron en su casco. El terreno al noroeste era un laberinto de torres derrumbadas y cráteres, restos de una guerra olvidada. El cielo, cubierto por nubes venenosas, parecía presagiar algo más que el clima.

—Maestro —dijo uno de los tácticos, apodado "Fuego" por Jonás en su mente—, el dron detecta una señal de vox codificada. No es de origen mutante. Alguien está transmitiendo.

Jonás activó el vox de su casco, sintonizando la señal. Al principio, solo hubo estática, pero luego una voz áspera, cargada de autoridad, emergió: "—retiraros ahora, o enfrentaréis la purga. Este territorio pertenece a los Hijos del Hierro."

—¿Hijos del Hierro? —murmuró Jonás, su mente acelerándose. No eran supervivientes comunes. Sonaban como una facción organizada, quizás una banda militarizada o algo peor. El nombre le recordaba vagamente a algo de los manuales de Warhammer, pero no podía ubicarlo.

—Baluarte, de asalto, preparados para combate —ordenó—. Tácticos, mantened los bólteres listos. Vamos a investigar, pero no atacaremos a menos que nos provoquen.

El transporte se detuvo a un kilómetro de las coordenadas, y Jonás bajó, flanqueado por sus Astartes. El terreno estaba marcado por barricadas improvisadas: placas de metal soldadas, cubiertas de púas y símbolos pintados que Jonás no reconoció. Un olor a aceite quemado y sangre seca impregnaba el aire.

A lo lejos, un vehículo blindado, más tosco que el suyo, emergió entre los escombros. De él descendieron figuras armadas: humanos, no mutantes, con armaduras parchadas y rifles láser modificados. Su líder, un hombre corpulento con un casco cubierto de cicatrices, dio un paso al frente. Sus ojos se estrecharon al ver a los Astartes.

—No eres un carroñero —gruñó el hombre—. ¿Quién eres, y por qué traes esos… monstruos?

Jonás, con el Auspex escaneando al líder, mantuvo la calma. —Soy Jonás, líder del Capítulo de la Llama Eterna. Busco aliados, no guerra. ¿Quiénes son los Hijos del Hierro?

El hombre soltó una risa seca. —Aliados, dice. Este mundo no tiene aliados, solo amos y esclavos. Somos los Hijos del Hierro, los dueños de estas tierras. Retrocede, o te aplastaremos como a los mutantes.

El baluarte dio un paso adelante, su escudo resonando contra el suelo. —Hablas con temeridad, mortal —rugió—. El maestro no negocia con amenazas.

Jonás levantó una mano, deteniendo al baluarte. Quería evitar un baño de sangre, pero la actitud del líder no dejaba mucho margen. Antes de que pudiera responder, el Auspex de su casco captó algo: una señal térmica masiva bajo el suelo, pulsando como un corazón mecánico.

—Baluarte, tácticos, en guardia —susurró por el vox—. Algo viene.

El suelo tembló, y de un cráter cercano emergió una máquina monstruosa: un dreadnought improvisado, cubierto de placas oxidadas y armas acopladas. Sus cañones giraron hacia Jonás y sus Astartes, y la voz del líder resonó: —¡Última advertencia, forastero! ¡Ríndete o muere!

Jonás apretó los puños. La interfaz del sistema parpadeó de nuevo, mostrando un mensaje inquietante:

ANOMALÍA CRÍTICA. ENTIDAD DESCONOCIDA DETECTADA.

No había tiempo para negociar. —¡Fuego y orden! —gritó Jonás, y el combate estalló.