—¡Apresúrate! Shen Mingzhu, solo contaré hasta tres. Si no actúas ahora, olvídate de volver a ver a tu hija.
Bajo las frenéticas súplicas de Ou Liya, Shen Mingzhu no tuvo más remedio que temblorosamente tomar el cuchillo de la mano de su hijo y levantarlo en alto.
Gritos de sorpresa resonaron alrededor de ella.
Pei Ziheng cerró lentamente los ojos, esperando en silencio el dolor que estaba por venir.
—¡Señora Pei, mantenga la calma!
—¡No lo haga!
—Suelte el cuchillo.
En medio de los gritos de los negociadores y la policía de Londres, así como las exclamaciones de los espectadores, Shen Mingzhu de repente se giró y cortó furiosamente el teléfono.
—¡Que te jodan! Ou Liya, si te atreves a tocar un solo cabello de mi hija, ¡mataré a toda tu familia!
Pei Ziheng abrió los ojos, mirando atónito a Shen Mingzhu, quien estaba furiosa golpeando el teléfono, incapaz de reaccionar durante un buen rato.