Capítulo 18: Forjado en el Crisol

El rugido del dreadnought improvisado llenó el aire, un estruendo de engranajes oxidados y cañones sobrecargados que hizo temblar el suelo bajo los pies de Jonás. Las placas de metal que lo cubrían estaban grabadas con símbolos toscos, garabatos que parecían burlarse de la lógica imperial, y sus armas –una amalgama de cañones láser y lanzallamas robados– giraban con un chirrido mecánico hacia el Capítulo de la Llama Eterna. Los Hijos del Hierro, atrincherados tras sus barricadas, disparaban ráfagas de rifles láser, sus gritos de desafío mezclándose con el caos.

Jonás, con el casco Auspex proyectando datos tácticos en su visor, apretó los dientes. La cicatriz en su rostro, aún fresca bajo el metal, palpitaba como un eco de su error en el nido mutante. No más fallos, pensó. No ante esta escoria que reclama lo que será mío. Su voz resonó por el vox, firme y cargada de autoridad: —¡Baluarte, de asalto, al frente! ¡Tácticos, fuego de supresión! ¡Por la Llama Eterna!

El baluarte avanzó como un titán, su escudo absorbiendo una ráfaga de láser que habría incinerado a un hombre menor. —¡Fuego y orden! —rugió, su espada energética destellando mientras cortaba a un Hijo del Hierro que se atrevió a acercarse. El Astartes de asalto, apodado "Tormenta" por Jonás tras verlo arrasar en el nido, encendió sus retroreactores y saltó hacia el dreadnought, una sombra letal surcando el aire. Los tácticos, "Fuego" y "Cuchillo", tomaron posiciones tras los escombros, sus bólteres escupiendo proyectiles que destrozaban las barricadas enemigas.

Jonás, desde una posición elevada, analizaba el campo de batalla con el Auspex. El dreadnought era el mayor peligro, pero los Hijos del Hierro no eran simples bandidos. Sus movimientos eran coordinados, sus armas modificadas con una precisión inquietante. ¿De dónde sacaron esta tecnología? se preguntó, mientras el sistema parpadeaba de nuevo en su visor:

ADVERTENCIA: SEÑAL NO AUTORIZADA DETECTADA. FUENTE DESCONOCIDA.

El mensaje desapareció antes de que pudiera procesarlo, pero dejó un nudo en su estómago. Algo no encajaba. Apretó el rifle láser que había tomado de un Guardia Imperial, su peso familiar pero insuficiente frente a la escala de esta batalla. Necesito más poder, pensó, mirando sus 1168 puntos. Estaba cerca de invocar algo grande, pero no ahora. No aún.

—¡Tormenta, apunta a las juntas del dreadnought! —ordenó por el vox, señalando los puntos débiles que el Auspex destacaba en rojo. El Astartes de asalto respondió con un gruñido afirmativo, lanzándose en picada hacia la máquina. Su espada energética chocó contra una placa del dreadnought, arrancando chispas y un alarido metálico, pero la bestia mecánica giró, lanzando una ráfaga de llamas que obligó a Tormenta a retroceder.

El líder de los Hijos del Hierro, desde una barricada elevada, apuntó a Jonás con un arma de plasma improvisada. —¡Tu "capítulo" morirá aquí, falso emperador! —gritó, disparando un rayo verde que abrasó el aire.

Jonás se arrojó tras un pilar derrumbado, el calor del plasma rozando su armadura. El Auspex captó el movimiento del líder, y Jonás devolvió el fuego con su rifle láser, acertando en el hombro del hombre. No fue mortal, pero lo hizo retroceder con un alarido de rabia.

—¡Baluarte, cúbreme! —gritó Jonás, corriendo hacia una posición más avanzada. El baluarte lo siguió, su escudo desviando una tormenta de disparos láser. —Maestro, esto es imprudente —murmuró por el vox, su tono una mezcla de advertencia y lealtad.

—No es imprudencia —replicó Jonás, jadeando—. Es liderazgo. Este mundo será mío, y nadie, ni mutantes ni estos fanáticos, me detendrá.

