Habiendo dicho todo en un solo aliento, Mo Yan contuvo la respiración, se concentró y respetuosamente se inclinó, tocando su frente al suelo. Permaneció allí con la cabeza bajada durante mucho tiempo. Con esta reverencia, aceptó voluntariamente su posición, no por otra cosa sino por los familiares que todavía estaban en casa esperando su regreso.
Sin explicación de por qué podía "mandar a las bestias", ni una defensa por su presencia coincidental en el Bosque de la Bestia Salvaje, Mo Yan sabía que si el Emperador Huian estaba decidido a achacarle el ataque de la bestia, incluso si tuviera bocas por todo su cuerpo, no sería capaz de aclararlo.
Su única esperanza era transmitir que ni ella ni su familia tenían malas intenciones hacia la Familia Imperial y expresar su gratitud al Emperador Huian, deseando que abandonara la idea. Aunque sabía que esta posibilidad era escasa, no podía simplemente no hacer nada.