El baluarte no respondió, pero su silencio era un asentimiento. Juntos avanzaron, mientras Tormenta seguía hostigando al dreadnought, cortando cables expuestos con golpes precisos. Fuego y Cuchillo, desde los flancos, eliminaban a los Hijos del Hierro uno por uno, sus bólteres convirtiendo las barricadas en escombros ensangrentados.

De repente, el dreadnought lanzó un rugido mecánico, y una compuerta en su chasis se abrió, liberando un enjambre de drones pequeños, armados con agujas venenosas. Jonás los vio venir en su Auspex, su visor marcando trayectorias mortales. —¡Drones! —alertó por el vox—. ¡Tácticos, prioridad en el aire!

Fuego ajustó su bólter, derribando drones con disparos precisos, mientras Cuchillo sacaba su cuchillo ritual y lo lanzaba contra uno que se acercaba demasiado, atravesándolo con un crujido. Pero el dreadnought aprovechó la distracción, disparando un cañón láser hacia el baluarte. El impacto lo hizo retroceder, su escudo humeando pero intacto.

—¡Tormenta, ahora! —gritó Jonás, viendo una abertura. El Astartes de asalto se lanzó desde lo alto, su espada energética perforando la junta del cañón principal del dreadnought. La máquina explotó en una bola de fuego, sus restos colapsando con un estruendo que sacudió las ruinas.

Los Hijos del Hierro, al ver su arma principal destruida, vacilaron. Jonás aprovechó el momento. —¡Rendíos, y viviréis! —gritó por el vox externo, su voz amplificada resonando como un trueno—. ¡Únanse al Capítulo de la Llama Eterna, o serán cenizas!

El líder, herido y acorralado, escupió sangre al suelo. —¡Nunca! —rugió, levantando su arma de plasma. Pero antes de que pudiera disparar, Cuchillo lo derribó con un disparo al pecho, su cuerpo cayendo inerte.

Los pocos Hijos del Hierro restantes arrojaron sus armas, levantando las manos en rendición. Jonás, respirando agitado, bajó su rifle. No más sangre innecesaria, pensó. Estos hombres podían ser reclutados, entrenados, convertidos en parte de su visión: un planeta unificado bajo su mando.

—Atadlos —ordenó al baluarte—. Los llevaremos al refugio.

Mientras los Astartes aseguraban a los prisioneros, Jonás revisó la interfaz del sistema, su visor mostrando los resultados de la batalla:

Enemigos eliminados: 25 (Hijos del Hierro)

Puntos obtenidos: 125 (5 por enemigo humano)

Dreadnought destruido: 1

Puntos obtenidos: 200

Supervivientes capturados: 8

Puntos obtenidos: 40 (5 por superviviente)

Puntos totales: 1533

Jonás sonrió bajo el casco. El enfrentamiento había sido brutal, pero la recompensa lo valía. Estaba más cerca de invocar un Astartes Primaris, y los prisioneros podían ser el comienzo de una nueva oleada de reclutas para su capítulo. Pero mientras observaba los restos del dreadnought, algo lo inquietó. Entre los escombros, el Auspex detectó un fragmento de metal con un símbolo grabado: un ojo con púas, idéntico al que había visto en un tanque semanas atrás.—Baluarte —llamó, señalando el fragmento—. ¿Qué es esto?El Astartes se acercó, su mirada endureciéndose. —Un signo de corrupción, maestro. No es común en simples carroñeros. Sugiero que el Adeptus Mechanicus lo analice.Jonás asintió, un escalofrío recorriendo su espalda. Recordó el mensaje del sistema: entidad desconocida. ¿Estaban los Hijos del Hierro tocados por algo más oscuro? ¿O era el sistema mismo el que ocultaba algo?—Volvamos al refugio —dijo, su voz firme pero cargada de una nueva cautela—. Tenemos trabajo que hacer.El transporte blindado rugió de nuevo, llevando a los prisioneros y los restos del dreadnought. Jonás, mirando el horizonte tóxico, sintió el peso de su destino. Este mundo sería suyo, y luego la galaxia. Pero primero, debía desentrañar las sombras que acechaban bajo su propia llama.